UN HOMBRE DE ACCIÓN EN EL DIQUE SECO
Juan Iglesias, ex-presidente del PSE-PSOE y consejero del Gobierno vasco en al exilio, confiesa que no se acostumbra a la inactividad de la jubilación.
La salita de estar del piso de la calle Zamácola está amueblada de bandejas de homenaje, libros de historia y fotografías de recuerdo. En una de ellas, Juan Iglesias conversa con Felipe González ante el rostro de Moisés de Enrique Múgica-Herzog. Una Camisa de franela a cuadros viste la figura compacta del veterano político, que conserva su corte de pelo rigurosamente castrense y ensaya una tímida sonrisa para posar. Han transcurrido cuatro años desde que cruzó la línea de sombra del retiro, y Juan Iglesias se sorprende de que en la misma semana le hayan solicitado dos entrevistas. «Pero, ¿pueden interesar a alguien mis opiniones?», pregunta ingenuamente mientras despeja la mesa para desplegar añosas instantáneas carcelarias y las falsas cédulas de identidad con el haz y las flechas, que encubrían sus incursiones clandestinas al interior en los años cincuenta.
-Después de haber pasado las cinco sextas partes de su existencia inmerso en el activismo político, ¿se acostumbra Juan Iglesias al paro forzoso de la jubilación?
-No, no me acostumbro en absoluto. Para pasar el tiempo, paseo por el monte, voy al cine una o dos veces a la semana, visito a mi única hija, que está casada en Francia y a mis tres nietos. Y en verano, solemos irnos a Benidorm, que es sitio al que va casi todo el mundo, y donde mejor se está. Pero un hombre como yo, que desde los quince años ha estado metido en fregados, no se acostumbra a ver las cosas como espectador; aunque sea de espectador interesado.
«No me arrepiento de nada»
-Cuando echa la vista atrás desde su forzada quietud, ¿qué le dice su corazón? ¿Piensa que ha merecido la pena reducir su vida a esa lucha?
-Es que lo volvería a hacer de nuevo. Mire, yo siempre he sido un protestón, un elemento temperamental y muy activo: donde quiera que esté no puedo pararme quieto. He sentido y siento muy profundamente las injusticias sociales, y no porque las haya sufrido directamente, sino por sentirme parte de la clase trabajadora y compartir su condición. No me arrepiento de nada. Al contrario, me gustaría tener veinte años, pero, claro, sabiendo todo lo que sé ahora, para servir; porque mi ideal ha sido siempre el de servir. Pude haber vivido desahogadamente y tranquilo, y, en lugar de eso, decidí pasarlo mal y cubrir justo las necesidades de casa, porque nunca he cobrado ni un céntimo de mi partido. Tuve muchas veces la oportunidad de retirarme después de haber cumplido con creces, pero no lo hice. No ha ido con mi temperamento quedarme en casa mientras los demás dan la cara y están trabajando.
-Y al final de todo, un homenaje y una pensión de jubilación.
-Bueno, yo tengo dos pensiones que me permiten vivir sin demasiadas apreturas. Una, como mutilado de guerra, por lo del brazo; y otra, de la administración vasca, por los diecisiete años que estuve de consejero del Gobierno vasco en el exilio.
-¿Qué pesa más en su balanza personal, la satisfacción por lo que ha hecho o la insatisfacción por lo que no ha podido conseguir?
-Es muy difícil que una persona que sea rigurosa se sienta completamente satisfecho. Por ejemplo, cuando termine esta entrevista, me sentiré enormemente insatisfecho, porque pensaré que no he sabido explicar correctamente todo lo que, durante la época de Franco, ha hecho mi partido, no yo, por devolver la democracia a este país. Y eso es lo que más me interesa.
-En ustedes, los veteranos militantes del exilio, se produce un fenómeno muy curioso. Suelen declararse no creyentes, pero sustituyen el culto a la religión en la que no creen por la devoción al partido al que pertenecen.
-Yo no soy un hombre muy religioso y no he practicado, pero respeto de siempre las creencias de los demás. Me basta con que me respeten a mí y me dejen tranquilo. La verdad es que no me agrada entrar en estas cuestiones, pero sí le diré que desapruebo la actuación de la Iglesia católica, porque históricamente siempre se ha colocado al lado de los poderosos.
-Me refería a que sienten el socialismo como una especie de religión secular y que se dedican a él como si fueran sacerdotes. Usted mismo ha dicho que su ideal ha sido el de servir a su partido.
