Ha donado 15.000 libros a las instituciones vascas
Francisco de Abrisqueta ha vuelto a Bilbao para reencontrarse con su tierra, porque sus recuerdos están pegados al continente americano igual que la piel del cuerpo. En sus 50 años de ausencia ha traído un legado de 15.000 libros que -como un testamento anticipado- ha ofrecido a las instituciones vascas. 10.000 volúmenes a la Universidad de Deusto, al Parlamento vasco («una colección de 1.000 libros, la mayor de Europa, sobre Simón Bolívar, porque me enamoré de la figura de Bolívar, fue vicepresidente de la Sociedad Bolivariana y activista de su imagen hasta hoy»), a los benedictinos de Lecaroz y al Museo de Bayona. 3.000 libros sobre cultura universal, arte y geografía se han quedado en el municipio de Getxo («porque están haciendo una sociedad de estudios vasco-americanos») y el libro más antiguo y quizás el más querido lo ha regalado a la Diputación de Navarra -«se trata de una geografía de un autor romano del siglo XVI. La compré en Londres. Es bellísima, la más antigua de la Península, y en un apartado hay un pequeño diccionario con 22 palabras en euskera».
Por: Carmen Torres Ripa
Nació en la calle de la Amistad, en el número 6, en la casa que hizo construir su abuelo. Fue el tercero de cinco hermanos. Estudió en Santiago Apóstol y después en la Comercial de Deusto. Según le miro, veo los mismos ojos azules de su hermano Patxuco y, sin embargo, me dice Francisco que el auténtico Patxuco es él «porque mi hermano empezó a llamarse así de niño. Jugaba muy bien al fútbol y entonces Había un portero bueno en el Athletic que se llamaba Patxuco. Los compañeros comenzaron a llamarle así y a él le gustó y con Patxuco se quedó». Así, sin creerlo aún, parece que reentrevisto a la sombra del Patxuco Abrisqueta, que murió hace tres años y fue una institución en Bilbao.
Francisco es más serio, con pelo blanco bellísimo y una cadencia sureña al hablar deliciosa «cuando comenzaba a trabajar en el Banco de Vizcaya, recién terminada la carrera, me movilizaron para la guerra. Así mi nueva vida comenzó en Colombia hace 50 años. Tenía amigos de Deusto repartidos por México, Puerto Rico... Desde Bayona escribí cartas. Todos me acogían con cariño, pero elegí Colombia ya mi amigo Ricardo Montoya. Llegué el 19 de noviembre de 1937 y el día 20 estaba trabajando estupendamente. Bogotá era una ciudad bellísima de 328.000 habitantes, hoy hay seis millones.
Llegada a Bilbao
Fue pasando el tiempo, en una eterna espera al regreso, «quizás por eso permanecí soltero, siempre pendiente de la vuelta y perdí la posibilidad de casarme». Llenó su afectividad con gran cantidad de amigos, una vida social muy intensa, amor profundo comprando libros en París, Londres, Roma, Berlín... hasta coleccionar los 15.000 volúmenes que hoy ha regalado.
Desde la llegada a Bilbao -hace apenas unos meses- Francisco de Abrisqueta ha sentido el cariño y el reconocimiento de sus amigos. Como primer homenaje, el 11 de diciembre de este año recién terminado entró en la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País. En su lección de ingreso habló de los «Vascos en Colombia» y con la emoción de la añoranza y de ese no saber si está aquí o aún hoy allí, quedó su corazón, como un sabio alquimista funde sus recuerdos en un crisol y me habla de los vascos en América. Ahora, mientras el centenario del descubrimiento se va acercando a 1992, Francisco de Abrisqueta me cuenta que el vasco en el continente americano siempre se ha reencontrado «la presencia y la actuación de los vascos en el descubrimiento de América se dejó sentir desde los preparativos del primer viaje colombiano en 1492». Y con la evocación nos vamos a la nave «María Galanía», que guió Juan Vizcaíno, propietario de las tres naves de Colón. Saltamos páginas de historia y llegamos «al primer grito de rebeldía separatista que da estentóreamente Lope de Aguirre», como zócalos de una larga escalera va nombrando apellidos vascos que hicieron América: Berrio, Caicedo, Aguinaga, Velasco y Zúñiga Aranga, Goñy, Isaza, Londoño... «en todas las páginas de la historia colombiana, los nombres euskéricos siguen ocupando jerarquías de Estado, del Ejército y de la Iglesia».
