El bilbaíno anarquista que vagó por el mundo
Bueno, le llamaremos Miguel "Itxosua", aunque ese no es su nombre; después se verá porqué.
Nació en las siete calles bilbaínas, y se hizo anarquista: algo raro como afiliación, pero al fin y al cabo todos los vascos aventureros que andan rodando por el mundo tienen mucho de anarquistas. Porque Miguel es ante todo un aventurero. Le conocí hace algunos años en Santo Domingo; y le he vuelto a encontrar en el "Village" newyorkino.
Cuando llegó a Santo Domingo, el único periódico que allí se publica dedicó tres columnas y una fotografía a recoger el hecho; honor reservado de ordinario al pintoresco dictador y su ilustre familia. Pero es que no todos los días arriba un Robinson a aquella isla; y la suya fue digna de la pluma de Daniel Defoe.
Habían comenzado sus aventuras cuatro años atrás, cuando las primeras columnas de gudaris subieron hacia Otxandiano. Con ellas marchó Itxosua, en pleno ímpetu de los veintiún años; y pronto los galones de capitán dieron estado oficial al ascendiente que su vigor y recia responsabilidad le habían alcanzado en la barroca columna que se llamaba a sí misma batallón "Bakunin". De montaña en montaña, desde Euzkadi hasta Asturias, fue combatiendo con el arrojo de aquellos días, y uno de ellos hubo de hacerse cargo provisional del batallón. Sobrevino entonces la evacuación del norte, y Miguel fue uno de los pocos que consiguieron escapar.
Al llegar a Barcelona, en una oficina militar le preguntaron sus antecedentes: y como su último mando efectivo había sido de mayor, fue confirmado en el cargo y destinado al frente catalán de los Pirineos. Eran las mismas montañas que tan bien conocía, y allá marchó sin preocuparse de más. Aire y sol; riscos por los que trepar dando "irrintzis"; paz idílica tras los combates de antaño; un teniente que le ponía de vez en cuando papeles a la firma… Así daba gusto guerrear. No había más molestia que unos endiablados mulos que a todas horas se tropezaba por doquiera, ¿qué harían, Señor, qué harían por allí tantos mulos? Una mañana el teniente le despertó en su chabola de monte; un oficial de retaguardia quería verle enseguida; Itxosua salió soñoliento, con su barba de varios meses y traje de campaña; un capitán de impecable uniforme le aguardaba al pie de un automóvil, traía orden de detener al Mayor Itxosua y conducirle al cuartel general, ignoraba las causas; Itxosua pasó su vista por la corbata planchada del capitán, por su correaje lustrado, por la sortija que brillaba en su mano, pensó en sus barbas y pantalones cortos, volvió a mirar sus montañas por las que seguían cruzando mulos y más mulos, y subió al automóvil con el fatalismo que guiaba sus pasos. En el Cuartel General se aclaró el misterio; solo entonces supo que en Cataluña los mayores mandaban brigadas, y a él le habían conferido el mando de la intendencia de aquel sector pirenaico; sólo entonces supo que los mulos, aquellos dichosos mulos, estaban a sus órdenes directas; y había sido detenido precisamente porque en los documentos que a diario firmaba existían muchos más mulos que en las columnas que transportaban los víveres a las tropas de primera línea.
Cuando terminó la guerra civil, fue encerrado en un campo de concentración; pero por poco tiempo, bien pronto se escapó. Y durante algunas semanas permaneció escondido en una casa de Burdeos. Eran los días en que se preparaba la expedición de los pesqueros vascos, rumbo a Venezuela, la moderna expedición náutica con aureola de descubrimiento medieval; y al zarpar los barcos del puerto, Itxosua apareció como "polizón", polizón en un barco de doce tripulantes. Así se presentó en Venezuela, y sintió la llamada de la selva tropical.
