Un retratista ambulante convertido en erudito investigador de los avatares guipuzcoanos.
Ha sido calificado de “Fundador de la pintura histórica vasca”.
Tengo en mis manos unos añejos recortes de Prensa. Ranciamente amarilleados por el paso de los años, glosan todos ellos con profusión los méritos y las virtudes de un personaje guipuzcoano –Gregorio Hombrados Oñativia- que si bien zarauztarra de nacimiento, puede considerársele con todos los derechos tolosarra de adopción. Y es que aquí en Tolosa, echó raíces hace una buena partid de lustros; aquí casó y aquí reside en nuestros días, fortaleciendo cada día más estrechamente las inamovibles lazos que le unen a la villa. Y que le han dado pleno merecimiento para entrar a formar parte de esta galería de ilustres tolosarras de nuestro siglo que semanalmente se sucede en las páginas del suplemento dominical de El Diario Vasco.
“Más paciencia que Job"
De esos recortes de Prensa, elijo uno al azar. Viene firmado por nuestro inolvidable José de Arteche y apareció en la primera página de "La Voz de España'" a finales de mayo de 1950. Empieza dictando textualmente Arteche, bajo el título "Un mapa y un hombre":
"Hay casos de laboriosidad que piden a gritos ser destacados por lo que tienen de ejemplares. Y este de Oñativia, sí, el caso de don Gregorio Hombrados Oñativia, es uno de ellos. ¿Hay alguno que desconozca en Guipúzcoa, y aún fuera de Guipúzcoa, en todo el país, en los pueblos más pequeños y en los más apartados caseríos, al amigo Oñativia? Oñativia, sí, el hombre de los ojos insomnes, que camina derecho a grandes zancadas, el cartapacio en la mano, y todo el aire de quien aprovecha con avaricia los minutos. Siempre conocí a Oñativia lo mismo, y hace ya muchos años que le conozco, como un trabajador empedernido."
-Sí en efecto- nos interrumpe el pintor, mientras leemos juntos el viejo recorte de prensa y se le reaviva el recuerdo entrañable de su llorado y buen amigo. Nos conocimos y muy íntimamente muchos años. Y se da la circunstancia de que el retrato de un familiar suyo (un gran tipo vasco y muy popular, y… muy enemigo de que le pintaran retratos, tanto que tuve que dibujarlo a hurtadillas y casi de memoria) iba a iniciar una larga serie de tipos vascos que luego haría en Azpeitia, allá por los años 1917.
Gregorio Hombrados Oñativia, pintor e historiados. El hombre que desde niño robaba las horas al sueño –de ahí esos “ojos insomnes” que le atribuye don José de Arteche- para dedicar más tiempo al trabajo. Y que hoy, al paso de los años, se siente todavía incapaz de dormir más de cuatro o cinco horas cada noche, porque sigue con su ansia inagotable de pintar e investigar. Pero sxxxxx unas líneas más, sin ánimo de cansar al lector con la cita de Arteche:
"La nueva edición de su mapa de Guipúzcoa (…) ha conseguido reunir tal copia de menciones toponímicas que literalmente provoca el asombro (…) Y piénsese en la labor que significa la recopilación de los nombres de 2.481 caseríos aislados, comprobando su pronunciación. ¡Cuánto y cuánto hay que caminar, cuánto hay que sudar y cuánto hay que preguntar para tamaño resultado!. Pero Oñativia es un hombre que, afortunadamente, se crece ante el esfuerzo, (...) Más de un lingüista a la caza de toponímicos tendrá en adelante que recurrir a consultar este nuevo mapa de Oñativia, empedernido trabajador, la conveniencia de un descanso después de tan colosal esfuerzo, es inútil."
