Por: Mitxel Unzueta
Desde hace algún tiempo, ciertos medios de comunicación vienen publicando artículos y entrevistas cuyo mensaje destacado no es otro que el de que los nacionalismos se han acabado; que ahora estamos en la era post-nacionalista. En principio, el tema me interesó, en la medida en que soy de los que creo que hay que vivir con las ventanas abiertas a las nuevas ideas.
Pronto descubrí que tales mensajes no eran, en el fondo y en la forma, más que meros ataques a un partido nacionalista determinado. Dentro de tales artículos no había análisis ni propuestas válidas.
Pero, ¿será verdad que desaparecen todos los nacionalismos, ahora que entramos en el segundo milenio?
Durante la mayor parte de nuestra vida, hemos oído que no había más nacionalismo que el de los Estados nacionales: la patria. Que la idea de lo que eran Francia, España, etc., tenía un origen casi divino: que las fronteras de Europa eran intangibles; que pensar de otra forma, no era moderno y sí un espejismo aldeano, perseguible como delito.
La caída del muro de Berlín y el resurgir de la Europa profunda, han echado por tierra tales creencias. Al menos, Europa ha resultado ser algo más plural de lo que se nos contaba.
En realidad, el tema viene de mucho antes. Cuando empezó la década de los setenta, estaba en marcha el resurgimiento de los movimientos nacionalistas en los países desarrollados.
Estos procesos nacionalistas ponían en evidencia que no eran tan firmes como se decía los resultados de los procesos de integración de los Estados nacionales y, lo que era peor, que seguían teniendo vigor formas de asociación política, tan antiguas como la etnicidad y la región. En Europa seguía habiendo pueblos que deseaban identificarse por sí mismos, al margen de su situación política concreta.
Esto no gustó a los poderes constituidos. Unos optaron por perseguir estas ideas; otros, practicaron una «ignorancia estudiada».
Los acontecimientos recientes han hecho bascular estas posiciones.
Pero la pregunta es si los nacionalismos van a perdurar o si, por el contrario, hoy existen razones y circunstancias que inducen a su extinción.
Si nos atenemos a las lecciones de la historia, es evidente que el fenómeno humano que conocemos como nacionalismo, perdurará mientras existan pueblos diferentes sobre el planeta. Si escuchamos el relato del Génesis, Sem, Cam y Jafet fueron los hijos de Noé que, dispersándose por los territorios postdiluvianos, engendraron los linajes, naciones y lenguas diferentes. El episodio de la Torre de Babel es todavía un misterio por cuanto que Yahveh no quiso que «todos sean un mismo pueblo con un mismo lenguaje». Yahveh «embrolló el lenguaje de todo el mundo y desde allí los desperdigó por toda la faz de la tierra».
Cualquiera que sea la interpretación de estas páginas bíblicas, a tenor de su procedencia, lo cierto es que la Torre de Babel consumó la liturgia de la diversificación humana. Desde entonces, la conciencia de grupo ha jalonado la mayoría de los episodios de la historia del hombre y la mujer. Esther que, haciendo honor a su nombre de “estrella”, debía ser fascinante, ocultó su condición judía para encandilar al bárbaro rey Asuero. Una vez coronada reina en el famoso banquete de Esther, pudo proteger a los suyos, sojuzgados por el pueblo de su esposo. Ejemplos como éste hay a miles, muchos sangrientos, que en conjunto evidencian unas realidades, difícilmente cuestionables. Todo esto explica tan escasos resultados en la idea de crear el ciudadano universal (el fracaso del internacionalismo de la clase obrera, predicado por las teorías marxistas, es buen ejemplo de ello). Escribía Rudyard Kipling, «el desconocido podrá ser leal o bondadoso, pero no habla como yo... le veo los ojos, la cara y la boca, pero detrás no ve su alma». Así nos vemos.
Nada ofrece indicios de que este sentido del curso de la historia vaya a cambiar. Los hechos recientes llevan a pensar lo contrario ya que a medida que el planeta se hace más pequeño (en horas se puede ir de un lado a otro), se afianza el deseo de conservar la identidad propia, en las pequeñas y en las grandes naciones (defensa de la lengua francesa: reacciones contra la emigración, etc.). Esta es la historia y no hay que renunciar a ella, ignorándola como si nada hubiera pasado.
Pero estos antecedentes no hace que los nacionalismos sean algo inmutable. Las naciones son el resultado de la evolución histórica de las sociedades. Se configuran por el impulso de las fuerzas vivas de los pueblos y cuajan en la formación de nacionalidades, cuando aquéllas generan a su vez lazos, que delimitan a un grupo social. A. Toynbee habla de «sentimiento subjetivo, psicológico, de seres vivientes».
Cuando estos logros son reales e intensos, la nacionalidad se convierte en un sentimiento de lealtad profunda; es base de una organización política; articula formas de convivencia, en torno a valores culturales comunes; es fuente de solidaridades económicas y proyectos de bienestar. Por ello los nacionalismos, en un sentido amplio, son consustanciales al devenir de una humanidad, diferenciada en etnias y culturas diversas.
