
Para sacar adelante algunas de sus obras contó con la ayuda de Juan de Zúñiga. En 1492 publicó la Gramática Castellana. Topó con la Inquisición y tuvo que protegerlo el Gran Inquisidor, a la sazón Cisneros. Dio clases de Elocuencia y Poesía en Salamanca
Cuando Antonio Martínez de Cala y Jarava, después de mucho estudiar, volvió de Italia «para desbaratar la barbarie por todas partes de España tan ancha y luengamente derramada», decidió bautizarse de nuevo. Y se puso Elio, en homenaje a los emperadores romanos de la Bética; Antonio, nombre también romanísimo; y de Nebrija, porque Nebrissa era el nombre latino de su ciudad natal, Lebrija. Así que, en lugar de Antonio Martínez El Lebrijano, adecuadísimo para cantaores flamencos y toreros de tronío, hoy debemos hablar de Nebrija, que tampoco está mal como nombre artístico.
El que en opinión de muchos debe ser considerado como el primer maestro en Humanidades fue uno de aquellos ciclópeos de la segunda mitad del siglo XV, feroces y sufridos, ambiciosos y patéticos, que labraron sólidamente - o eso creían ellos- el perfil moderno de la nación durante el reinado de los Reyes Católicos.
Nebrija tenía tanta conciencia española como apego a su patria chica, Andalucía, a la que gustaba llamar Bética y proclamaba con justicia como la primera romanizada -y civilizada- de las tierras hispanas. Era también de aquellos renacentistas que, siguiendo la estela de Petrarca, vieron que la civilización en lo que llamó Huizinga «el otoño de la Edad Media» precisaba ante todo la recuperación de la cultura clásica, donde yacían olvidados todos los saberes humanos y hasta las revelaciones divinales. Para ellos, el latín era la vía que llevaba a Jerusalén, Atenas y Roma. La raíz del árbol de las Humanidades.
Como típica y voluntariamente española, la de Nebrija fue una empresa nacional en sus fines pero individual, personalísima, en su ejecución. Lucio Marineo Sículo, el gran humanista italiano adoptado por los Reyes Católicos y que lo quería poco, dijo pensando en su libro más popular, las Introductiones de 1481, que España le debía tanto como los italianos a Lorenzo Valla. Bastante más porque suya es la Gramática de la lengua castellana, de 1492, primera de las publicadas en las lenguas romances, nada menos que 37 años antes de la italiana de Trissino, 44 de la portuguesa de Oliveira y 58 de la francesa de Meigret, como recordó Teresa Jiménez Calvente en un magnífico ensayo publicado por Historia 16 al cumplirse los 500 años de esa obra. Únicamente por ella, merecería ya Nebrija un puesto de honor en nuestra Historia y en la Filología universal. Pero es sólo una pieza de su gigantesca obra, escrita casi toda en latín, cauce universal de la naciente cultura nacional. El español debía hacerse a imagen y semejanza de su padre romano.
La obra de Nebrija se confunde con su propia vida, que empezó en 1444 y terminó en 1522. Sus padres, Juan y Catalina, eran gente del común, y él echó a estudiar, como quien dice a andar, en su natal Lebrija. De allí pasó a Salamanca, donde se le agotaron pronto maestros muy apreciados como el matemático Apolonio o los filósofos Pascual Aranda y Pedro de Osma. A los 19 años dio el salto definitivo a Italia, al colegio de San Clemente en Bolonia. Allí cursó Teología, Latín, Griego, Hebreo y «erudición en todas las artes liberales», léase Derecho, Medicina, Astrología, Matemáticas, Geografía, Historia y, naturalmente, Gramática, donde tuvo como maestro a Martino Galeoto.
El talento de Nebrija era apenas inferior a su afán de saber y éste sólo cedía ante su ambición, que era la de cambiar de raíz la enseñanza de las Humanidades en España, empezando por los viejos manuales latinos y por la cabeza: la mismísima Universidad de Salamanca.
Allí empezó en 1475 a dar clase de Elocuencia y Poesía. Al año siguiente, consiguió la cátedra de Gramática y emprendió la gran batalla para acabar con los pésimos textos que los estudiantes manejaban. Esta lucha contra la modorra intelectual y la burocracia profesoral, estudiada por Francisco Rico en su olvidado Nebrija contra los bárbaros, resultaría actual si alguna vez pudiera dejar de serlo. Pero además de los intereses creados de la tropa universitaria, el belicoso gramático tropezó también con lo que anunciaba el nombre completo de su pueblo, Nebrissa Veneria: el culto a Venus, su insaciable apetito sexual, poco compatible con una ordenada vida eclesiástica.
