Por: Manuel Irujo
La Península Ibérica reúne en su territorio varias naciones, distintas por su origen, idiomas, temperamento, cultura e Instituciones. El régimen que haya de aplicarse a esta realidad plurinacional habrá de adaptarse a la medida única de ser estable. Una democracia solamente se concibe cuando el escudo representa a la nación, no cuando la niega o la oprime. Por ello la península Ibérica, sin excluir a Portugal, deberá constituirse en un régimen de Comunidad de Naciones cada una de las cuales disfrute de soberanía y disponga de sus respectivos poderes legislativos, ejecutivo y judicial, ejército y representación internacional propios, dentro de un solo espacio económico, con una sola política general de defensa, y estableciendo garantías de solidaridad que afirmen con eficacia en todo el ámbito peninsular los derechos de la persona humana. Esa solución constitucional a base de libre determinación será la derivada de su historia, el reflejo auténtico de la voluntad actual de cada uno de los pueblos que cubren su territorio, y la que aconsejen las instituciones políticas más poderosas de la tierra, como el Commonwealth y la Unión de las Repúblicas Soviéticas.
El período de transición entre el régimen actual y la Comunidad de Naciones Ibéricas podría cubrirse dando posesión en cada país a sus respectivas instituciones representativas. Estas proveerían en el plazo más breve posible a la designación por vía democrática de sus gobernantes, ya la confección del estatuto de la Comunidad, sancionado por un pacto federativo.
Una dictadura militar es posible, pero no es aconsejable en manera alguna. El ejército sublevado contra el Estado, no "debe ser depositario de los poderes públicos a los que puso en vilipendio.
Entiendo que no debe intentarse un pacto entre los partidos, sino entre Ios pueblos. Cada uno de éstos últimos deberá reunir a los núcleos representativos de los diversos partidos: y el pacto habría de ser otorgado en tal supuesto, por las Instituciones nacionales resultantes.
La democracia es tanto más perfecta cuando las instituciones en que toma cuerpo viven más cerca del pueblo. La responsabilidad de cada nación peninsular en el empleo de su propia soberanía, sería el antídoto más eficaz contra el intento de segunda vuelta, y evitaría de raíz la posibilidad de que pudiera ser realizado en el futuro un nuevo pronunciamiento La libertad de conciencia, como todas las garantías inherentes a la persona humana, quedaría reforzada además por la solidaridad del conjunto, cuyo ejercicio habría de ser regulado en el pacto funcional de la Comunidad.
La Península Ibérica es en conjunto, un solo espacio económico. Ni siquiera es completo, pues que habría que aspirar a que ese espacio se prolongara más allá de los Pirineos, al menos hasta el Rhin si no podía abarcar la totalidad del Continente. La Comunidad Ibérica tendría además de la misión continental europea, la que determina la gran familia iberoamericana cuyo enlace con la Península solamente sería puesto en camino de perfección si los nexos que ligaran a sus pueblos fueran espirituales y económicos. La Península, por último, es barrera entre dos mares y puente entre dos continentes. La transformación del ancho ferroviario peninsular en normal europeo, la construcción del túnel submarino de Gibraltar y otras medidas complementarias habrán de ser acometidas para que la Península realice la misión que la
geografía la ha impuesto y de la cual le separó la torpe política secular en que el Estado vivió de espaldas a la nación y al mundo.
(De "El País", de Montevideo).
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