Aunque los de «Gerediaga» se han encontrado con la amnesia de casi todos los supervivientes.
Se celebró en 1987 en Durango el cincuentenario de los sucesivos bombardeos que se abatieron sobre la villa el 31 de marzo de 1937 y los cuatro primeros días de abril. Gerediaga Elkartea ha organizado los actos conmemorativos, con una muestra fotográfica que permanecerá abierta hasta el veinte del presente mes. Para reconstruir el caos de aquellos días, los de Gerediaga se han encontrado con la amnesia casi total de todos los que sufrieron aquellos bombardeos.
Quién sí tiene grabadas a fuego aquellas imágenes es don José María Dañobeitia, que fue capellán del Hospital-Residencia de Durango. En 1937, a sus 26 años, era capellán, con el grado de capitán, del batallón Otxandiano, en el frente de Markina.
-JOSÉ MARÍA DAÑOBEITIA: Yo comprendo la amnesia de la gente. Quienes vivieron los momentos del bombardeo bastante tenían con huir para salvar sus vidas o preocuparse de los muertos y la evacuación de los heridos. La poca gente que nosotros vimos por las calles iba como alelada y con el susto en los ojos.
—D.: ¿Por qué usted no se encontraba en Durango?.
—J. M. D.: Estaba en Markina, con mi batallón. Enseguida tuvimos noticia del bombardeo porque parte de nuestro batallón, que regresaba en un autobús tras disfrutar quince días de permiso, fue sorprendido por las bombas en Durango. Nos llamó el capitán que venía con ellos e inmediatamente, el comandante Koldo Larrañaga y yo salimos hacia Durango, donde llegamos a las 9,30, una hora después de iniciado el bombardeo. Entramos por Kurutziaga. Aquello era una carnicería: personas, animales, casas, todo destrozado.
—D.: Y los soldados de su batallón...
—J. M. D.: Con la idea de dar con ellos penetramos en la iglesia de los Jesuitas. Las bombas habían destrozado toda la bóveda y el altar. Un jesuita anciano, el P. Leiza, estaba recuperando las formas del Santísimo. Le reemplacé yo. A las 11 volvieron los aviones, pero no bombardearon. Caía un sol de justicia. Media hora más tarde, escoltados por la Ertzantza motorizada, trasladamos el Santísimo a la iglesia de San Francisco. La escena fue inmortalizada en una foto que dio la vuelta al mundo.
—D.: Tampoco las monjas se libraron de las bombas.
—J. M. D.: No, porque seguidamente pasamos por el convento de Santa Susana, con 11 monjas muertas.
—D.: Muchas veces empleamos la palabra «dantesca»...
—J. M. D.: Casi siempre sin propiedad. Lo dantesco hay que vivirlo, como en la plaza Ezkurdi. Existían allí unos retretes. Me repugna hasta contarlo.... (Le animamos). Bien. Parece que uno estaba haciendo sus necesidades al inicio del bombardeo. Oye, la metralla le arrancó todo el tronco. En el retrete sólo quedaron las nalgas.
--D.: Pasan las horas y encuentran 18 de sus soldados muertos...
—J. M. D.: Hubo un nuevo bombardeo y ametrallamiento por la tarde. Murió más gente. Fuimos al cementerio. «Euzkadi Roja» publicó una foto en que yo bendecía a los cadáveres, con el título: «Así son nuestros capellanes». Más vueltas por el pueblo y de noche subimos al cementerio, por si reconocíamos algún muerto más. Era de noche y no se podían encender las linternas por si los franquistas —que ya habían roto el frente— estaban cerca. Es entonces cuando vimos el espectáculo más fuerte de todo el día: ver en medio de la oscuridad cómo los vivos salían de los nichos y panteones. Se disculpaban: «Miren, nos hemos escondido aquí porque pensamos que el cementerio no lo bombardearían».
Por: José Luis Iturrieta
2 de Abril, 1987
Es curioso cómo Franco y su gentuza asesinaba curas y monjas y luego le paseaban bajo palio.
Tenía el h..de p..un confesor que compartía con él las meriendas en las que firmaba sentencias de muerte.
Catolicismo español.
Publicado por: CAUSTICO | 02/14/2019 en 11:54 a.m.