El Estatuto de Estella fue el primer proyecto autonómico gestado durante la II República. Años atrás había fracasado el intento iniciado en 1918 para conseguir la autonomía de las provincias vascas, así como las propuestas descentralizadores de la Diputación de Guipúzcoa durante la Dictadura de Primo de Rivera. La efervescencia política que acompañó a la caída de la Dictadura y a la instauración de la II República propició un clima que equiparaba la conquista de las libertades democráticas con la posibilidad de un régimen autonómico para el País Vasco.
Así lo auguraba el Pacto de San Sebastián en agosto de 1930. En la reunión, participaron grupos republicanos y los nacionalistas catalanes, así como, entre otras personalidades, Indalecio Prieto, que lo hacía a titulo particular. No acudieron los nacionalistas vascos, reacios a aliarse con fuerzas republicanas, que tachaban de anticlericales y radicales. Prieto y Fernando Sasiain, de Unión Republicana, lograron que" se reconociese el derecho vasco a la autonomía, sin un compromiso expreso como con los catalanistas.
DISCREPANCIAS
«Gora Euzkadi Askatuta»: así saludó el diario nacionalista Euzkadi la proclamación de la República el 14 de abril de 1931. Para el PNV, el retorno a la democracia se identificaba con la posibilidad del autogobierno. Muy pronto, tal voluntad se tradujo en concretas actuaciones. A iniciativa de José Antonio Aguirre, elegido alcalde de Getxo, cuatro ayuntamientos nacionalistas (Getxo; Mundaka, Bermeo y Elorrio) convocaron una asamblea de municipios vizcaínos, a celebrar en Gernika el 17 de abril. El programa expresaba el deseo de constituir un gobierno republicano vasco dentro de la República Federal Española. La reunión no se celebró por la prohibición gubernamental. El nacionalismo impulsó entonces un '«movimiento de alcaldes» para luchar por la autonomía. Intentaba arrebatar a las izquierdas el liderazgo que les había conferido su triunfo electoral en los ayuntamientos vascos más importantes. Y había serias discrepancias sobre el futuro modelo del País Vasco. Las izquierdas entendían que las posiciones nacionalistas podían llevar hacia situaciones reaccionarias. El PNV vinculaba el apoyo al nuevo régimen con el logro de alguna autonomía. «Queremos que la República se consolide y estamos seguros de que, para consolidarse, ha de ser federal. O no será».
Se encargó a la Sociedad de Estudios Vascos la redacción del Estatuto General del Estado Vasco. «Se tuvieron en cuenta antecedentes y opiniones de toda procedencia, procurando siempre llegar a un denominador común», explicó José Orueta, uno de los redactores. El proyecto intentaba conjugar la tradición foral con la necesidad de consolidar la comunidad autónoma que integrarían Álava, Guipúzcoa, Navarra y Vizcaya, «una entidad natural y jurídica — decía— con personalidad política propia», que sería «Estado autonómico dentro de la totalidad del Estado Español».
El proyecto se entregó a los Ayuntamientos. Sufrió entonces modificaciones sustanciales. La más importante, la que constituiría el caballo de batalla, reservaba al “Estado Vasco” la facultad de negociar concordatos con Roma. En un momento en que «la cuestión religiosa» alcanzaba toda su virulencia, este punto fue crucial.
GIBRALTARVATICANISTA
Ciertamente, aseguró al proyecto el apoyo ferviente de las fuerzas confesionales, que atisbaron la posibilidad de aislar al País Vasco de la política laica de la República. «El alma del Estatuto es la libertad religiosa del pueblo vasco», sentenció La Gaceta del Norte, defensora beligerante del catolicismo. Pero, al mismo tiempo, las izquierdas se separaron drásticamente del movimiento autonomista. «Quieren hacer del País Vasco una colonia de frailazos y juníperos», resumía El Liberal, sellando las reticencias de socialistas y republicanos ante el proyecto. «Un Gibraltar vaticanista»: así describió Indalecio Prieto al País Vasco que saldría de este Estatuto.
El proyecto lo aprobó en junio una Asamblea de municipios celebrada en Estella. Lo suscribieron 427 alcaldes, de un total de 548. Pese a la aparente contundencia de esta mayoría, la división eran honda. Apoyaron al Estatuto de Estella los nacionalistas, los carlistas, las derechas católicas. Pero faltaron a la Asamblea los alcaldes de las mayores ciudades, que planteaban el autogobierno desde perspectivas más laicas.
La división política sobre la cuestión autonómica y su beligerancia religiosa motivaron el fracaso del Estatuto de Estella. Al aprobarse la Constitución, en diciembre de 1931, el texto quedó invalidado. No encajaba en el nuevo entramado legal. Pronto se abrieron nuevos mecanismos para elaborar un Estatuto ajustado a la Constitución, pero, de momento, ese primer intento de acceder a la autonomía había fracasado.
Por: Manuel Montero
Cuando se dice en España que un referéndum divide a la sociedad (aunque en Dinamarca y las islas Feroe, cuando se hace uno, parece que no divide a nadie...?¿), puede ser cierto..., pero claro, por esa misma lógica, unas elecciones pueden dividir a la gente..., puede parecer que no, pero el surgimiento de partidos como PODEMOS o VOX, dividirían mucho a la gente en caso de poder salir los más elegidos (dividirán en España, no si partidos similares salen elegidos en otras democracias, como por ejemplo Dinamarca como antes dijimos), por lo que o se "acostumbra" España como otros países democráticos a los referéndums o a la contra quizás cada vez haya más elementos de las democracias que "dividan" a los españoles y como les "divide" pues quizás eso de la democracia, no sea para ellos..., si para otros pero no para ellos (pues les divide y enfrenta...) y claro si no saben vivir en democracia y se meten por esos caminos, pues allá ellos y pobres de ellos, ya que cualquier otra alternativa es muchísimo peor, pero es a lo único a lo que estarían abocados.
Publicado por: Sony | 10/25/2018 en 11:57 p.m.