Analizaba yo en un escrito anterior la fortísima personalidad de Lope de Aguirre en su doble vertiente: La propia, étnica, y la derivada de sus circunstancias de tiempo y espacio, Siglo XVI y jungla tropical americana. Y anunciaba la próxima aparición del resultada de cinco años de investigaciones acuciosas del intelectual venezolano, Miguel Otero Silva, buscando ubicar al personaje en el lugar justo que le corresponda.
Entre los muchos episodios que le tocó vivir a Lope, hay uno, que lo retrata de cuerpo entero, y que debiera ser motivo de meditación y preocupación a los que todavía hoy, se permiten deliberadamente engañar, agraviar a los vascos coterráneos del héroe americano del Siglo XVI.
Lope de Aguirre llego al Perú en 1.536 y se instaló en Cuzco, ex-capital del anterior Imperio Inca, cuya cultura estaba siendo pulverizada y sustituida por la de la cruz y la espada: Nacional-catolicismo de la época, en suma. Tiempo después, Lope viajó a Potosí, donde tuvo un conflicto por causas que se desconocen con su Alcalde, Francisco Esquivel. Todo un Alcalde de nombramiento imperial, y de una Ciudad de rango como lo era Potosí entonces. ¡Hasta donde llegarían la soberbia y la altanería del Regidor Esquivel!
Chocaron. Esquivel hizo detener y encadenar a Aguirre, y este le exigió una explicación. Por toda respuesta, Esquivel ordenó dar doscientos azotes a Aguirre. A partir de cuyo momento ardió Troya… para Esquivel.
Hay que tener presente que Aguirre procedía de la tierra vasca, donde el respeto por la persona humana estaba inscrito en sus códigos siglos antes de que lo fuera en los más civilizados países. Aquellos azotes no iban a suponer, exactamente, para Aguirre un dolor físico apreciable. Pero representaría una afrenta a su dignidad de hombre, un ultraje más allá de toda medida.
Aguirre pidió a gritos que sustituyeran los latigazos por la horca. No lo consiguió, y juró vengarse, y jamás perdonó.
Desde entonces, "comenzó a odiar y a perseguir ocultándose en la semisombra bajo la media luna de los zaguanes". "No volveré jamás a vivir vida de humano -dice- hasta tanto no haya cobrado gota a gota la afrenta que me ha hecho". “No habrá escondrijo en la tierra ni guardia en el cielo para Francisco Esquivel sin que lo descubra la brújula de odio en que se ha convertido mi corazón".
Una noche, después de tres años y cuatro meses de persecución, Francisco Esquivel oiría resonar los pasos de Lope. No le quedó tiempo para nada. "Le clavé mi puñal en el pecho, en la espalda, en el vientre". "Aquellos latigazos le fraguaron a mi substancia de hombre una forma distinta, otra voluntad, otro destino.
Toda una historia de nuestro Lope de Aguirre del XVI para los Esquivel contemporáneos. Con aquel vasco no se jugaba, no se le engañaba, ni ultrajaba... impunemente.
Ya lo dijo: Algún día lo cobrará... de una u otra forma.
Pm. de Pagogaña.
¡Venga hombre, qué orgullo herido ni que ocho cuartos! Pero si este hombre tenía todo el perfil de una personalidad trastornada, psicópata y paranoide.
Publicado por: Antimentiras | 03/30/2019 en 09:25 p.m.