En las minas de Saltacaballos nació uno de los grandes conglomerados empresariales de Vizcaya. Allí se iniciaron las inversiones de Sota y Aznar, decisivas para la modernización.
La inversión bizkaina en las minas próximas a Saltacaballos generó una de las explotaciones de hierro más importantes a fines del siglo XIX. Sitas en Castro Urdiales y limítrofes a Vizcaya, su producción llegó a ser comparable a la de las minas más ricas de Gallaría. Se llevó a cabo por iniciativa de Ramón de la Sota y Eduardo Aznar, que a finales de los ochenta iniciaron así una brillante carrera empresarial. Pronto se situarían a la cabeza de la burguesía bilbaína.
La puesta a punto de las minas de Saltacaballos fue tardía si se compara con la de los principales cotos de Vizcaya. La primera sociedad anónima destinada a trabajar los yacimientos de Castro Urdiales nació en 1886. Era la Compañía Minera de Setares, con un capital inicial de 275.000 pesetas, formada por siete personas: su principal promotor, Ramón de la Sota (por entonces tenía 28 años), José María Palacios, José del Cerro, Norberto Seebold, Benigno Salazar, Eduardo Aznar Sota y Eduardo Aznar Tutor.
Entre los Sota y los Aznar tenían 70 de las 110 acciones de la compañía, cuyo objetivo social era la explotación de la mina Ceferina del monte de Setares.
MINA EN ARRIENDO
Ramón de la Sota y Eduardo Aznar Sota fueron nombrados directores-gerentes para todo el período de duración de la sociedad. Tenían plena capacidad de gestión y percibían el 2,5 % de los productos brutos de la venta de mineral. El propietario de la mina Ceferina era el Inglés Juan Bailey Davies, que en 1885 la había arrendado a Sota y Aznar. Él cobraba 1,135 pesetas, por tonelada inglesa extraída, y, por el subarriendo, Sota y Aznar cobraban, a su vez, 25 céntimos por tonelada.
La nueva compañía se encargaría de la construcción de un ferrocarril, plano inclinado, depósito de mineral y embarcadero que partiendo de la mina fuera a parar al sitio de Saltacaballos. El tren y el pequeño puerto se terminaron en el 87 y por allí salió pronto un espectacular volumen de hierro: en 1895 se embarcaron 250.000 toneladas de mineral.
En las pequeñas instalaciones de Saltacaballos se embarcaba el hierro de la Compañía de Setares y de la Dícido Co. Ore. La cantidad equivalía a más del 5% del total que producía Vizcaya, aunque la explotación había comenzado sólo ocho años antes. El mineral de la Compañía de Setares se enviaba sobre todo a Gran Bretaña, aunque algunas partidas iban a Asturias. Glasgow (42 barcos en 1895), Middlesbrough, Stockton, Cardiff y Newcasttle eran, por este orden, los principales destinatarios.
Una nota singularizó pronto la gestión minera del grupo Sota-Aznar. Desde 1889 comenzaron a comprar y explotar sus propios buques. Contra lo que hasta fin de siglo sucedía en Vizcaya, donde casi todo el hierro se embarcaba en buques ingleses, los propios empresarios mineros se encargaban del transporte marítimo de hierro. En 1898 poseían ya un flota de 16 vapores: los Musques, Abanto, Ciérvana, Sestao, Santurce, Somorrostro, Poveña, Baracaldo, Albia, Begoña, Erandio, Portugalete, Deusto, Algorta, Plencia y Arminza.
Pronto llegarían a 25 barcos. Los vapores se administraban conjuntamente, pero por cada barco se organizaba una sociedad anónima diferente, con una gran difusión de acciones entre los vizcaínos. Los gerentes eran siempre Sota y Aznar.
Así, en torno a Saltacaballos se articuló uno de los sectores más dinámicos y rentables de los promovidos por el capital vizcaíno. Tuvo una modificación estructural en 1900, cuando Sota y Aznar compraron a Juan Bailey Davies la mina Ceferina. Para ello, promovieron una nueva sociedad anónima, la Compañía propietaria de la mina Ceferina, que se hacía con la propiedad de la concesión y la mantenía arrendada a la de Setares, que también dirigían.
UNA POLITICA AGRESIVA
La nueva compañía tenía un capital de 750.000 pesetas. La administraban los directores gerentes Eduardo Aznar y Ramón de la Sota, que percibían por ese concepto el 0,5 % de los productos de la nueva sociedad, además de un 4,5 %, que se les otorgaba como gratificación por fundar la empresa.
Sota y Aznar aportaron al capitalismo vizcaíno nuevos conceptos que contribuyeron decisivamente a modernizar nuestra economía a fines del siglo XIX: el recurso sistemático a la emisión de acciones, y su difusión en el mercado, para ampliar su capacidad inversora; una agresiva política que llevó a crear diversas compañías vinculadas a las minas de Saltacaballos; la construcción de un complejo entramado empresarial que rentabilizaba al máximo la extracción del hierro, pues sus sociedades edificaron un tren, un puerto, poseían el yacimiento, lo explotaban y, con una flota de su propiedad, transportaban el mineral a los puertos destinatarios.
Se forjó así un nuevo y moderno grupo empresarial, que pronto contaría con la participación en un banco - el del Comercio - impulsó unos astilleros — Euzkalduna— y una compañía de seguros, La Polar. Con el tiempo llegaría a crear la Siderúrgica del Mediterráneo, entre otras iniciativas decisivas para el desarrollo del capitalismo vizcaíno.
Por: Manuel Montero
(El Correo, 1 de Junio, de 1997)
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