Esta semblanza que don José de Arteche, el recordado cronista donostiarra hiciera de Gregorio Hombrados Oñativia, creo que es suficientemente fiel de contenido y rica de matices como para evitarnos mayores comentarios, Y es que —según apareciera publicado en un periódico bilbaíno, esta vez con ocasión de la edición del mapa de Vizcaya— "si no lo ha hecho el mismísimo Santo Job, lo ha hecho Hombrados Oñativia". ¿Qué más puede decirse de este hombre, que asombra y admira a cuantos conocen su ingente obra?
Bohemio y autodidacta
Cuando visitamos a Hombrados Oñativia para pergeñar este perfil biográfico, en su villa del tolosano barrio de San Blas, don Gregorio llora aún amargamente la reciente muerte de su esposa, doña Paula Echeverría (q.e.p.d.), acaecida sólo unas semanas antes. La trágica pérdida de su ser más querido, le tiene sumido en una amarga melancolía. Sin embargo, don Gregorio se refugia, como siempre, en su más fiel medicina: el trabajo. De su máquina de escribir acaba de salir un artículo destinado a nuestro periódico. Con motivo de celebrarse en estos días el bicentenario de los Estados Unidos, Oñativia recuerda la salida del puerto de Pasajes de la fragata “La Victoire”, en 1777, que conduce a Lafayette y a un grupo de sus correligionarios en ayuda de la liberación de los territorios norteamericanos. ¿Cómo —le hace preguntarse— puede celebrarse ahora el bicentenario, en 1976, si personajes como Lafayette, que tan importante papel desempeñaron al lado de los insurrectos, aún estaban en tierras guipuzcoanas el 27 de abril de 1777...? Y si incansable es su dedicación a tónica —siempre relacionada con los trabajos de investigación histórica, el país vasco y, casi exclusivamente con Guipúzcoa— tampoco abandona la actividad pictórica. Ahí podemos ver un cuadro a medio acabar en un caballete o un retrato para retocar en una esquina del salón (retrato que el cronista descubre, por curiosa coincidencia que pertenece a doña Albertina Laffite, dama íntimamente ligada a la pujante industria tolosana.
La entrevista es cordial y exhaustiva. Don Gregorio se muestra al hablar tan meticuloso y detallista como siempre ha sido en su trabajo. E, inevitablemente, al iniciar los primeros recuerdos de su vida y cada vez que habla de sus años mozos, dedica emocionantes homenajes de admiración y cariño a su padre:
—Sin lugar a dudas, puedo ser considerado como un pintor autodidacta, pues solo he recibido lecciones de mi padre, el que fuera formidable retratista Pablo H. Conar, además de excepcional dibujante. Desde que yo fuera muy niño, mostró especial empeño en inculcarme, puesto que ve disposición pictórica en mí, la enorme importancia que encierra el dominio del dibujo para todo aquel que pretenda seguir las rutas del arte plástico. Era de maravillarse, al contemplar sus dibujos (ejecutados a veces con un solo color y sirviéndose del más pobre instrumento, un simple lápiz negro), cómo conseguía manifestar la sensación de colorido en las carnes. Y, por añadidura, logrando la más perfecta expresión de las cualidades y naturaleza de la materia que pintaba. Hasta el punto que, refiriéndose a los tejidos que aparecían en sus dibujos, se llegó a decir que “cada fabricante podía llegar a reconocer cual era la tela de su producción”. Precisamente mi padre dejó en Tolosa muy nutrida muestra de sus retratos y son innumerables las familias que ostenta en sus casas pinturas suyas. Podemos decir que entre las más distinguidas no faltan retratos en ninguna: las de Irazusta, Ruíz de Arcaute, Elósegui, Doussinague, Arsuaga, Calparsoro, Aristia, Azcue, Iñurrategui, Bandrés, Zavala, Goiburu, Aramburu, González, Limousin, Gorostidi, Goñi, Hunolt, Lardie, Mocoroa, Olarreaga, Recondo, Salterain, San Gil, Hekneby, Schanabel, Urquiola… y un largo etcétera.