-Sí, bueno, es que el socialismo y el cristianismo tienen lugares comunes extraordinarios. Y en el fondo, lo que buscan es lo mismo: la redención del hombre. La Iglesia dice que eso se alcanza en el cielo, pero yo no creo que Cristo pensara sólo en el cielo, sino también en las injusticias que veía que se producían en la tierra. Quizá sea verdad que hayamos vivido con una gran fidelidad a las ideas y, desde luego, con una gran disciplina. Yo, desde luego, no he hecho más que cumplir. En ocasiones, he creído no tener las condiciones intelectuales necesarias para ocupar un puesto determinado. Lo he expuesto así, aunque no me han hecho caso, y, claro, he aceptado, porque, para mí, las sugerencias del partido han sido siempre órdenes.
Las enseñanzas de la vida
-Con esa disposición tan servicial habrá tenido que tragar bastantes cosas con las que no estaba de acuerdo.
-Sí, he pasado bastantes malos ratos. Por ejemplo, la división del partido en 1972 me supuso un sufrimiento enorme. Sin embargo, fíjese, estando en la Comisión Ejecutiva y siendo muy amigo de Llopis, cumplí con lo que era mi obligación y con lo que había decidido el partido, que era celebrar el Congreso de Suresnnes.
-¿Se ha arrepentido de haber dejado la escuela a los trece años, de no haber podido completar unos estudios?
-Mire, yo he aprendido mucho de la vida, que ha sido una buena profesora para mí. He vivido con los ojos y todos los demás sentidos abiertos para entender lo que pasaba y he procurado también leer todo lo que he podido. Claro que me hubiera gustado seguir unos estudios como Dios manda, pero la vida es así: nací en una familia obrera, de lo que estoy muy orgulloso, y no pudo ser.
-¿Y no le hubiera gustado continuar en la política activa cuando los tiempos se pusieron de cara y el PSOE llegó al poder?
-Las ganas no me faltan. Lo que sucede es que los años no pasan en balde. Además, hubo varias razones. Por un lado, ya había pensado que al cumplir los setenta tenía que retirarme. Dese cuenta de que desde la niñez no he parado; no se trata sólo de la cárcel -porque allí se pasa mal, pero se descansa-, sino de las responsabilidades, de la clandestinidad, del exilio, que te hacen estar continuamente en movimiento. Eso, y una situación política que no me gustaba demasiado, me decidió a no continuar en el tercer Congreso del PSE-PSOE, a pesar de que me estaban animando a que continuara como presidente del partido en Euzkadi.
-Se lo pregunto porque cuando le ofrecieron en 1982 aquel homenaje en el cine Astoria hubo quien creyó que, más que jubilarse, a usted le estaban jubilando.
-Je, je. Pues no faltaría alguno que tuviera deseos de jubilarme. Yo he defendido siempre mis opiniones con la pasión que es conocida y eso ha provocado algunas veces enfrentamientos con la opinión de otros compañeros. Posiblemente, esos compañeros se han quedado más tranquilos al verme desaparecer de escena. Eso ocurre en todos los sitios. Pero la voluntad de retirarme era mía, sólo mía; que quede claro.
Demasiadas peleas bizantinas
-Quizá, lo que ocurre es que existe una barrera generacional entre los políticos de la guerra y del exilio y los que han culminado la transición democrática. Por ejemplo, usted siempre se ha llevado muy con los nacionalistas, mientras que no sucede lo mismo con los actuales dirigentes y con las propias bases del PSE-PSOE.
-Puede que sea así. Muchas veces he pensado que si Franco hubiera muerto veinte años antes, y la transición le hubiera tocado hacerla a la generación de 1933, a esa cantidad de gente extraordinaria que murió en la cárcel o en el exilio, los resultados habrían sido muy distintos y se habrían evitado también muchos enfrentamientos. Se lo voy a decir: una de las razones que, personalmente, me llevaron a retirarme es que no estaba dispuesto a enfrentarme con los nacionalistas cuando las cosas se enturbiaron. No quería enfrentarme con quienes había estado compartiendo la lucha contra el franquismo, las cárceles y los sufrimientos.
-De sus palabras se desprende que no tiene muy buena opinión de la actual clase política.
-No, ¡ojo!. No es que desconfíe de los políticos actuales, que los hay muy buenos. Es que creo que se producen demasiados enfrentamientos gratuitos. Yo recuerdo mucho a Indalecio Prieto y a José Antonio de Aguirre, dos hombres excepcionales, pragmáticos, socialista uno y nacionalista el otro, que lo dieron todo por sus ideas, pero anteponiendo siempre el interés de España y de Euzkadi a los intereses de sus partidos. Si la colaboración entre el PSOE y eI PNV se mantuvo durante el exilio, no entiendo por qué no fue posible al regresar, cuando el país necesitaba de todos nuestros esfuerzos para sacarlo adelante, moral y económicamente. Cuando toda esta labor está sin hacer, es ridículo enzarzarse en peleas bizantinas. Hay que pensar en lo fundamental, en resolver los problemas, y los partidos deben ser el instrumento para conseguirlo; y, si no, que se retiren.
