Uno de los hombres que más largo y brillante papel jugaron en Vizcaya, durante la guerra civil de 1936 (y no sólo en esta provincia sino también en Santander y en Asturias), acaba de poner fin, con toda seguridad ahora para siempre, a su estancia en tierras de España para volver al lugar donde vivió el último periodo de su exilio: La .Habana. Se refiere nuestro compañero Vicente Talón a Francisco Ciutat de Miguel.
Fue jefe del Estado Mayor del Ejército del Norte y protagonista principal de la guerra de Euzkadi
POR: Vicente Talón
Natural de Zamora, pese a su apellido catalán, e hijo de un oficial de la Guardia Civil que llegaría a lucir los entorchados de teniente coronel, Ciutat tuvo ya un primer y sustancioso contacto con Bilbao hacia 1927 cuando, como alférez, fue destinado al regimiento Careliano conociendo durante esa etapa a una bilbaína, Mari Paz Armengo, con la que se casó y tuvo dos chicas: Amaya y Marisol.
El aval de Zuazagoitia
Alumno de !a Escuela Superior de Guerra, en el curso 1935-36, compartió los bancos de ese centro con personajes luego tan famosos, en el campo franquista, como García Valiño, Carrero Blanco y Lacalle Larraga, sorprendiéndole el estallido bélico del 18 de julio en pleno período vacacional, en Madrid. Tras una primera actuación contra los sublevados del Alcázar de Toledo, el 8 de septiembre de 1936 el jefe del Gobierno, Francisco Largo Caballero, le nombró, aunque sólo era teniente (tres días después lo ascendieron a capitán), «jefe del Teatro de Operaciones del Norte». En el logro de la auténtica distinción intervino Julián de Zuazagoitia, que le conocía de los tiempos de Bilbao, e Indalecio Prieto, a quien el más tarde ministro socialista del Interior le hizo llegar un informe del que se deducía que Ciutat no sólo era un militar políticamente fiable sino que, además, tenía una cabeza muy bien organizada.
Después de visitar San Sebastián marchó -vía Bilbao- a Asturias, llevándose consigo a su viejo amigo Teodoro Zu Putlitz, otra relación que databa de su época de oficial de Garellano. El 22 de septiembre se instaló, por fin, en la capital de Vizcaya dándose a conocer mediante una proclama «al pueblo vasco» en la que, después de recordar que sus poderes le habían sido refrendados por la Junta de Defensa Provincial, les pedía a los «actores directos del drama su disciplina, su acatamiento, la decisión firme de sacrificio».
Durante las primeras semanas no parece que fuese mirado con desconfianza por los nacionalistas vascos. Antes por el contrario Ciutat, quien me definió a José Antonio Aguirre de «hombre muy abierto y sincero, con una garra enorme», intimó con el que iba a ser el primer jefe del Gobierno autónomo, y el día de su jura en calidad de tal, en Guernica, se fotografió a su lado junto al árbol, invitado personalmente a hacerlo por el ya flamante lendakari. Los contrastes surgieron al poco en razón de que, según Ciutat, el ejecutivo vasco trataba de quedarse con la mayor parte de los materiales de guerra desembarcados en Bilbao, siendo su obligación la de repartirlos equitativamente con Santander y Asturias. También se plantearon problemas de competencias y hubo una constante oposición a los deseos del joven oficial de hacer un todo, militarmente hablando, de las tres partes en las que se dividía el norte republicano.
Al cabo del tiempo Ciutat dejó de ser un hombre de la devoción del lendakari quedando de manifiesto en numerosos telegramas, informes y escritos de éste como, por ejemplo, en uno en el que se lee: «El capitán Ciutat fue recibido por mí con toda clase de atenciones, y si hubiese seguido el camino que entonces emprendió con inteligencia, colaboración y buen espíritu, todo hubiera marchado admirablemente; pero afiliado, o por lo menos influido, por los elementos del Partido Comunista, se convirtió muy pronto en un brazo del partido».