Pero volvamos a don Gregorio. Como ya hemos mencionado, es natural de Zarauz. Nació en la calle San Francisco, esquina Ciordia, el 12 de marzo de 1902. Sus padres estaban accidentalmente en la villa costara, pues, aunque el estudio lo tenían en Hernani, la nobleza veraneante y residente en Carnuz constituía una buena fuente de trabajo para el retratista.
—Me hace mucha gracia cuando hay gente que me dice: Ay, si yo hubiera recibido la instrucción suya”. Nadie sabe que sólo asistí, escasos meses y en días muy alternos, a una escuela elemental de estudios gratuitos y primarios. Era la escuela Municipal de San Sebastián, regentada por Don Tomás Calabla, en la calle Urbieta. Lo suficientemente alejada de la casa que entonces ocupaba mi familia, en el barrio de Ayete, como para que unas veces por el mal tiempo, o por otras mil razones, dejara de acudir a la clase con excesiva frecuencia. Al paso de los años, ayudado por otros condiscípulos de esa época, como los Murillas, Turrillas, Gorochateguis, etc., organicé un homenaje al citado profesor. Resultó todo un éxito, dignándose en presidirlo el delegado de Instrucción Pública, don Alfredo Laffita. En esa fecha pergeñé un retrato de don Tomás Calabia que publicaría "La Noticia” con un caluroso artículo. Pero, volviendo atrás, diré que mi formación se debe únicamente al ansia de saberlo todo, de leer cualquier papel que caiga en mis manos y, muy especialmente, si se refiere a la historia de Guipúzcoa o de alguno de sus pueblos o de sus hijos ilustres. Y de esta forma extraigo lo que luego llevaré al papel o al lienzo.
Hombrados Oñativia, no bien había cumplido los once años, se lanza decidido a la aventura de la vida. La profesión de su padre es lo suficientemente bohemia como para que, a veces, falte el “numerario” en casa, Y el joven Gregorio, decidido a no depender de nadie, antes bien a ayudar, en la medida de sus posibilidades, comienza a ganar su "sueldo” en los más variados oficios. Y con el mismo afán bohemio, por supuesto, que había conocido en su progenitor.
Sus primeros cuadros
La pintura le tira desde el principio. Recorre los pueblos y realiza retratos a particulares, generalmente dibujados a lápiz o a acuarela. Y revisa todo lo revisable en los archivos parroquiales o municipales, lo que le anima a emprender dos obras monumentales: "La historia del arte en el País Vasco" y "Diccionario artístico vascongado”, en las que aún hoy sigue trabajando.
—A los trece años pintó la batalla de Rie-Winchelsca, entre las escuadras de Inglaterra y Guipúzcoa”, así como “Firma de la paz entre Inglaterra y los puertos guipuzcoanos, en el coro de la iglesia de Fuenterrabia”… Con ellas se puede decir que inició la serie de “Hechos memorables de la historia de Guipúzcoa”. Y un año antes, en 1914, hice los esbozos de lo que más tarde iba a constituir la bien nutrida “Galería de guipuzcoanos ilustres”, dedicados los primeros a Miguel López de Legazpi, colonizador ejemplar de Filipinas, y a Domenjón González de Andia en las Juntas de Uzarraga (1481). De esta serie habré pintado unos cuatrocientos personajes y de los "Hechos Memorables", unos doscientos y pico. ¡Como no he dormido en mi vida, trabajaba día y noche...!
Cuadros históricos que, como es lógico, le han dado poco dinero, pues sólo vendió algunos para reproducir en almanaques o los realizó por encargo de ayuntamientos y otros organismos oficiales (como el de Alfonso X concede la Carta Puebla a Tolosa, que se conserva en el Ayuntamiento de la villa).
Posteriormente, en 1916, pinté una serie de damas de la mitología vasca, y, en 1917, ya con quince años de edad, tuve los primeros encargos de pinturas, como “La aparición de la Virgen de Aránzazu a Rodrigo de Balzategui”, costeado junto a otros dos, por doña Lola Ortiz de Zárate. Durante esa época realice varios encargos parecidos, todos de carácter religioso, sin dejar nunca de hacer retratos, que son los que me proporcionaban la principal y casi única ayuda crematística.
