EL 26 de mayo de 2019 se celebrarán las elecciones al Parlamento Europeo. En el Estado español coincidirán con las elecciones municipales y autonómicas en la mayoría de comunidades autónomas. Sin embargo, las elecciones más importantes, sin ninguna duda, no serán ni las municipales ni las autonómicas. Lo esencial será el debate sobre el modelo de Unión Europea que se construirá en los próximos años, y la mayoría parlamentaria que, junto con los 27 gobiernos (todos los de la Unión Europea excepto el británico), dará forma a ese modelo.
¿Qué Unión queremos los ciudadanos europeos? ¿Deben mantenerse las políticas de austeridad? ¿Debe hacer la Unión más cosas en materia de inmigración, como coordinar la respuesta a nivel europeo y establecer cupos por países? ¿Debe la UE hablar con una sola voz en más temas de política exterior? ¿Queremos que la UE tenga más competencias en políticas sociales, como complementar los salarios mínimos en los Estados con una asignación europea? ¿Necesitamos un presupuesto específico de la zona euro, controlado por el Parlamento Europeo? Y si queremos que la Unión haga más cosas, ¿no es lógico que se deban aumentar los recursos de su presupuesto?
Es un debate muy complejo, pero necesitamos alcanzar acuerdos, al menos sobre las orientaciones generales. El Parlamento Europeo ha liderado este debate en los últimos años. El presidente de la Comisión abrió oficialmente un periodo de reflexión sobre el futuro de la Unión Europea en marzo de 2017. Elaboró varios documentos sobre temas específicos: temas sociales, euro, defensa, etc.
En toda Europa se ha producido un activo debate y los gobiernos de los Estados llevan meses situándose en este escenario, tratando de definir sus prioridades y buscando aliados. Los países más escépticos intensifican los contactos entre sí. Sin embargo, algunos de ellos, al mismo tiempo, piden a Bruselas más solidaridad europea para defenderles en caso de necesidad. El cercano peligro de Rusia y el desapego del presidente de Estados Unidos, desentendiéndose del compromiso político central de la OTAN, han activado las alarmas en los países bálticos y de la Europa oriental. Estos países muestran una tremenda contradicción. Por un lado, nunca han compartido completamente la ambición de construir una Europa unida y federal, como propuso el ministro Schuman en 1950. Pero, por otro lado, ante las dudas sobre la fiabilidad de la OTAN, saben que solo la Unión puede garantizar su seguridad. Los países más favorables a la integración política (Alemania, Francia, etc.) tienen legítimas dudas. Un compromiso político total con la defensa de estos países significa que soldados alemanes, o franceses podrían tener que morir para defender a Polonia, Hungría o Eslovaquia. Pero si estos países no se comprometen con una Europa política, ¿es aceptable que quienes sí lo hacen den sus vidas por ellos? En otras palabras, si Europa debe ser solo un mercado y un simple foro de concertación política, lo que siempre han querido los británicos, no tiene sentido un compromiso político de semejante magnitud. Ahora bien, si el compromiso político existe y somos parte de una comunidad política real, entonces es lógico que exista una verdadera solidaridad europea en todos los campos: social, económico, político y que incluya la defensa.
En el otro lado, los países tradicionalmente más favorables a la integración europea, parecen estar dispuestos a una mayor integración. Sus gobiernos son conscientes de que sus países, solos, no pueden afrontar en condiciones casi ninguno de los grandes retos de nuestro tiempo. Saben perfectamente que la escala europea es la adecuada para gestionar estos retos: regular los grandes mercados y poder controlar a las grandes corporaciones multinacionales, defender el cada vez más atacado modelo social europeo, ser influyentes en los foros políticos internacionales, ser más eficientes con políticas europeas que repitiendo esfuerzos a escala estatal en numerosos ámbitos, etc.
Sin embargo, aunque muchos gobiernos son conscientes de esto, el miedo al populismo y al nacionalismo de estado, cada vez con más fuerza en las encuestas, hacen que muchos de estos gobiernos acepten parte de los postulados de estas fuerzas políticas. Se habla de la emigración como de un peligro, obviando la necesidad de mano de obra en numerosos sectores económicos. Se agita la bandera del nacionalismo y la soberanía, cuando saben perfectamente que la Unión se creó, precisamente, debido a la incapacidad de la soberanía estatal de garantizar la paz y la prosperidad económica.
Todos los gobiernos siguen hablando de la soberanía nacional como si estuviésemos viviendo en el siglo XIX. Los británicos son un buen ejemplo de las dificultades que tiene en el siglo XXI tomarse muy en serio el concepto caduco de soberanía. Estamos tan interrelacionados en todos los ámbitos y sectores que apenas puede uno decidir nada sin afectar seriamente, y a la vez verse afectado, por lo que hagan los otros.
El concepto de soberanía viene de una época anterior, en la que los reyes, los imperios y los Papas, soñaban con el poder universal. Fue una palabra poderosa, que agitó el mundo y permitió alcanzar grandes metas y cometer grandes atrocidades. En la actualidad vivimos en una época distinta. Cuanto antes lo comprendamos, menos nos equivocaremos y menos sufrirán las personas, sobre todo las más débiles y humildes. Ellas son siempre las grandes damnificadas de la supuesta grandeza.
Hoy en día la grandeza no se escribe con las gramáticas nacionales, sino a escala europea y mundial. Los retos del presente no son ya cómo extendemos el dominio de nuestra nación, cultura o civilización, sino cómo gestionamos entre todos, de forma razonablemente eficiente y justa, los retos comunes.
No podremos terminar con las injusticias y las desigualdades, pero la historia europea demuestra que cuanto más reducidas sean estas la sociedad es mucho mejor. Otros modelos tratan de convencernos de que el individualismo es la medida de todas las cosas. Sin embargo, esta doctrina obvia que todos los grandes logros son colectivos. Este es el verdadero reto de nuestro tiempo: cómo organizar correctamente, aprendiendo de la experiencia de los Estados-nación, la escala adecuada, que es, sin ninguna duda, Europa. Necesitamos una Europa federal. Para ello es preciso reformar los tratados, convocar una convención amplia, en la que también estén presentes las naciones sin Estado, para avanzar decididamente en esa dirección.
Eso es lo que está en juego el próximo 26 de mayo. Aunque nuestros medios de comunicación apenas se hagan eco de ello, en toda Europa se está debatiendo nuestro futuro. Se están creando nuevos proyectos políticos paneuropeos (Europe en Marche, Diem25, VOLT, etc.), que se suman a los partidos y alianzas europeas ya existentes. También las fuerzas euroescépticas y nacionalistas están articulando, bajo el liderazgo y asistencia de un exconsejero de la Casa Blanca, una plataforma unida para frenar la integración europea. Junto con el eje izquierda-derecha, el eje a favor o en contra de una federación europea es la batalla política de nuestro tiempo. Aunque casi nadie lo diga abiertamente, el 26 de mayo de 2019 será un verdadero momento constitucional europeo. Y ahí se jugará una buena parte del futuro de nuestro pueblo.
POR IGOR FILIBI*
*Profesor de relaciones internacionales en la UPV/EHU
Se va a presentar UPYD?
Publicado por: Sony | 10/16/2018 en 02:46 p.m.