En Caracas se le vio poco. Y por las bocas del Orinoco fue donde encontró al hermano de aventuras con quien concibió la genial empresa; sus detalles son tan vagos y discrepantes, que lo mismo asegura que pensaban dirigirse a Australia como a Miami; el hecho es que consiguieron un bote minúsculo, lo aparejaron con una vela y algunos víveres, y se hicieron a la mar sin brújulas, mapas, ni nada de eso, para qué, el Mar Caribe está lleno de islitas y en alguna irían a parar. Eran los meses de calma, y al llegar la noche amarraban el timón antes de echarse a dormir; tan sólo les preocupaba el agua que comenzaba a escasear, pues aquellas dichosas islitas del Caribe se negaban a dejarse conquistar. Una mañana se despertaron mordidos por el sol del trópico y los gritos estentóreos de alguien desconocido; su primera impresión fue de alegría, estaban varados en una playa y el problema del agua estaba resuelto; la segunda impresión fue más sorprendente, un negro armado de descomunal machete les amenazaba desde la playa, dando gritos, que les costó trabajo entender, y no por el idioma en que hablaba. Porque resultaba que habían ido a parar en la península de Samana, y un súbdito del generalísimo Trujillo, en guerra contra Hitler desde pocos días antes, les estaba haciendo prisioneros de guerra como primeras fuerzas expedicionarias alemanas desembarcadas en el país; hasta aseguraba que "aquello" era un submarino camuflado.
La intervención de otro vasco perdido por aquellas selvas como médico y casi mago —vasco tenía que ser para estar allí— aclaró el equívoco y les puso en libertad. Pero estaba de Dios que Itxosua tenía que conocer los dominios del Benefactor, porque apenas zarparon de nuevo, la calma se transformó en el primer huracán de la temporada, que les destrozó la vela y a poco más pone fin a la vida aventurera de nuestro hombre. Fue así como llegó de arribada forzosa al puerto de la ciudad capital, y los periodistas locales le llamaron Robinson.
Pero Robinson en su isla desierta tenía árboles y animales sin dueño, y en aquella isla casi todo era de Trujillo, y el resto de sus súbditos. Lo que complicaba bastante el problema alimenticio de cualquier moderno Robinson. Tanto que Miguel tuvo que dormir en la playa de Guibia, cuidando que no le viera el policía que a veces paseaba por allí. Y a la postre consiguió trabajo en la finca del dictador, por el que le pagaban veinte centavos al día y aún de esos la mitad se le irían en el "guagua" de transporte; naturalmente decidió hacer deporte y caminar a pie, aunque el ejercicio le despertara un apetito difícilmente aplacable con los víveres que podía comprar, en círculo vicioso que sólo resolvió a medias echándose a dormir bajo las palmeras cuando no había soldados a la vista.
Su suerte mejoró cuando alguien le consiguió trabajo en el almacén de un turco. Es verdad que el trabajo era un tanto irregular, pues a veces Itxosua se perdía durante varios días, al cabo de los cuales regresaba tostado por el sol; había andado a la deriva por las selvas y poblados cercanos a la capital, llamado por el impulso ancestral que, de repente le hacía salir de estampida. Algunos amigos se extrañaban de que el turco le respetara aquellas escapadas; pero es que no sabían que la hija del turco, con una dote segura de un millar de dólares, se había enamorado del blanco refugiado. Cuando Miguel se dio cuenta de aquello, salió una vez más de "escapada", pero esta vez no paró hasta la segunda ciudad de la República, situada en el otro confín de la isla.
Regresó pocos meses después, la llamada ancestral era más fuerte que nunca, y había decidido partir para la Argentina. Su decisión era tan firme que había dejado ya el trabajo, y traía consigo algunos ahorrillos para el pasaje. Le faltaba un detalle, el visado. Y mientras llegaba el visado, siguió recorriendo campos y ríos: cuando le llegó el visado, se le habían agotado los ahorros para el pasaje, y tuvo que trabajar de nuevo; cuando ahorró para el pasaje por segunda
vez, le había caducado el visado. Y es que la previsión y la burocracia son palabras sin sentido en la mentalidad de Itxosua, como los estadillos de mulos cuando era jefe de la intendencia pirenaica.
