El pueblo de Getaria ha sido cuna de famosos personajes de la talla de Juan Sebastián Elkano, Cristóbal Balenciaga y Pepita Embil. En 1991, gracias a la colaboración del periodista José Manuel Alonso se intenta rescatar del olvido la figura de un ilustre de la villa, Domingo Bonechea e Iribar, navegante y descubridor de varias islas en la Polinesia francesa. Además, justo aquel año, en el mes de agosto, se conmemoraba el 180 aniversario de su nacimiento.
Este intento de reivindicar a un interesante, pero olvidado hombre aventurero culminó con la producción de un documental televisivo de 30 minutos de duración en la propia isla de Tahití. Un grupo de realizadores se embarcó en una gran aventura, la de filmar, después de un largo trabajo de investigación y preproducción, la vida del marinero Bonechea, siguiendo el guión de José Manuel Alonso.
Al parecer este navegante siempre ha tenido gran relieve en todo el mundo, siendo un gran conocido en la cultura del Pacífico. Se le cita en todos los diarios de los oficiales del siglo XVIII, época en la que tuvieron lugar sus aventuras. Por ello, se hace indispensable reconocerlo y rescatar su figura para igualarlo a los demás héroes que conocieron el nuevo mundo.
El principal artífice de esta historia ha sido José Manuel Alonso Ibarrola, al que le gusta definirse como «periodista divulgador de las raíces culturales de los pueblos». En un viaje que realizó a la Polinesia francesa encontró en el Museo Naval una pintura al óleo de Domingo Bonechea, capitán de fragata nacido en Getaria.
No le prestó demasiada atención hasta que al llegar a la villa costera con el fin de recabar información para elaborar una guía turística sobre Euzkadi, cayó en la cuenta de que «nadie lo nombraba como personaje ilustre del pueblo».
A partir de ese momento se empieza a movilizar el Ayuntamiento de Getaria, la comisión «América y los vascos» del Gobierno vasco y con la ayuda de historiadores, que han defendido su nombre, se sitúa Domingo Bonechea en el tiempo.
Pesadilla del capitán Cook
A este descubridor hay que enmarcarlo en la época del capitán Cook. Precisamente y para hacerse una idea de aquellos aventureros parece interesante seguir la reposición que actualmente se da por televisión de la serie «El capitán Cook».
Todos los reyes en aquella época mandaban fragatas al Pacífico para tomar posesión de las tierras. Carlos III, rey español, mandó en 1766 a Bonechea al frente del navío «Santa María Magdalena», apodado «El Águila», con unas instrucciones secretas. Sabiendo que los ingleses ya estaban llegando a esa zona del Pacífico, se le encomendó dirigirse a Tahití inmediatamente.
El marinero getariarra no fue el descubridor de la isla. El honor es justo reconocérselo a los ingleses y franceses que llegaron antes. Sin embargo, Bonechea sí fue el hombre que entregó a la Corona española la mítica isla de Tahití y otras del entorno, parte de las que hoy constituyen la Polinesia francesa.
Cuando llega a la isla, exactamente a Vaiurua, en la costa Este de la península Taiarapu ya se encontraba en el otro lado la fragata de Cook. El vasco vuelve a Lima con cuatro indígenas para educarlos en la religión cristiana y para aprender el idioma nativo con el fin de firmar acuerdos más tarde.
«La guerra de las cruces»
En 1774 vuelven a Tahití en una segunda expedición que contaba con dos barcos e incluso llevaban una casa prefabricada para instalar una misión franciscana en el lugar. Un año más tarde se firma con los indígenas la «Convención de Tautira» o el «Affidavit» por el cual se someten a la soberanía española esos territorios erigiendo una gran cruz como símbolo en la que se inscribió «Cristus vincit, Carolus imperat».
Cuando Cook se entera de esto y para dejar constancia de que el rey de Inglaterra era el legítimo soberano de esos territorios, escribe en la parte trasera de esa cruz la misma inscripción en latín pero con la fecha de llegada de los ingleses.
La leyenda del tesoro
El navegante vasco murió en 1775 y se le enterró con todos los honores de capitán de fragata, lo que implicaba que junto a sus restos mortales se guardaran su casaca dorada, el bastón de mando y la espada de capitán. Este puede ser el motivo de que los indígenas, al ver relucir algo en la tumba del personaje, pensarán que se enterraba un tesoro. La leyenda ha llegado hasta nuestros días.
El problema actual reside en que no se conoce el paradero de los restos mortales de Bonechea ya que en 1906 hubo un maremoto en Tahití que borró del plano el pequeño istmo de Tautira y la cruz. Sin embargo, sus restos no parecen haber desaparecido porque fueron enterrados en una caja de plomo en los famosos «maraes» con grandes piedras.
Ahora se hace necesario que un grupo de arqueólogos e historiadores se interesen en la búsqueda del «tesoro de Bonechea» y que se traigan sus restos a la villa que le vio nacer, Getaria.
Asimismo, el propio Alonso Ibarrola anima a algún joven historiador a que dedique su tesis doctoral a la figura de Domingo de Bonechea e Iribar, y se compromete a ponerle en contacto con las personas indicadas en el Pacífico.
Deia (20 Julio, 1991)
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