El cincuentenario del fallecimiento de Campión dio pie al articulista a recordarnos la dimensión política de este personaje, especialmente cuando coincide con el nacionalismo en 1901.
A Campión se le ignora. ¿Para qué discutir con él si sabe más que uno? Por el ámbito de sus conocimientos, su temática, el fuego de su léxico, la fogosidad de su defensa patrial, mejor pasarlo por alto, que no figure en el Parnaso de las letras hispánicas.
Y si un elemento quisling se fija en él más que para discutirle será para zaherirle, o si quiere dulcificar su píldora, dirá poco más o menos: «¡Qué lástima que este hombre no venga a la Corte, se consuma en casa!».
Es más que un político. Es un humanista vasco. Se mueve más allá del plano ideológico, involúcrase en medio de la sociedad, la suya, tratando de recuperar el alma del pueblo euskaldún.
Se le acusa de subjetivo. De pasional. De hacer política de las letras. Subjetivo. Lo es. Por eso es artista e interpreta la historia, embelleciéndola. Pero además es pionero de historia, atraviesa páginas a las que debe quitar el polvo, darlas un soplo de vida y lanzarlas contra ignaros y amnésicos; hay que reinterpretar e incluso corregir; no extrañe que aquel que no lee o tiene ideas preconcebidas antes de leerle, le acuse de muy personal. Posible. No excesivamente. O al menos encaja los golpes bajos sin montar en cólera. Como si los preveyera de antemano.
Reconduce la historia. Entresaca la participación vasca en esa película cortada que nos dieron los foráneos, ocupándose de Euskalerria y muy en especial de Navarra. Critica. No con dureza, sí con la rotundidez que da la certidumbre que se quería ocultar. ¿Intencionalidad preconcebida? Lo ignoro. Creo, en efecto, que su misión se reduce a dar a conocer la historia como debía ser contada desde su cosmovisión vasca, lo que informará a su política de presente.
Más de uno se preguntará si esto sucede así desde una cierta época de su existencia, ya maduro, después de una especie de conversión.
Quizá. La lectura, la investigación abren sus ojos a la otra realidad intrahistórica, enderezando los rasgos de su péñola. Lo sospecho. Es cambiante. Lo que significa que piensa. Él lo dice: «El que no varía o es un adoquín o es infalible».
Recuérdese su vocación republicano federal allá en su juventud. Su lucha en barricadas entre los voluntarios de la Libertad. Pasaría a sentirse fuerista en vísperas de la pérdida de la foralidad.
¿Después? ¡Qué remedio! A defender lo suyo con uñas y dientes.
Prensa: La Paz en Madrid. Libro: Consideraciones acerca de la cuestión foral y los carlistas de Navarra. Dese cuenta de súbito de que es vasco. Y ha de refundirse de la piel a la raíz en su ser íntegro, recuperar su lengua.
Atravesará una crisis, mostrándose antipartidista, acusando a los partidos de anarquía mental. Hay que orientar a Euskaria, transformarla como el metal pasando por el crisol. Destrúyanse aquellos, los unos por españoles, los otros por divisorios. Todavía en 1893 acude como diputado al Parlamento dentro de una candidatura integrista. Lucha en la Gamazada y es aquí cuando se aproxima a los amigos que llegan del norte.
Se encuentra con Sabino Arana del que hasta entonces no recibió más que rapapolvos por su gramática euskérica, su colaboración en cierta prensa y aún por sus dedicatorias.
Es en 1901 cuando coincide con el nacionalismo. Desde entonces multiplica sus escritos, sus declaraciones, se adhiere a todos sus movimientos culturales y aún políticos como el aniversario de Sabin, la reunión de Guernica de 1931, los Aberri Eguna, etc.
En aquel día de 1901 y en Guernica hace su profesión de fe nacionalista poéticamente. Con ardor. Con palabras nuevas tan necesarias en aquella época de luchas íntimas. Dice: «He buscado con ahínco una idea que se extienda como cielo cuajado de astros sobre los amores del patriota; una idea para quien las reivindicaciones del pueblo euskaldún sean un programa único, constante, insustituible; una bandera capaz de servir de sudario a los mártires, nunca de manto purpúreo a los concupiscentes; idea y bandera, que de suyo, repelan y sean incompatibles con las aspiraciones de los partidos que han dividido al país y convertidole en horda de cainitas que ferozmente se combaten, y descuidan las puertas por donde penetra el enemigo, si ellos mismos, perturbados por el sofisma y envenenados por la pasión, no desempeñan el papel del criado infidente que introduce dentro de la casa a los malhechores. ¡Esa idea, esa bandera resplandece y restalla en la Euskal Erria y se llama el nacionalismo».
El PNV le acoge entre los suyos. No le pide que coja el carnet.
Considéresele por encima de banderías, orientándolo. Ahora bien, el día que se le pregunte qué es, contestará como lo hizo a Gregorio Múgica en 1917:
—Quienes dicen que ahora es usted nacionalista, ¿tienen razón?
—La tienen quienes dicen que soy nacionalista desde hace muchos años.
ELIAS AMEZAGA
Deia (29 de Octubre, 1987)
A ver si en Nafarroa se enteran los de UPN, PP , VOX y adláteres ultraderechistas facciosos de que este señor era navarro. Tan navarro como cualquiera, incluso más que algunos que llevan su "navarridad" como bandera y ladinamente no son más que castellanos españolistas herederos de los conquistadores de Nafarroa en 1512.
Y este navarro era vasco, como lo es un bizkaino, un gipuzkoano o un labortano.
Publicado por: Silber | 01/30/2019 en 09:46 a.m.