Sin embargo, las aspiraciones nacionalistas, no siempre se han manifestado en la forma actual. Este es un dato clave.
Siendo una emanación de las sociedades, en la medida en que éstas tienen vigor, van cambiando paulatinamente, en busca de nuevas formas de expresión, que afecta al «sentir» de la nación. De aquí la importancia de saber captar el rumbo de los movimientos y estados de ánimo de un pueblo, construyendo su futuro. De hecho, ninguna nación -por importante que sea- tiene garantizado su porvenir. La misma historia está llena de ejemplos de grandes naciones que, en un momento dado, se disgregaron. Cuando un pueblo renuncia a la búsqueda de su futuro, muere aquella nación, y aquel pueblo, pero no por ello muere el nacionalismo. Nacionalismos existirán mientras subsistan sus soportes sociales, aunque el pueblo, en un momento dado, fracase en sus intentos de organizar su propia existencia.
¿Cómo puede entonces cambiar los nacionalismos?
No es fácil dar una respuesta, y menos unitaria, si tenemos en cuenta la diversidad de nacionalismos que hay en la tierra. Sí se puede decir algo en torno a Europa occidental, donde vivimos, por sr común el escenario de todos.
Por de pronto, hoy las Cancillerías europeas van tomando nota de que hay que asumir las realidades nacionales del viejo continente, en su verdadera dimensión. No se puede desconocer que bastantes Estados tienen ensamblajes más débiles de lo que se cuenta. Muchas unidades nacionales están creadas con importantes déficits democráticos. Tampoco se puede desconocer que los conflictos nacionales no resueltos o mal planteados, dan origen a la inestabilidad de la paz necesaria. (Lo que ahora pasa en la antigua Yugoslavia, es consecuencia directa de los errores del pasado, que no se cuentan). Está claro que esta novedad se acepta sin excesivos entusiasmos, en la medida que supone romper o arrinconar ideas que antes se ofrecían como verdades intocables. Sin embargo, lo importante es que, paulatinamente, se vayan cambiando aquellos criterios, asumiendo que puedan replantearse las cuestiones de identidad nacional y que, sus consecuencias políticas, sean discutidas democráticamente y no eludiendo el problema, con el apoyo de la fuerza. La declaración de Down Street sobre Irlanda del Norte es un ejemplo reciente y notable. La actual historia de Quebec y Canadá -otro país con formas democráticas, de corte sajón- es otro caso análogo.
En otras palabras, a regañadientes, se va imponiendo la necesidad de no tratar las reivindicaciones nacionalistas como casus belli. Que estos temas se traten de formas democráticas y correctas, es de por sí un avance que va a introducir cambios en la configuración de las alternativas nacionalistas.
¿Hacia dónde se orienta el cambio?
Sospecho que en una doble dirección, según se trate de nacionalismos consolidados en la estructura de un Estado-Nación, o de nacionalismos que no han alcanzado este nivel político de desarrollo.
Los primeros, sustentados en el binomio Estado = Nación, se encuentran con que les falla el pilar del Estado. La crisis de adhesión a la idea del Estado, empezó con el descrédito producido por el culto al estatalismo practicado por los fascismos y los socialismos reales; la ruina del Estado del bienestar, acentúa el proceso. El Estado garantiza ya muy poco. Por otro lado, después del Tratado de Roma, los Estados han perdido el afianzamiento que proporciona el refugio en las soberanías excluyentes; ahora, la soberanía debe compartirse entre el Estado, la Comunidad Europea y las nacionalidades autónomas. Por último, influye significativamente, el respeto a los derechos humanos, incluidos los colectivos de los pueblos, que es una exigencia indiscutible. Las Naciones-Estado, articuladas con el apoyo de la fuerza represiva, han perdido este elemento de soldadura. Si se respetan las libertades, también debe hacerse con las que corresponden a los pueblos; son parte de aquéllas.
Estos nacionalismos apoyados en un Estado, antes o después, tienen que revisar sus cimientos sociales, si quieren seguir viviendo. Hay quienes, silenciosamente, se han percatado ya de ello, hecho que explica algunas inusitadas reacciones antiautonómicas que se producen, especialmente cuando surgen las polémicas sobre los traspasos de competencias reconocidas en los Estatutos catalán y vasco. El viejo concepto de Estado, se les vacía.
En el caso de otros nacionalismos, la evolución es distinta. Por ahora, y a pesar de lo dicho, ls estructuras estatales siguen siendo las protagonistas de la formación de Europa. Estos nacionalismos tienen una papeleta más difícil que los anteriores. A aquéllos les basta con ser conservadores, mientras que los nacionalismos sin Estado tienen que ser creativos e integradores.
En tal caso, ¿cómo dar entrada en el juego político a las naciones sin Estado? Los puntos de partida son tres. Está claro que s las fórmulas constitucionales tradicionales no proporcionan soluciones. También, que no todas estas naciones o nacionalidades tienen igual vocación política, lo que impide un tratamiento igualitario, que sería ineficaz por irreal. Por último, suprimidas las aduanas por el Tratado de Roma y establecida la libertad de circulación y de asociación en favor de intereses comunes, los Estados van perdiendo su capacidad coercitiva ante las nuevas iniciativas de integración de tales intereses. El poder, cada vez tiene menos fronteras defensivas y esto es aplicable a los Estados.