-Entonces, estará contento ahora que su partido gobierna con el PNV en Vitoria.
-La verdad es que me he alegrado mucho, porque siempre he defendido que, si queremos hacer algo por este país, es necesaria la unidad con el PNV. De todas formas, después de la división del PNV, me habría gustado que también estuviera en el Gobierno Eusko Alkartasuna y Euskadiko Ezkerra, porque creo que Euzkadi necesita el consenso de estas fuerzas democráticas. Esto último no ha sido posible, pero estoy encantado de que haya resurgido la alianza PSOE-PNV y deseo que, a pesar de las dificultades, llegue a buen puerto.
“Vivir y ver vivir a los demás”
-Por el contario, estará sufriendo bastante al observar los conflictos internos del PSOE y el enfrentamiento entre el Gobierno socialista y la UGT. ¿Qué haría usted en una situación como ésta?
-Pues sí, estoy sufriendo mucho, porque todas las personas que aparecen enfrentados, aparte de compañeros, son amigos personales, con los que he convivido muchos años en la adversidad. Pienso que la UGT tiene razón en parte, pero en esta cuestión sólo puedo decir una cosa: Yo renunciaría a tener razón en una discusión antes que poner en peligro la unidad del Partido Socialista.
-¿Ha llegado a descubrir cuál es la enfermedad de Euzkadi?
-Sin duda, la violencia en todas sus manifestaciones. Yo he conocido a los que fundaron ETA, a Txillardegui, Del Valle, y, más tarde, a los hermanos Echave, a Txomin Iturbe, a cantidad de gente. Respecto a esto le voy a decir una cosa sin ambages: En la época de Franco, la violencia estaba justificadísima. Nunca estuve en contra de ella y, en lo que pude, ayudé siempre a esta gente. Pero hace ya muchos años que dejó de tener sentido, y hoy les digo que así no van a ninguna parte, que no hacen más que ensangrentar el país y llevar el dolor a las familias, que hay que entrar en el sistema democrático y jugar ahí sus bazas políticas.
-En el plano personal, ¿qué espera del futuro Juan Iglesias?
-Espero algo importante. Lo que más deseo es que se encuentre pronto una solución razonable y humana al problema de la violencia, porque la pacificación va a tener unos efectos extraordinarios para nuestro país en todos los sentidos. Eso es lo que espero, que haya paz y trabajo. Y en lo personal, pues vivir; vivir y ver vivir a los demás hasta que nos llegue la hora.
Regreso a Bilbao la Vieja
Después de más de cuarenta años de obligada ausencia, la nostalgia hizo regresar a Juan Iglesias a su barrio de siempre, al distrito de Bilbao la Vieja, donde nació y vivió en su juventud. «Pero me he encontrado con muy pocas personas conocidas», comenta, mientras evoca la modesta niñez del hijo de un recaudador de arbitrios municipales que abandonó la escuela a los trece años para colocarse de dependiente en una tienda de ultramarinos. Ese niño «un poco revoltoso», que guarda como mejor recuerdo de su vida el día en que se proclamó la II República, era a los quince miembro de las Juventudes Socialistas y a los dieciocho sufría en un buque-prisión la primera de sus cinco condenas.
Hecho prisionero en Orozko el segundo día del alzamiento franquista, pudo librarse de una condena a muerte, pero no de los disparos de una patrulla de requetés que le costaron la pérdida de su brazo izquierdo dos años más tarde, en la espectacular fuga del fuerte de San Cristóbal de Pamplona. Excarcelado en 1943, Juan Iglesias se incorporó sin transición a la labor clandestina de recomponer la estructura del PSOE y la UGT en el País Vasco, hasta que en 1947 tuvo que refugiarse en Francia. Durante el exilio fue el responsable de organizar los pasos clandestinos de frontera y ejerció numerosos cargos directivos en el PSOE y la UGT. Fue secretario del Consejo Consultivo Vasco y consejero del Gobierno vasco en el exilio. A su regreso a Euzkadi, ocupó la cartera de Trabajo en el Consejo General Vasco y, desde 1979 hasta su retirada de la vida pública en 1982, fue presidente del Partido Socialista de Euzkadi (PSOE).
Por: Emilio Alfaro
El Correo, 29 Noviembre de 1987
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