Fue por eso que decidió meterse como palero en un barco yugoslavo que había llegado a cargar azúcar. Ni siquiera preguntó a dónde iba, el caso era navegar, recorrer mundo. Cuando supo antes de partir que iban en convoy hacia Inglaterra, alguien, un político español prominente, le entregó una carta; debía entregarla a un ex Jefe de Gobierno refugiado en Londres; Miguel metió el sobre en el bolsillo y no se preocupó más del asunto; los que se preocuparon fueron los policías ingleses del puerto de llegada cuando la leyeron y encontraron la catilinaria más violenta contra la política exterior británica. Y Miguel fue a parar con sus huesos a una cárcel inglesa, hasta que se aclaró que no era un “rojo” peligroso, sino un aventurero en busca de horizontes.
Aquella desconsideración indispuso a Miguel con Inglaterra, y decidió no detenerse ni una semana allí; el primer barco con rumbo a América sería bueno; y así llegó otro día al puerto de New York. Mejor dicho, entretanto ha hecho un viajecito a México. Fue en los días que terminó la guerra mundial y se decía que lo de Franco estaba liquidado. Por entonces Itxosua trabajaba en una fábrica de armamentos californiana. Cruzó pues la frontera mexicana, llegó a la capital, y se ofreció a los suyos para ir a luchar en las guerrillas; pero los anarquistas no consideraban digno de ellos el “organizar” nada, las cosas se hacen por impulso espontáneo cuando se presentan, ¿qué es eso de “organizar”? Los comunistas eran los únicos que "organizaban"; pero le pusieron como condición a Itxosua que se afiliara al Partido, y eso es realmente incomprensible para un anarquista de temperamento y aficiones. Itxosua decidió regresar a Estados Unidos. Y así lo hizo. Cuando se le pregunta cómo consiguió entrar y salir sin visados de ninguna clase, suele aclarar con la convicción que da la práctica reiterada: "Claro, si tú pasas por donde están los inspectores, te piden el pasaporte y el visado; pero si pasas por donde no te ven, nada te piden". Ahora se explicará el lector por qué prefiero llamarle "Itxosua".
En estos tres años, Itxosua ha recorrido los Estados Unidos; ha trabajado en una fábrica de guerra de California, ha tenido aventuras amorosas en Hollywood, ha sido grabador en New York, se ha hecho popular en los barrios bohemios. . . Cuando le volví a ver, trabajaba en un restaurant; tres co midas y buena paga, por arrancarle los rabitos a las fresas de restaurant. Naturalmente, su espíritu aventurero aguantó muy poco tiempo de rabitos. Y se lanzó en busca de nuevos horizontes; que descubrió en sus nuevas amistados del “Village". Itxosua se puso a escribir.
Nunca en su vida lo había hecho, la gramática y él estaban bastante distanciados; pero en su alma había fuerza, la misma que le arrastrada por el mundo, y lo que escribía, sin puntos ni comas a veces, tenía el vigor humano de lo sincero, de lo que ha sido vivido y sentido. E Itxosua encontró un Mecenas admirador que puso a su disposición una finca en la frontera del Canadá para que escriba; por allí anda.
Más no seguirá mucho tiempo. Cualquier día sentirá la llamada ancestral, y comenzará a caminar de nuevo. La última vez que le vi me decía que estaba cansado y su única ambición era llegar a un caserío de Gernika. Pero Gernika está lejos, y en el camino aún se tropezará muchos mares que surcar en bote velero, muchas fronteras que cruzar sin pasaportes ni visados, muchos corazones humanos con los que comulgar.
Miguel Itxosua, el aventurero vasco con alma de niño.
Por: Amurriolatra
Comentarios