Casó Nebrija con Isabel Solís, que le dio seis hijos y una hija, pero no por ello encauzó su natural mujeriego, que él mismo reconoció alguna vez. Según la leyenda, no dejó de esparcir su simiente hasta el último día de su vida. Leyendas aparte, tuvo que mantener, sobre sus vicios, una familia harto numerosa que le hizo andar toda la vida aperreadísimo de dinero.
Esto explica que bajo la protección de Fray Hernando de Talavera, el confesor de la Reina, emprendiera trabajos de signo tan erudito como político, sin perdonar, ni hacerse perdonar, composiciones latinas loando todo lo loable.
En Salamanca empezó a editar una Repetitio tras otra, que eran manuales en buen latín sobre materias como Gramática, la pronunciación correcta del latín, el hebreo de las Sagradas Escrituras, los Pesos, las Medidas o los Números. Entre sus libros de divulgación y consulta pueden citarse los Aenigmata y el Lexicon juris civilis, de Derecho; la Isagoge Cosmographia; una Ortografía; la Tabla de la diversidad de los días y las horas, que permitía averiguar los horarios de toda España y Europa: la Muestra de Antig|edades de España, sobre arqueología y patrimonio artístico; y su hijo el impresor publicó póstumos, una Retórica, un libro sobre educación infantil titulado De liberis educandis y un comentario sobre Virgilio, para añadir a los que había hecho sobre la obra de Prudencio, Persio o Sedulio.
Para sacar adelante algunas obras, además del confesor Talavera, contó con la ayuda del secretario del Rey Miguel de Almazán, de Juan de Zúñiga, Maestre de Alcántara, y de Cisneros. A petición de la Reina, hizo una versión en español de sus famosas Introductiones latinas para que las mujeres metidas en religión pudieran «leerlas y entenderlas». Y en 1492 Talavera y él mismo presentaron a los Reyes la Gramática de la lengua castellana, a fin, decían, de llevar la religión y las leyes a las nuevas tierras y pueblos conquistados -el archicitado «siempre fue la lengua compañera del imperio»-, y ayudar a los que no dominaban bien el español, como vizcaínos y navarros, o a los extranjeros que lo desconocían y querían aprenderlo. Nebrija definió así su propósito: «Fijar y reducir en artificio la lengua patria que hasta nuestra edad anduvo suelta y fuera de regla y a esta causa ha recibido en pocos siglos muchas andanzas». De propina, publicó un Vocabulario Latino-Español y un Diccionario Español-Latín. ¡Siempre pensando en lo mismo!
Como escribía tanto faltaba a clase y acabaron echándole de la Universidad. Cuando quiso volver y opositó a una cátedra que tenía a sus Introductiones como texto, prefirieron a un bachiller, por humillarle. Fue la venganza de la piara académica por haber publicado que los profesores no debían ser vitalicios sino mostrar continuamente su capacidad de investigación. ¡Doctrina nefanda! Cisneros lo llamó para preparar la Biblia Políglota en su Universidad Complutense, pero Nebrija renunció porque se aceptaban los corrompidos textos de la Vulgata sin corregirlos a través del caldeo o el hebreo. Menos en serio se tomó su cargo de Cronista Regio: se limitó a poner en latín -y cobrar- la Crónica de Hernando del Pulgar. Lástima.