¿Cómo salir del atasco coyuntural, producto de tantas presencias nacionalistas, a partir de estas premisas?
Para estos nacionalismos, la idea del Estado-Nación, sigue constituyendo un modelo emancipador, legítimamente defendible. ¿Pero de qué tipo de Estado hablamos? ¿Del modelo del siglo XIX?
El nacimiento de agrupaciones de países, como la Europa Unida, condicionan la aplicación de este principio. Los independentistas de Quebec, ahora tienen que tomar en consideración el hecho de que forman parte de una zona de libre comercio, con EE.UU. y México.
Por ahora, las respuestas son imprecisas; hay que ahondar más en la cuestión, sin que ello sea motivo de desánimo.
Es aquí donde los responsables nacionalistas tienen una tarea de la máxima importancia para abrir camino. Salvo que cometan el error de provocar desfases entre sus proposiciones y las aspiraciones de la sociedad civil, saben que el nacionalismo seguirá subsistiendo, pero ¿hacia dónde orientarlo? Las formulaciones nacionalistas también se pueden anquilosar y si la sociedad cambia deprisa, entre aquéllas y las aspiraciones de la generalidad de la gente, pueden surgir distancias significativas -a nivel vasco se puede hablar de fenómenos no bien planteados, a tomar en consideración; algunos, relativos a proyecto y ensamblaje, son inquietantes, pero esto es ya política concreta, en la que no entro- cuya resolución exigen tacto y tensión permanentes.
Con unas nuevas reglas de juego, aún imprecisas, la tarea, aunque no es fácil, no se puede aplazar. Requiere sensibilidad para captar las aspiraciones del pueblos cuyos comportamientos son cada vez más complejos; capacidad para hacer una síntesis de aquéllas; imaginación para diseñar soluciones y fijar objetivos; entusiasmo contagioso, vocación y voluntad. Yaser Arafat ha tardado unos veinticinco años en convencer a la comunidad internacional de que sus propuestas para los palestinos, son buenas para todos.
Visto este panorama, hablar de post-nacionalismo como sinónimo de desaparición de los sentimientos nacionalistas en un futuro próximo, no pasa de ser simple demagogia, sólo para confundir a incautos. Pensar en post-nacionalismo como punto de partida para una reflexión que, respetando las identidades nacionales, trate de encontrar y encauzar las nuevas formas de expresión nacionalista, es una posición intelectual y práctica, que merece apoyo. Aunque a algunos no les guste, éste es hoy el sentido de la historia. Los nacionalismos activos, democráticos y recíprocamente respetuosos, son y serán una garantía equilibrada de convivencia, fecunda y en paz.
Deia, (18 Septiembre, 1994)
A los neonazis se les trata con algodones y luego pasa lo que pasa.
Ayer 11 judíos murieron bajo las balas de un palurdo yanki tarado.
En NETFLIX están emitiendo la película
"22 de Julio" sobre el asesinato en Noruega de 77 personas por uno de esos indeseables que ahora vive como un marqués en una confortable celda.(Anders Breivik)
Durante el juicio comparece un líder de los neonazis noruegos que opera con tapadera politica y declara "los neonazis buscamos el poder pero los actos individuales como éste no son la forma de conseguirlo".
O sea,que dentro de ese cáncer extendido por todo el mundo hay al menos dos tipos de alimañas.
Las que están tan zumbadas de odio que se lían a matar y los políticos siniestros ultranacionalistas y racistas que alimentan dicho odio desde posiciones supuestamente democráticas,llamando al golpe de estado o al enfrentamiento civil.
En España podemos encontrar en total libertad los dos perfiles.
Los más tarados actúan y no les detienen nunca o no llegan a entrar en la cárcel (caso Blanquerna)
Los segundos salen en la tele.
Es un entramado muy sólido encastrado dentro de cada estamento político y social.
Riendo con memes y mandando tuits no les hacemos más que alimentar.
La memoria humana no es tan diferente de la de los peces.
Publicado por: CAUSTICO | 10/28/2018 en 07:48 a.m.
Bolsonaro es un ejemplo de neonazi que se lo ha currado y que cuenta con el apoyo de millones de paletos fascistas.
Partidario de no torturar, sino de matar, revive el terrorismo de Estado en su más descarnada versión.
Publicado por: CAUSTICO | 10/28/2018 en 12:44 p.m.
Miles de fascistas italianos, muchos uniformados,rinden honores al asesino Mussolini en su pueblo natal.
Ni la izquierda ni los pretendidos estados de derecho reaccionan ante las cada vez mayores demostraciones de fuerza de nazis,franquistas y fascistas.
Ya se han olvidado de los 60 millones de muertos que esas tres degeneraciones morales, que no ideologías,causaron en Europa hace no demasiado tiempo.
Cuanto más permisividad haya con estas bestias,más negro es el futuro.
Publicado por: CAUSTICO | 10/28/2018 en 03:57 p.m.