La Prensa pronto se hace eco de las cualidades del joven pintor. Y ya nunca le dará de lado. Le animan y le orientan, como "Orfeo" y Gorrocha, en "La Voz de Guipúzcoa”, Mariano de Ondarreta, Iñigo de Andía, José Gabilán, Juan de Hernani... Su fama, incluso, salta de Guipúzcoa. En Valencia se habla en los periódicos de él. También en Burdeos. Y en Barcelona... aquí, los rotativos "La Solidaridad Nacional"' y "La Prensa" llegan a reproducir y comentar más de quinientos cuadros suyos. Incluso le llaman a "La Prensa" para que ejerza la crítica de Arte, labor que desempeña durante un año. Sus cuadros y trabajos literarios o históricos se menudean también en periódicos de la capital: “ya”, “El Alcázar”… Pero a uno de los escritores a quien Hombrados Oñativia recuerda con especial cariño es a un eminente tolosarra, don José Aristimuño (“Aitzol”), quien le orientó e influyó en su obra, por medio de elogiosos comentarios y llegando a popularizarle el sobrenombre de “Fundador de la Pintura Histórica Vasca”. En 1932, el día 17 de abril, “Aitzol” firma por ejemplo, estas líneas en “El Día”:
"Ese pintor de carácter tímido y medroso que se llama Hombrados Oñativia, feliz creador de la pintura histórica de Euskalerria, recurrió a las viejas hojas de los anales patrios. En ellas, pacientemente, bucea con constancia para hallar los quilates del alma racial y trasladarlos después al lienzo, transformados por los colores de su paleta. Su documentación histórica es severa, a la par que copiosa…”.
Por esos mundos de Dios
Sin embargo, volvamos otra vez atrás. Estamos en 1919 y Gregorio Hombrados Oñativia, tiene pues 17 años. Acaba de terminar la I Guerra Mundial.
-Volví a Francia, donde ya antes había vivido con mis padres. Nos instalamos en un pintoresco pueblecito de Las Landas, Cauneille. Desde allí me traslado a las playas de moda para seguir haciendo retratos. Al aire libre, formando a mi alrededor los clásicos corros de curiosos de donde saldrá el siguiente encargo. Trato de seguir un curso en la Academia de Bellas Artes de Bayona, pero el trabajo me impide asistir a las clases. Sin embargo, su director, Louis J. Dupuis, se entusiasma por la “gran expresión de los rostros, especialmente de los ojos y gestos de la boca", escribiéndome una carta de recomendación para el más grande pintor vasco de todos los tiempos el genial bayonés León Bonnat. No puedo recibir muchas lecciones suyas, pero me sirve para aprender la existencia de un nexo racial en el vasco, modelado por dos educaciones artísticas como la francesa y la española, ambas tan diferentes, lo cual nos da interesantísimas posibilidades. Luego observaré las similitudes de Bonnat con Zuloaga¡ con el que le he parangonado a veces en conferencias y artículos. Y, entre tanto, las playas de Cannes, Saint Raphael, Saint Tropez, Juan Les Pins, Niza, Mentón, etc., siguen siendo mis mejores mercados como retratista.
—¿Hasta...?