La adscripción política de Ciutat fue, desde luego, uno de los factores que más le apartaron de Aguirre, que no se llevaba bien, por razones obvias, con quienes se confesaban comunistas o giraban en esa órbita, excepción hecha del secretario general del PCE-EPK, Juan Astigarrabía, a partir del momento en el que éste basculó fuertemente hacia el abertzalismo. Y Ciutat era tan claro en sus lealtades doctrinales que el que le sucediera en la Jefatura del Estado Mayor del Ejército del Norte, Lamas Arroyo, le califica de «verdaderamente comunista», mientras que otro alto jefe muy destacado, sobre todo en los episodios de la campaña de Guipúzcoa, el comandante Sanjuán, dijo que «Ciutat alcanzó pronto popularidad y prestigio. Tenía todas las condiciones para triunfar: inteligencia, dinámico, simpático, culto, ambicioso, sin escrúpulos, comunista y masón.-Le gustaba hacer ostentación y alarde de autoridad y de comunista. De oficial de enlace y teniente llegó a ser jefe del Estado Mayor del Norte, y terminó la guerra con el grado de teniente coronel. Llegó a alcanzar gran influencia en el norte».
De Moscú a La Habana, pasando por Madrid
Persona de mención imprescindible en la mayor parte de los hechos trascendentes de la guerra en tierras de Vizcaya, la tenía sólidas amistades en Vizcaya. La asunción de la Comandancia del Ejército del Norte por el general Llano de la Encomienda, primero, y por el general Gamir Ulíbarri, después, le supuso perder la Jefatura del Estado Mayor, que ya no recuperaría hasta los últimos momentos de la resistencia, en Asturias, cuando se hizo cargo del citado Ejército el coronel Prada.
Huido de Gijón por mar, en condiciones dramáticas, consiguió regresar a la zona gubernamental de Levante donde le asignaron diversas responsabilidades de alto nivel figurando entre quienes, al producirse la catástrofe final de las armas republicanas, encontraron refugio en la Unión Soviética. Ascendido a coronel del Ejército Rojo, durante la guerra mundial fue profesor de una academia militar y en 1958, al triunfar la revolución castrista, marchó a La Habana para cuidarse de cuestiones propias de su especialidad. Se asegura que desde Cuba hizo viajes a diversos países, y concretamente a Vietnam, donde habría de desempeñarse como asesor del mítico general Giap, pero nunca, durante las largas conversaciones que sostuvimos, logré que arrojara ninguna luz sobre esa etapa.
De nuevo en España, ahora con su esposa soviética y alguna de las hijas nacidas de este matrimonio, su principal actividad consistió en redactar los comentarios militares del periódico «Mundo Obrero», órgano del PCE. Sin embargo, las cosas no le rodaron bien. Aunque con motivo de una enfermedad lo ingresaron en el Hospital General del Aire, al habérsele reconocido su condición de militar profesional, la pensión que cobraba era insuficiente. Esto, unido al agravamiento del Parkinson que padece, es lo que le ha forzado a regresar a La Habana. Con él se fue una memoria viva de la guerra de España que, por lo que hace al País Vasco, he recogido en decenas de folios, de sus propios labios.
Ojalá pudiera decir lo mismo con relación a su correligionario Valeriano Marquina, del que supe tardíamente su regreso a Baracaldo y, antes de que pudiera dar con él, de su vuelta a Buenos Aires también, al parecer, por razones económicas y de salud sin que, hasta la fecha, haya conseguido saber su dirección.
El Correo, 1 de Mayo de 1986
Muchas gracias por recoger esta entrada sobre Ciutat. Ocurre que estoy preparando un trabajo sobre él. A destacar que las diferencias con Aguirre eran de tipo profesional, es decir, las referidas a cómo enfocar la acción militar y la identidad de quienes debían decidir esas cuestiones. Pero en toda la República, incluido Euzkadi, el mando final le tenían los políticos electos.
Publicado por: pedro garcía bilbao | 02/23/2019 en 07:53 p.m.