El cura Santa Cruz y Gernika
Dice el maestro Guillermo Valencia en su himno de raza que «el canceroso pilar de Guernica, mil renuevos a América dio». Así Abrisqueta después de tantos años de exilio voluntario o involuntario -¡quién sabe ya!- me habla de cómo los vascos introdujeron hasta el juego de pelota en Colombia en las canchas que los religiosos de esta tierra construían en sus colegios, de los jesuitas Zamesa, Larrañaga, Gorostiza, Eguren, Múgica... Como una leyenda, me habla del padre Manuel Ignacio Santa Cruz Loidi -guerrillero carlista, más conocido por el padre Santa Cruz-: «En su casa cural de San Ignacio, su casa de misiones, que él levantó, falleció en 1926, a los 84 años. Allí está enterrado. Los naturales lo veneran como a un 'santón', le rezan y le encienden lamparitas frente a la lápida. Este culto de hace 60 años transmitido por generaciones preocupó a las autoridades eclesiásticas y de la orden, al extremo que sus restos, en secreto, fueron trasladados de San Ignacio a Pasto, para que la devoción desapareciera. De nada sirvió. Los campesinos del lugar caminaron en manifestación hasta la capital del Departamento reclamando y permaneciendo en demanda pública hasta que les devolvieron el osorio de 'Taita Manuel' y a 3.000 metros de altura, iluminados de antorchas, portaron en relevos a la iglesia ignaciana. Dentro del muro de la parroquia humilde, los indios quillacingas custodian las cenizas del guerrillero vasco de la última contienda carlista. Ellos no saben quién fue el cura de los zamarros y ruana, el cura de la corneta. Les dio un poblado, les levantó una iglesia, les enseñó a rezar y a cantar el himno al Santo de Loyola (no en euskera como se ha dicho, que don Manuel tenía muy olvidado su idioma nativo). Y eso basta para que lo defiendan».
Colonia vasca
Continuas generaciones de vascos van enriqueciendo el continente americano. En 1945, la colonia vasca donó a Bogotá un monumento dedicado a Guernica, obra de Jorge Oteiza, «con este motivo el concejo de Bogotá dio el nombre de Guernica a un pequeño parque bogotano. Bajo los árboles se colocó el monolito. Entonces era alcalde don Virgilio Barco, actual presidente de la República y descendiente directo de la familia Barco que dio alcaldes a Bilbao y apoderados a la Junta General de Guernica en el S. XVIII».
Y estos mismos miembros de la colonia vasca tradujeron al euskera «Crónica de una muerte anunciada» («Heriotza Iragarritako baten kornika»), de García Márquez, y la biografía de «Bolívar, escrita por Luis A. Bohórquez en edición bilingüe y... Pero con melancolía, Abrisqueta confiesa que en todos los tiempos aparecieron bohemios, trashumantes, vascos sin ley ni rey, soñadores, inventores de grandes imposibles, «los exploradores ocasionales de la jungla virgen que mascaron coca y agarraron horrendas borracheras con los brebajes rituales de los indios tribales de la Amazonia. Hubo el que entregó los tres cabritos para hacerse a la india guajira adolescente de túnica flotando al viento de la Sierra Madre. Son los vascos trotamundos, barragarris, que pasan como una novela subrealista. Ninguno de ellos representa al vasco prototipo de la emigración, pero son personas que dan gracia al paisaje humano del vasco-americano. El vasco modelo es el asentado, trabajador, responsable, honrado y leal que, con éxito o sin él, prueba fortuna valiéndose de su ingenio y su esfuerzo».
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