La «escalada terrorista» de 1985 produjo sorpresa y extrañeza en no pocos políticos, quienes no encuentran mejor explicación para sus falsas profecías de otrora que culpar de la situación al fracaso policial de veinte años, cuando la realidad es que estamos ante un fracaso del centro mismo del poder político y de su línea ideológica.
La violencia ejercida desde el movimiento ETA trata de encontrar el apoyo y cobertura social, para lo que necesita, además del motor, el combustible apropiado que mueva ese motor. De ahí que apele constantemente al derecho de autodeterminación del pueblo vasco que la Constitución española no reconoce. Por su parte, los defensores de la política represiva contra el terrorismo insisten en el ineludible deber constitucional de salvaguardar la sagrada unidad de España.
Y así nos vemos envueltos en el fragor de palabras como unidad, autodeterminación, soberanía, independencia, integridad territorial, empleadas de manera camal cónica y que más sirven para la provocación irracional de sentimientos intransigentes y belicosos que para el entendimiento de soluciones de I convivencia y solidaridad democráticas. Aleccionador en este aspecto es el ejemplo que nos ofrece el empleo que se está haciendo del concepto de «autodeterminación».
De todos es conocido que en la Europa de los años treinta existía un movimiento de pueblos y nacionalidades en favor del reconocimiento de sus legítimas aspiraciones de libertad. Incluso llegó a tener una plataforma política en una sección de la Liga de Naciones, con sede en Ginebra. También el pueblo vasco participó de algún modo en dicho movimiento con la creación del día de la Patria Vasca en 1933 y que se celebró bajo el lema Euzkadi-Europa.
No pasó desapercibido para los estrategas nazis alemanes el enorme potencial movilizador político que ese movimiento del nacionalismo irredento a favor de la libertad poseía, y por medio de la infiltración quisieron valerse de él para dominar y privar de libertad a todo el mundo. Y fue de ese modo como la Alemania nazi se sirvió de Ucrania, Países Bálticos, Sudetes, croatas, bretones, etc. Tampoco faltaron maniobras de acercamiento en relación a los vascos al inicio de la II Guerra Mundial, pero la clarividencia en este punto del lehendakari Aguirre evitó lo peor.
Hoy, a los setenta años de la derrota nazi, sigue desgraciadamente el problema de la libertad de los pueblos, como lo prueba el propio pueblo vasco. Y los estrategas comunistas, convencidos de la potencia de tiro de esta arma allá donde surge este problema, consideran que no existe mejor método para el logro de su internacionalismo que el de ponerse al frente de la reivindicación nacional al objeto de desestabilizar y destruir la maquinaria del correspondiente Estado. Ese es, en realidad, el planteamiento de la actual dirección del movimiento revolucionario vasco que, enarbolando la bandera de la independencia y autodeterminación, trata de hegemonizar la vida del país y globalizarla en su estrategia de destrucción del aparato que representa el poder del Estado español.
En el fondo se trata de una auténtica «tomadura de pelo», para usar la misma expresión que un dirigente revolucionario ha usado en relación a la comisión de expertos. Para evidenciarlo basta comprobar la diferencia entre el uso formal que hacen de la palabra independencia y el contenido que dan a dicha expresión.
Dicen a gritos que su objetivo es la independencia de Euzkadi, pero a continuación explican en detalle a los «suyos» que no confundan independencia y separación; que ellos son independentistas pero no separatistas, porque la causa de la dependencia del pueblo vasco radica en el capitalismo, y que no podrá ser independiente más que con la destrucción del poder burgués del Estado español y reemplazado por la dictadura del proletariado.
Dictadura que, dicho sea de paso, en ninguna parte del mundo permite autodeterminarse libremente a pueblo alguno de los muchos que se encuentran en los países socialistas.
Por eso llama la atención que el primer congreso sobre Derechos Colectivos de Euskal Herria, dirigido por «Herria Eliza 2000» y patrocinado por diversas instituciones públicas y privadas, no se haya convertido, de hecho, en un foro que haya servido para una clarificación más profunda de todas estas cuestiones que afectan directamente al proceso político vasco.
El congreso ha defendido que nuestro pueblo tiene derecho a la autodeterminación, pero no nos ha aclarado cuál es la autodeterminación concreta que se proclama para Euskal Herria a pesar de la multitud de reuniones, ponencias y variadas disertaciones. Llama, por otra parte, la atención el hecho de que un congreso dedicado a exaltar el derecho de autodeterminación de Bretaña, Cataluña, Córcega, Galicia, Flandes, Tirol del Sur, Valle de Aosta, Slavia y, por supuesto, Euskal Herria, pase por alto la defensa de idéntico derecho de otros pueblos como el alemán, enclavado en el mismo corazón de Europa, dividido hoy por un muro de terror impuesto por los comunistas que impiden su autodeterminación en libertad.
Causa extrañeza que, entre nosotros, no se profundice en el estudio de las experiencias históricas concernientes a la autodeterminación para conocer, entre otras cuestiones, las razones por las que la solemne proclamación del derecho de autodeterminación —o incluso de separación— de los pueblos por parte de los partidos comunistas, una vez en el poder se traduce en falta de libertad para pueblos, nacionalidades y etnias. Y, a la luz de dicho análisis, habría que preguntarse el significado y alcance prácticos de un derecho de autodeterminación que a nuestro pueblo se le ofrece desde la doctrina leninista que inspira dichas prácticas.
En cualquier caso, resulta absurdo concebir como separatismo o secesionismo el contenido de la autodeterminación que promueve e impulsa la dirección del movimiento revolucionario vasco. De estos absurdos nacen la confusión y desorientación que son el caldo de cultivo del engaño.
GIL de San Vicente («Egin», 10-4-85) ha llamado sin ambages la atención sobre lo erróneo que resulta entender el punto de vista revolucionario bajo la perspectiva de «una interpretación legalista y democraticista del derecho de autodeterminación», aclarando que la cuestión es muy otra, pues «se trata de una autodeterminación revolucionaría... de destrucción del poder estatal y del poder autonómico por él creado».
Y tal como confirma el mismo autor, la independencia no significa otra cosa diferente: «Ahora bien, ¿qué diferencia existe entonces entre autodeterminación y el independentismo? Ninguna» (ibd).
De lo que no cabe la menor duda es de que la sociedad vasca, en razón de su voluntad democrática, no participa en absoluto de esa concepción camaleónica de autodeterminación que, en la práctica, se reduce a utilizar el combustible del problema nacional vasco para revolucionar el motor de la lucha de clases y reventar la maquinaría del Estad o español.
El pueblo vasco tiene de todos modos un alto concepto de la autodeterminación, por cuyo ejercicio ha luchado de formas diversas a lo largo de los siglos, en consonancia con las condiciones de cada época histórica, a través de la búsqueda permanente del pacto y del rechazo del intervencionismo y de la imposición; justamente en contra de los modos de autodeterminación fascista y leninista, que son impositivos e intervencionistas.
De esa manera ha logrado acceder como único pueblo preindoeuropeo a esta vieja y joven Europa de nuestros días con voluntad decidida de aportar su contribución al proceso siempre inacabado de la autodeterminación libre y solidaria de personas y pueblos, responsabilizándose de su destino y siendo señor y no siervo, tal como lo expresa el principio de buruaren jabe izan o burujabetza.
Bultzagileak
DEIA (29.7.1985)
Todavía muchos siguen sin entender esto y ya van más de treinta años desde que se escribió el artículo.
Publicado por: Silber | 11/29/2018 en 08:15 a.m.