Hace ya cierto tiempo, en una charla dada en Alemania con motivo de la inauguración de una exposición de artistas vascos, dije algo tan trivial y a la vez tan verdadero como que al Pueblo Vasco allende sus fronteras no se le conoce como un pueblo aportador de cultura al acervo universal, sino más bien, desgraciadamente, por otros motivos que ahora no voy a tratar y respecto de los cuales habría, en algún caso, que analizar el porqué del tratamiento singular que les suele dar cierto tipo de prensa. Pero, dejemos este tema. El hecho es que el País Vasco vaya que sí es un pueblo aportador de cultura, pero que si nosotros, que somos los únicos interesados en ello, no lo pregonamos y proclamamos nadie lo hará por nosotros. Así sucede que, por nuestra desgraciada conformación geo-política, cuando una determinada figura vasca destaca y brilla en el panorama internacional por cualesquiera razones positivas, esa persona no suele ser presentada como tal vasco, sino como «español» o «francés», según los casos. Por el contrario, cuando el hecho motivador de la fama o de la noticia es de índole negativa, lo habitual es que aparezca como vasco, tanto sea ciudadano francés como español.
Porque, ¿qué pueblo del tamaño del vasco, que no llega a tres millones de habitantes, puede presentar en su haber el ser la cuna de uno de los más insignes hombres de la cultura del siglo XX, don Miguel de Unamuno? o del mejor escultor de los últimos tiempos, Eduardo Chillida, o por no seguir citando y ceñirme exclusivamente al presente siglo, de uno de los mejores, sino el mejor, músico del mismo, Maurice Ravel. Pero ésta es la realidad y podemos enorgullecemos de ello.
En 1987 se cumplió el 50 aniversario de la muerte de este gran músico paisano nuestro y creo que la ocasión para hacer recordar su vasquía y su amor a su tierra no puede ser mejor. Vayan, pues, estas líneas como un primer homenaje a él en este año.
Estamos en febrero de 1875, la joven esposa del ingeniero saboyano Pierre-Joseph Ravel, Marie Delouart, la de la casa de Sorrondo de Ziburu, a quien todos sus paisanos la conocen por el cariñoso nombre de «Mayi Ttiki» va a ser madre. Según ella misma dirá más adelante, quiere ser fiel a las tradiciones de su País, Euskalerria, y así se trasladará a su pueblo para traer al mundo ese primer fruto de su matrimonio. Y aquí, en Ziburu, Mayi Ttiki, el 7 de marzo de 1875 dará a luz un niño que a los pocos días será bautizado en la iglesia parroquial ziburutarra imponiéndole los nombres de Joseph Maurice. Pero la estancia del matrimonio Ravel en Ziburu no se prolongará, y al poco tiempo motivos profesionales del cabeza de familia obligarán a establecer la residencia en París. En este desplazamiento el joven matrimonio y el niño no irán solos, les acompañará, para ayudar a la nueva madre en sus quehaceres, una tía de ella, izeba Gaxuxa, la cual tanta influencia tendría sobre nuestro músico y a la cual él siempre llamaría cariñosamente «amaño».
Ya tenemos, pues, instalado en París el hogar en que crecerá el pequeño Maurice. El padre, como es natural, saldrá desde por la mañana temprano al trabajo y allí quedarán Mayi Ttiki y Gaxuxa al cuidado del niño, cantándole, habiéndole, mimándole en el acariciador euskara de Laburdi. Al poco tiempo de instalar el matrimonio Ravel su residencia en París, ésta se habrá convertido en una embajada de Euzkadi, en un pequeño centro de reunión de vascos, en el que, como dirá un habitual participante en aquellas tertulias: «eskuara baizik ez ginuen mintzatzen» (no hablábamos más que en euskera).
En este ambiente vasco, entre vascos, crecerá Ravel. Irá a la escuela, irá al conservatorio, alternará con sus compañeros en francés... Pero al llegar a casa tendrá a su amaño, tendrá a los amigos de su tierra hablandole en «eskuara». Y así, materialmente en París pero espiritualmente en Euzkadi, Maurice Ravel irá educándose y formándose, encontrará siempre puerto seguro a sus congojas y a sus problemas en Mayi Ttiki, en Gaxuxa, con las que según un testigo presencial se expresaba «eskuaraz, beti eskuaraz». Y éste será el cordón umbilical, el más firme que puede darse, que le mantendrá siempre unido y a la vez alimentado con el espíritu de su Laburdi. Hay una simpática anécdota sobre Ravel y el euskara que nos cuenta su biógrafo P. Narbaitz: «un día en el que tenían invitados en aquella su casa parisina, al venir la ama de la carnicería, sus hijos le preguntaron: Zer dira horiek? - Rognonak! (Riñones, en francés euskerizado) y Maurice se permitió rectificar a su madre diciéndole: «Oi ama maitea: Giltzurriñak!».
No es de extrañar, pues, que nuestro vasco Ravel al disponer de tiempo vuelva una y otra vez a su Euzkadi natal y pase sus vacaciones en Donibane Lohitzun, junto a su Ziburu, que establezca contactos con el padre Donostia en Lekaroz, que recorra la geografía vasca..., que se empape tanto de su tierra que tras una visita a Peñas de Aya nazca en él la intención de componer una obra dedicada en homenaje a Euzkadi y a la que titulará, aún antes de componerla, con el expresivo nombre de «Zazpiak bat», proyecto que desgraciadamente no se llegará a materializar.
L. Bandrés Unanue*
(*) Parlamentario vasco del PNV
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