La Sociedad Filarmónica de Bilbao saborea la mejor música de cámara desde hace 122 años. La entidad y su sede, la joya de la corona, son sinónimo de calidad
Nació hace más de 120 años, oficialmente en 1896, pero tuvo antes su albor en un extraño rincón de las Siete Calles, donde un puñado de músicos y artistas se reunían para disfrutar de la música. El Cuartito, lo llamaban. Era una habitación alquilada y forrada con telas pintadas por Anselmo Guinea, Ignacio Zuloaga o Manuel Losada. Ellos mismos acudían allí para disfrutar con las melodías que acariciaban sus amigos Juan Carlos Gortazar, Lope de Alaña y Javier Arisqueta, entre otros músicos. Estos tres hombres serían rebautizados tiempo después como Los Apóstoles. Fueron los que lideraron la fundación y puesta en marcha de un ambicioso proyecto que ha latido, nota a nota, hasta la actualidad: la Sociedad Filarmónica de Bilbao.
Carmen Iztueta se convirtió en la primera mujer en presidir la Sociedad Filarmónica y se enfrenta al apasionante reto de adaptar la entidad y sus infraestructuras a los tiempos que corren y sin perder un ápice de su solera. “Es una sociedad sin ánimo de lucro, es una sociedad filantrópica musical”, se apresura a recordar, “si ha llegado hasta nuestros días ha sido, fundamentalmente, por sus socios, por los aficionados a la música”. El apunte no es baladí, de hecho, antes de que naciera oficialmente la Sociedad Filarmónica ya existieron en Bilbao otras dos asociaciones similares, pero no terminaron de cuajar como la que ha perdurado hasta el Siglo XXI: “Los que la fundaron eran un grupo de melómanos bilbaínos que vieron la oportunidad de crear una sociedad que organizara una temporada de conciertos de alto nivel. Esto se ha mantenido a lo largo de este tiempo. Ahora estamos en la temporada número ciento veintitrés. Ininterrumpidamente se han organizado estos conciertos y lo que lo ha mantenido ha sido la afición por la buena música de Bilbao”.
Emiliano de Arriaga, sobrino nieto del compositor Juan Crisóstomo de Arriaga, se convirtió en el primer presidente de la Sociedad Filarmónica que encontró en el salón de actos del desaparecido Instituto Vizcaíno, sito en la actual Plaza Unamuno, el escenario perfecto para sus primeros conciertos. Pero aquello fue la chispa que prendió una hoguera mucho más grande de lo esperado. El respaldo de Bilbao a los conciertos de cámara fue tal que pronto se plantearon la necesidad de buscar un nuevo emplazamiento en el que desarrollar su programación anual. En 1902 se decidió comprar un solar en la calle Marqués del Puerto, en pleno corazón del Ensanche de Bilbao, y se encargó la materialización del proyecto al arquitecto Fidel Iturria, que dejó como legado una sala de cámara de planta rectangular y estilo modernista con inspiración francesa. La puesta de largo del nuevo auditorio fue el 26 de enero de 1904 y los asistentes pudieron deleitarse con un concierto de la Schola Cantorum de París.
“Por aquí ha pasado lo mejor de lo mejor”, apunta Iztueta, “estamos al nivel de grandes recintos de Londres o Salzburgo. Los intérpretes que vienen son los que hoy en día están actuando en las salas de primer nivel”. Estos ciento veintitrés años “han sido un camino sin altibajos”, no se puede destacar una época dorada de la entidad. “La oferta musical y de otras actividades culturales de Bilbao es inmensa”, advierte la presidenta, “es un milagro que vayas a uno de los treinta conciertos de la temporada y veas que la sala está casi llena. Esto es algo extraño, hay muchísima afición. Sí es cierto que hay un problema en la edad. Se necesita un relevo generacional y mejorar eso es uno de nuestros objetivos”.’
La sala de Marqués del Puerto es la joya de la corona de la Sociedad Filarmónica. “No es común que una sociedad filarmónica disponga de una sala de conciertos en propiedad como nosotros”, valora Carmen Iztueta, “eso es mérito de los socios que la han mantenido. No es nada frecuente, de hecho. En el resto del Estado han ido desapareciendo y quedan pocas. La verdad es que estamos orgullosos de la acústica de la sala. Llama la atención”.
Los músicos que la visitan no son insensibles a sus peculiaridades. “Ahora ha estado un chelista, Steven Isserlis, que había venido en 2002 y ahora ha vuelto encantado”, explica la presidenta, “se acordaba de cómo sonaba su música en la sala y que le sonaba de maravilla. Estaba encantado de volver, porque todos se sienten aquí muy a gusto. Cuando repiten, están encantados. De hecho, se esfuerzan, porque igual no les coge bien en la gira, pero intentan encontrar una fecha para volver a Bilbao. Nos transmiten que tocar en nuestra sala les gusta. Casi todos vuelven”.
SOCIO POR AMOR A LA MÚSICA
La Sociedad Filarmónica cuenta con cerca de ochocientos socios. Mitxel Carretero es uno de ellos. Se dio de alta hace cinco años, al jubilarse. Para él fue una oportunidad para reencontrarse con la música: “Yo hice solfeo y piano en el Conservatorio antiguo. Así que toda la música me gusta muchísimo, pero fundamentalmente, la música clásica”. Contrariamente a lo que pudiera parecer desde fuera, el coste que afrontan los socios no es tan elevado: “Cuando me hice socio era una cuota de socio soportable, unos 150 euros cada dos meses y vi que había una programación muy buena”.
Esa es la gran seña de identidad de la Sociedad Filarmónica de Bilbao: La calidad. “La programación es de calidad”, confirma Mitxel Carretero, “el otro día, por ejemplo, tuvimos un concierto de arpa y castañuelas que fue buenísimo. Y esta semana hemos tenido un dueto de piano y violonchelo buenísimo. La programación siempre ha sido muy buena, de calidad”. Pero Carretero también señala cuál es el gran desafío: “Si tú vas a un concierto, el 90% tiene más de 70 años. Si la gente joven no acude, esto se acaba. La música se acaba. Primero aquí y luego, poco a poco, en otro sitio. No hay seguimiento porque la enseñanza musical tiene que volver a los colegios y escuelas. Es fundamental”.
UN REPORTAJE DE ANER GONDRA
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