—Hasta 1922, en que voy a Suiza. Hago el camino a pie, desde Milán a Domodossola y no desaprovecho un nuevo negocio que se me presenta. Hago retratos sobre el mármol de las mesas de los cafés. Luego era cuestión de partirlo en trozos y, claro está, indemnizar al posadero. Menos mal que allí el mármol es barato. Fueron 130 kilómetros en seis días, en los que andaba mucho, pero también trabajaba de firme. A medio camino, en el centro es un bellísimo lago, la Sociedad de las Naciones celebraba sus sesiones y al pasar yo, les pinté unas tarjetas postales que luego editaría una casa italiana. Hago también dibujos al humo: sobre mármol o platillos recubiertos bien de humo, con un palillo o cualquier otro instrumento le saco los blancos. En Basel (Basilea) realizo sendas acuarelas panorámicas, de cuatro metros cada una de dos importantes fábricas: la Sandoz y la Ciba, por el estilo de las que luego haría aquí: Patricio Echevarría, la CAF, El Cangrejo, la Unión Cerrajera, etc. De Suiza paso a Alemania. Allí estoy un día entero arrestado por las tropas inglesas de ocupación y sin culpabilidad alguna. Estaba en Domeplatz, desayunando en el hotel Savoy, cuando se produjo un tumulto callejero al paso de un entierro. Al parecer, un soldado limpiaba su arma en un piso, se le disparó y la bala atravesó el techo, con la mala suerte de que mató a una muchacha que estaba en el piso de arriba. Todo el mundo reconoció que no había voluntariedad alguna en el suceso, pero hubo alguien que quiso sacar partido y, cuando se organizó el tumulto en la calle, salí a ver qué pasaba y me encontré rodeado por la caballería inglesa. Resultado; hasta las ocho de la tarde en la comisaría y a medio desayunar... En otra ocasión, en otro lugar de Alemania, en Poznan (Posen, capital de la Pomerania) un grupo de gamberros, algunos de ellos de relevantes familias de la región, acabaron por romperme las pinturas que estaba realizando. Y resultó que, al ir a la comisaria, como nadie hablaba francés (el idioma en que yo me podía expresar), excepto un par de esos jóvenes distinguidos que se prestaron voluntariamente de "intérpretes", di con mis huesos en la celda otros dos días y dos noches. ¡Puede imaginarse, la versión ''particular" que darían a mis argumentos esos improvisados "intérpretes"!
Vuelta a Guipúzcoa
Después de su singladura por países europeos, Hombrados Oñativia regresa de nuevo a Guipúzcoa. En el inicio de les años treinta, pinta sus postales vascas, en las que además de ensalzar la belleza del paisaje reproducido, con unas breves líneas, Ias acompaña con la cabeza del tipo más representativo del lugar. Hace también unos plegables, de más de un metro de anchura cada uno, "Los maravillosos panoramas vascos". En el reverso de cada panorámica se reseñaban los pueblos, hechos históricos, buenos lugares de caza o pesca, platos típicos... Y también a caballo entre les años veinte y treinta, realiza los ya citados Mapas Ilustrados de Guipúzcoa, Vizcaya, Navarra y país vasco-francés, de los cuales sólo se editaron los dos primeros. Los elogios a estos mapas han quedado claramente expuestos al principio de este reportaje.
Afincado en Tolosa, a partir de 1929, entra como director artístico de las gráficas Laborde y Labayen. Ya allí antes le editaban algunos de sus trabajos, como las citadas postales vascas (1925), por lo que mantenía una constante relación con la casa.
—Primero me puse a vivir en el hotel Cielo Grande, recién adquirido por Víctor Cebario, quien era un gran cocinero y le dio un gran prestigio. Estuve hasta 1936. En esa época preparaba todo tipo de dibujos, desde anuncios comerciales hasta almanaques artísticos. Pero —dichosa política— debía haber quien no me veía con buenos ojos. Y es que yo nunca he pertenecido a ningún partido, pues mis aspiraciones eran otras. Por eso, por lo que me ocurrió, debo aconsejar a todos que tomen partido. Que no les ocurra lo que a mí, que como no era de éstos, me consideraban de los otros. Y los otros, como tampoco era de ellos, me consideraban de éstos. El caso es que a don Julio Zumeta, una excelente persona, director de las gráficas, le tocó la lotería. Y su cargo quedó vacante. Había entonces un tal don Dionisio Mendía, encargado de los talleres y que, dada su fuerza política, vio el momento propicio para hacerse con el cargo. Recuerdo que corría el año 36.
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