ELÍAS AMEZAGA
¿Cómo ven a San Ignacio los vascos? Últimamente se desdibujó su presencia. Ya no aparecen los clásicos artículos de prensa del 31 de julio con que mantenían vivo su recuerdo. Oteiza, firma influyente en la actualidad, no le ve prototipo de santo euskaldún, sí a Garicoits. Krutwig le acusa del espíritu mercantil de su tierra a diferencia de los castellanos, para quienes el comercio era algo degradante. Y todaría ayer, Baroja, ni en Javier ni en él ve de vascos más que el ímpetu fisiológico de una raza europea de capacidad natural, encerrada en un rincón del mundo, con un idioma milenario impenetrable a la cultura. Que no se sentían vascos sino ecuménicos. Lo que habrá que ver es si ambos concepios se contraponen o cabe, que aparezcan simultáneos.
No vamos a recorrer la película de su vida. Ahí está su obra. Una creación, la Compañía, con el sello de lo vasco y de lo universal, y después el buen número de vascos que le seguirían, el reconocimiento, por otra parte, de sus autoridades proclamándole patrón de Bizkaia y Guipúzcoa.
Tanto al firmar las constituciones de la Compañía como al pedir la legalización papal firma con Ignacio de Loyola para dar a entender cuál es su solar de origen. Y tal paso no se da sin una motivación seria.
Y conste que sus comienzos de vida discurren fuera, que le favorece poco su participación antinavarra en las pugnas de Navarra y Castilla. Se le absuelve, empero, por su actuación en los disturbios de Guipúzcoa por el nombramiento a la trágala del Corregidor Acuña, donde restableció la concordia.
A su ser vasco ha de incorporarse su idioma. A través de sus cartas cita frases sueltas. Leturia nos descubre la influencia de tal lengua en su sintaxis castellana, la usa allá en Azpeitia predicándola. En la Revista Internacional de Estudios Vascos, Plácido Múgica amplía el tema refiriéndose a los Ejercicios.
Ya va de camino a Jerusalén. Su hermano le favorece. Y cuánto otros vascos que cruza en su peregrinaje De vuelta de los lugares santos topa con un capitán entre Ferrara y Génova, al que traen su soldados presos. Le pregunta de dónde es, y en diciendolo exclama: «Yo soy de por allá, nací junto a Bayona». Y a los suyos: «Dadle de cenar y hacedle buen tratamiento». El mismo que le dará poco después Rodrigo Portuondo, general de las galeras de España, embarcándole para la península.
En Alcalá, Martín de Olave, vitoriano, le da la primera limosna. Diego de Eguía paramentos y candelabros, que con sus manos siempre abiertas para dar pasarán con rapidez a los más pobres. Ahí conoce entre otros al doctor Vergara, magistral de Cuenca, teólogo, y supongo que al alavés Araoz, otro compañero más de por vida.
Andando por París escaso de finanzas las busca en Brujas y Amberes adonde acucien, sin duda, mercaderes de su tierra. Más tarde éstos se la enviarían sin que haga acto de presencia.
Ahí convive con Francisco Javier, con Amador Elduayen, orgullo del colegio de Santa Bárbara, que un día desaparece yéndose tras él a servir a un hospital Por Rivadeneira sabemos que a un melancólico ahuyentó sus males cantando y bailando al uso de su país.
En volviendo a Azkoitia le salen a recibir los clérigos del pueblo. Ya es un hombre célebre. Llega en una cabalgadura más recio de lo que partiera. Escoge para vivir el hospital en vez de su casa familiar. Intenta reformar las costumbres. El día que se va, una vez más su hermano le viste, le da un caballo, cartas de recomendación y hasta fámulos a los que abandonará, huyendo a pie, a peregrinar de limosna, embarcándose en Valencia.
En Venecia conoce a los hermanos Eguía, ya de cierta edad, que entrarán en la Compañía, muriendo después santamente en Roma.
Entre sus biógrafos y estudiosos nombres vascos y jesuitas. El P. Menchaca que colecciona sus cartas, donde por cierto figurará una del obispo alavés Luco sobre la utilización del vascuence, Astrain, a la vez historiador de la Compañía, y multitud de monografías de Leturia, Marte, Larrañaga, Pérez Arregui, Pérez Goyena, Laburu, Gama Villoslada, sus obras completas en la BAC con Iparraguirre. Y en Euskera de José Ignacio Arana, Basurko, y Luis Mari Arrizabalaga.
En cuanto a escritores, a no olvidar los hostiles de Saint-Cyran a Don Pío, que estudia los jesuitas en su Vitrina Pintoresca. Unamuno, por contra, siéntese favorable en su primer artículo en El Nervión del 21-VII-1904 que repite suerte en Euskal Erria. En su Cancionero le admira junto a Zumalacárregui. En su Vida de Don Quijote parangona ambos caballeros andantes como inspirados por el Amadís, con una misma muerte «sin comedia alguna». En la República denuncia la pérdida de influencia jesuítica por no seguir a «aquellos dos espíritus vascos que fueron Iñigo de Loyola y Francisco Javier». (El Sol, 10-01-1932). Para Ormaechea-Orixe su obra legisladora, las Constituciones, se rigen por el amor. No se olvide que este poeta fue por un tiempo jesuita. Kiskitza ve en las páginas de sus Ejercicios un espíritu vivificador necesario a su generación para dar con los caminos de la existencia. Loyarte ve en él el carácter representativo del genio vasco, y en él se inspiran los poetas Iturribarría y Calle Iturrino.
Escriben con unción su vida Gaetan Bernoville, José María Salaverría, José Arteche, y en nuestros días Tellechea Idígoras.
También a los políticos interesa el santo. Pradera le dedica varios artículos en El Diario de Navarra y El Pueblo Vasco, Zugazagoitia en El Socialista, Mendive en El Liberal de Bilbao. De los nacionalistas, Sabino de Arana le consagra un himno. De su semblante le impresionan sus ojos. «Era en sus ojos donde brillaba, principalmente, la belleza de su alma: su mirada inspiraba respeto y atraía al mismo tiempo porque ostentaba a la par el poder y la ternura». Aguirre le dedica una conferencia en América y ve su figura excepcional y como muy mal conocida por sus coterráneos, animándoles a encontrar en ella los caracteres más representativos de su ser.
He aquí, en suma, un guión de arranque para ir colmándolo con nuevas aportaciones. Vale la pena en todo tiempo, máxime en vísperas ya de su Centenario.
DEIA (26, Diciembre, 1989)
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