El exilio vasco ha sido el escenario en el que se han movido multitud de héroes, más o menos anónimos y cuyo nombre apenas ha trascendido de la esfera de sus lugares de residencia: Euzkadi Norte, París, Caracas, México... Uno de ellos fue el capitán Burgaña, recientemente fallecido.
El pasado viernes, 22 de mayo, había amanecido en Caracas con una bruma mañanera propia del comienzo del invierno, con sus despiadadas lluvias tropicales. Había cesado el verano seco, inclemente.
El capitán José María Burgaña Belaustegui, hijo de Motriko, con 50 años de exilio en Venezuela, decidió entregar su alma al padre eterno Jaungoikoa y su cuerpo al valle de los indios Caracas. Al fin y al cabo para un marino vasco, universal por marino y por vasco, tan familiar se siente en el fiero Cantábrico como en el ardiente Caribe. Lo importante es surcar mares, surcar en el conocimiento del hombre y su mundo.
Aún quedan rezagados en el camino del eterno volar algunos capitanes vascos que llegaron a Venezuela tras la derrota material vasca, aunque no espiritual, en la guerra civil española de 1936. Entre ellos Ricardo Maguregui, Pedro Ruiz de Loizaga, Avelino González Zulaica y alguno más que escapa de nuestra memoria. José María se ha ido a reunir con los capitanes que ya se han ido tras recorrer las costas del país, el aledaño Caribe y el vecino Atlántico: los Sesma, Garmendia, Maguregui, Badiola, Fresnedo, todos amigos suyos que lucharon en Euskadi con la Marina Vasca en defensa de la libertad.
El capitán Burgaña llegó a Venezuela en 1939, comandando dos barquitos de pesca, el «Donibane» y el «Bigarrena», que salieron de Bayona, departamento de los Bajos Pirineos, cargados de jóvenes vascos exiliados, algunos de los cuales viven todavía en Venezuela. La misión tenía por objeto, además de buscar refugio en Venezuela, crear una empresa pesquera vasco-venezolana. En estos días, el doctor J. M. Bengoa expuso en el Centro Vasco un hermoso reportaje sobre esa gesta, publicado en el prestigioso diario de la época «Ahora».
El otro día, en la Funeraria de Los Caobos, yacía sereno el capitán Burgaña, rodeado de su esposa, sus hijos y sus nietos. Una modesta gorra de marino venezolano, de capitán de la Marina Mercante le acompañaba sobre el ataúd.
La pasión de Burgaña fue conocer el mar, sus corrientes, su fauna; los ríos, sus secretos. Descubrir la profundidad y transmitir sus conocimientos. Escribir y dar cátedra con vasca terquedad. Muchos marinos, técnicos y científicos del país tendrán guardados conocimientos y consejos suyos. El hermano Cines, su compatriota, y la Sociedad de Ciencias La Salle sabrán de sus inquietudes y de sus afanes.
Me decía su yerno, el ingeniero Ceberio, que dejó escrita una carta el día de su muerte lista para el correo, en la que anunciaba a sus sobrinos de Motriko que quería llegar en julio hasta allí para ver —una vez más— desde su casa natal, el puerto encantador de Motriko, aquel nido de pescadores de la costa vasca, desde donde han salido hacia todos los mares del mundo, por siglos, incontables hijos de Euskalherria. No ha podido ser, viejo amigo. Desde La Guarida ves El Ávila y detrás el mar que te trajo con amor y no ha querido llevarte por amor a los tuyos y a tu peregrinar.
Capitán Burgaña, agur eta gero arte.
(*) Antiguo presidente del Centro Vasco de Caracas.
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