UZTURRE
El problema de las nacionalidades en la URSS (II)
En el marco del problema de las nacionalidades en la URSS, uno de los más serios de la política soviética, y como continuación al artículo de ayer, el autor analiza un período crucial en el que las tesis de Lenin chocaron con la forma de actuar del estalinismo.
En más de una ocasión ha dicho Mikhail Gorvachev que el problema de las nacionalidades en la Unión Soviética es de los que hay que tratar con sumo cuidado. Así lo ha hecho él en ocasión de las manifestaciones que el 23 de agosto de este año tuvieron lugar en las tres repúblicas bálticas, convocadas por los grupos nacionalistas en el aniversario del pacto Nazi-Soviético de 1939 que dio al traste con la independencia de Letonia, Estonia y Lituania. El problema no es únicamente en estas tres repúblicas. Existe en otras muchas con más o menos virulencia: el imperio de los zares fue conquistador de mongoles, tártaros, caucásicos, kalmakes, ucranianos, georgianos, armenios, turquestaneses. El imperio era una cárcel de pueblos oprimidos. Y lo sigue siendo en el imperio soviético. No hace más que un mes o mes y medio los tártaros de Crimea se manifestaron en Moscú para reivindicar el regreso a su patria de aquellos que en su día fueron brutalmente deportados por Stalin. El sentimiento nacionalista puede tener una gravedad extrema en un Estado como el soviético que es un hervidero de cien nacionalidades. Esto lo sabe Gorbachev y de ahí la cautela de la que ha dado pruebas en el caso de las manifestaciones en las repúblicas bálticas. No ha cometido por lo menos los errores de sus predecesores.
El problema de las nacionalidades no es de hoy. Ya a principios del siglo XX los pueblos dominados por Rusia bajo los zares empezaban a moverse. Cada uno por su lado pedía la independencia. Lenin no desperdició esta circunstancia. Y al célebre grito marxista de «proletarios de todos los países, uníos», añadió otro mucho más poderoso, dirigido a las naciones irredentas del imperio de los zares: «pueblos dominados, levantaos».
LENIN ganó así la primera parte de su grandiosa empresa. De las ruinas del imperio de los zares nació el Estado de los Soviets. De las antiguas posesiones rusas fueron naciendo gobiernos independientes, algunos afines y amigos en la doctrina, otros enemigos acérrimos del comunismo, y hasta un gobierno menchevique, como el de Georgia. Esto no le preocupó gran cosa a Lenin, por lo menos en el primer momento de euforia de la revolución triunfante. Además, a Lenin le interesaban muy poco las nacionalidades independizadas del imperio roto y disperso. Le interesaban mucho más los trabajadores de Europa. Estaba además convencido de que el fuego de su revolución, de la rusa, tenía que abrasar necesariamente al conjunto del continente europeo que acababa de salir del caos y del drama de una guerra que sembró de cadáveres los campos de Europa.
Pero ya en 1920 Lenin ve claro que no hay revolución europea, que tampoco hay revolución mundial, que lo que hay que hacer es afianzar la revolución rusa. Pero ¿cómo? La insuficiencia les rodea. Lenin y sus compañeros reconocen que el nuevo Estado Soviético no es capaz de subsistir por sí solo. Le faltan el trigo y el hierro de Ucrania, el petróleo del Cáucaso, el algodón del Asia central...
Lenin vuelve de nuevo los ojos a los pueblos dominados, a los pueblos que fueron oprimidos por el imperio zarista, a los pueblos que galvanizó con el grito de «pueblos dominados, levantaos». Estos pueblos se habían organizado ya en repúblicas independientes.
¿Cómo «recuperar» a las naciones emancipadas, cómo «recuperarlas» sin que la Rusia soviética vuelva a ser «prisión de pueblos» según la expresión de Lenin?
La «recuperación» cayó en manos de Stalin. Costó lo suyo. Hay una frase lapidaria de este último: «la autodeterminación ofrecida a las naciones en 1917 es una fase superada». En febrero de 1921 el ejército rojo invadió Georgia. Lo hizo a sangre y fuego. La «recuperación» se llevó a cabo brutalmente en todas las repúblicas independientes, sobre todo en el Cáucaso. Finlandia se salvó de la quema imperial. También los pueblos bálticos, aunque éstos momentáneamente. Y así vino en 1922 la segunda fase: la de la creación de la federación que incluía a todas las naciones del imperio disgregado en 1917...
Se comprende fácilmente el desencanto de Lenin, cuando enfermo y casi agonizante, descubrió el verdadero tipo de relaciones entre el centro y las repúblicas. Era el retroceso a la vieja situación de Rusia «prisión de pueblos», un cambio de nombre al imperio de los zares. En su testamento, que fue ocultado celosamente hasta el célebre Congreso en el que Khruschev, lo puso encima de la mesa para denunciar los crímenes de Stalin. Lenin hacía una terrible confesión: «soy gravemente culpable ante los obreros de Rusia de no haberme ocupado con la energía necesaria de la famosa cuestión de la autonomización, llamada oficialmente Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas». Para Lenin se trataba simplemente de una dominación y del triunfo del chauvinismo ruso.
DEIA (09 Setiembre, 1987)
Lenin fue un gran defensor del derecho de autodeterminación de las naciones y en sus polémicas con Rosa Luxemburgo de 1914 lo defiende maravillosamente. Ataca a Rosa Luxemburgo porque ésta denunciaba los excesos del nacionalismo polaco y Lenin le recuerda que menospreciar a los polacos es ponerse del lado de los nacionalistas de la Gran Rusia o de los de la Gran Alemania. Para Lenin el derecho de autodeterminación era como el derecho al divorcio: uno no desea que todos los matrimonios se divorcien pero se defiende este derecho para garantizar que un miembro de la pareja no oprima al otro. Además Lenin creía que en su lucha contra los zares se podía conseguir apoyos en las naciones oprimidas por San Petersburgo. De alguna forma Lenin estaba reconociendo como Marx que el nacionalismo de las naciones oprimidas era potencialmente revoluionario mientras que el nacionalismo de las naciones opresoras era reaccionario. De hecho él esbozó su teoría del Derrotismo Revolucionario: era mejor que Rusia fuera derrotada en la Gran Guerra porque de esta derrota vendría la caída de los zares. ¿Qué nacionalista ruso hubiera deseado la derrota de Rusia? Lenin fue muy avanzado en sus teorías.
Otro tema es que cuando llegó al poder se dio cuenta de que Rusia dependía de las materias primas que le daban las naciones conquistadas: el carbón ucraniano, el petróleo de Azerbaiyán, el manganeso kazako, etc. A partir de ahí vino la gran fantasmada soviética: darle un barniz federal a un estado que en realidad era terriblemente centralista. Sin olvidar el salvajismo con el que Stalin se ensañó con los ucranianos. Como siempre desde la oposición es fácil hacer proyectos idealistas que una vez en el poder son olvidados rápidamente. Pero en fin ya sabemos que la realpolitik acostumbra a ser muy cruel y a destrozar los ideales más elevados de la humanidad.
Publicado por: Señor Negro | 12/01/2018 en 11:12 a.m.