Topó con la naciente Inquisición y tuvo que protegerlo el Gran Inquisidor, a la sazón Cisneros. A cambio, Nebrija le mandó un libro con una dedicatoria contra el Santo Oficio que vale por una autobiografía: «¿Qué sino será el mío que no sé pensar sino cosas difíciles, ni acometer sino arduas, ni publicar sino las que me dan más disgustos? ¿Qué hacer en un país donde se premia a los que corrompen las Sagradas Letras y, al contrario, los que corrigen lo defectuoso, restituyen lo falsificado y enmiendan lo falso y erróneo se ven infamados y anatematizados y aun condenados a muerte indigna si defienden su manera de pensar? ¿He de decir a la fuerza que no sé lo que sé? ¿Qué esclavitud o qué poder es éste tan despótico?». Cisneros, ya por última vez, lo recogió en Alcalá, «para que leyese lo que él quisiese y, si no quisiese leer, que no leyese». ¡Nebrija sin libros! Iba ya cuesta abajo aquel hombre menudo, cenceño, de pierna flaca, voz armoniosa y pequeños ojos brillantes. Se le fue la memoria y debía dar clase con apuntes, pero siguió escribiendo hasta el final, «porque mi pensamiento y gana fue siempre engrandecer las cosas de nuestra nación». En latín había escrito antes: «Estoy en deuda con mi patria, pero ella me debe a mí más». Es verdad.
Federico Jiménez
(El Mundo, 23.11. 1997)
El humanismo fue una corriente de renovación cultural interesantísima. Caída Constantinopla en manos de los turcos empezaron a llegar a la Europa occidental muchísimos documentos clásicos, protegidos en las bibliotecas bizantinas durante siglos. Con ellos los cristianos católicos redescubrieron la sabiduría de aquellos romanos y griegos paganos que tanto habían ignorado. Los eruditos europeos se volvían clasicistas y el griego volvía a gozar del prestigio que había tenido en el mundo clásico. Se leía a Aristóteles, a Platón, a Polibio, a Plutarco y también a Cicerón y a Salustio. Cualquiera un poco educado tenía que dominar el latín y el griego. Y con todo eso Europa descubría que había habido vida antes de los cristianos y que los paganos tenían muchas ideas interesantes que ofrecer. Cicerón hablaba contra los tiranos, Tucídides criticaba la democracia ateniense y el gran Polibio elogiaba la combinación de monarquía, aristocracia y democracia de la república romana. De toda aquella pasión por los clásicos bebieron grandes pensadores como Erasmo, Locke o Montesquieu. Y de las ideas políticas de Locke o Montesquieu aún seguimos viviendo hoy en día. ¡Viva la Ilustración! ¡Vivan los clásicos!
Pero hubo otra rama de humanistas que se dedicó a observar y criticar los textos cristianos. Sabios como Erasmo o Lutero atacaron las interpretaciones que la Iglesia Católica hacía de las Sagradas Escripturas. Encontraron errores en las traducciones al latín de los textos griegos y con ellos pudieron atacar los dogmas católicos. Erasmo se retractó pues su naturaleza cobarde le impedía rebelarse contra el papismo. Pero Lutero llevó adelante su ataque contra Roma y terminó excomulgado. Lutero asestó un duro golpe al papismo y abrió muchas ventanas a la libertad de expresión. Fueron los países protestantes los primeros a reconocer la libertad de religión mientras los papistas seguían empeñados en quemar herejes.
Al final la Ilustración barrió con todo. Los ilustrados fueron atacados por católicos y protestantes pues su admiración por los clásicos les hacía ser muy críticos con los cristianos. El famoso historiador inglés Gibbons consideró el cristianismo como una de las causas de la caída del Imperio Romano y tachó a los cristianos de peligrosos fanáticos. Thomas Paine ridiculizó la biblia y por ello perdió muchos amigos en los Estados Unidos. Hoy en día afortunadamente Europa está descristianizada y con un poco de suerte los cristianos nunca volverán a tener el poder que habían tenido. ¿Ha ganado la Ilustración?
Por cierto, Erasmo no se atrevió a sumarse a Lutero y terminó en tierra de nadie. Se había mantenido fiel con Roma, a pesar de sus críticas mordaces contra Julio II, y atacó duramente a Lutero. Pero sus sátiras contra la iglesia papista llevaron a sus libros al índice de libros prohibidos. Durante siglos los católicos tuvieron prohibido leer a Erasmo. Y se dijo que Erasmo había abonado el terreno para Lutero. ¡Más le hubiera valido sumarse a Lutero! La Contrareforma fue algo brutal que la iglesia papista aún no ha superado.
Recomiendo a todo el mundo leer el ELOGIO A LA LOCURA de Erasmo. ¡Es una sátira tan divertida!
Publicado por: Señor Negro | 06/26/2019 en 10:54 p.m.
Buen comentario del Señor Negro.
Publicado por: CAUSTICO | 06/27/2019 en 11:34 a.m.