Tras años de haberle, felizmente, perdido de vista, volví a ver en el Telediario de anteayer, a Fernando Abril Martorell.
Intervenía, con cierta contundencia, en las jomadas de la Universidad de Verano de El Escorial. Participaron también Guerra, Roca, Peces Barba, Carrillo..., los padres de la Constitución española, en el X Aniversario de su Promulgación.
No vi toda su intervención. Entré justo cuando decía: «...lo teníamos todo previsto. Pero no podíamos prever la muerte de don Juan Ajuriaguerra, ni que Arzalluz y Garaikoetxea anduvieran por los batzokis compitiendo sobre quién era más nacionalista.... Lo de los vascos era algo irracional. Y no había manera de afrontar lo irracional. Era un planteamiento de soberanía originaria. Algo histórico...».
La cita es lógicamente, de memoria. Pero absolutamente fiel. Porque sus palabras suscitaron en mí una oleada de recuerdos, amargos en su mayoría, del período constituyente.
Como se ve, nuestros planteamientos eran, para Fernando Abril, «irracionales». Chocaban con su «racionalidad». El y Alfonso Guerra consensuaron la Constitución. Los demás fueron meros invitados al postre. Y nosotros al café.
Nuestros amigos de hoy y de anteayer les dieron garantías de que se bastaban para controlar el proceso político en Euzkadi. Por eso, ni siquiera creyeron necesario que formáramos parte de la ponencia constitucional. Don Fernando Abril consideró más útil pactar con el PSOE la exclusión de la ponencia del profesor Tierno, entonces presidente del PSP y cabeza del Grupo Mixto con un diputado más que el Grupo Vasco, que atender nuestros planteamientos «irracionales» en el momento en que se gestaba el texto constitucional. Don Femando se decidió a invitamos al café del «consenso» cuando se persuadió de que el PNV no iba a apoyar la Constitución si no contenía los mínimos exigidos de «soberanía originaria», como dice él, sin saber a ciencia cierta el significado de tales palabras.
Porque, como me contestaba Manuel Fraga ante mi estupor por el desprecio de la historia de que hacía gala el señor Abril en un proceso constitucional de la importancia de aquél: «desprecian lo que ignoran».
Desprecio por la historia y desprecio por las personas. Cuando nos convocaba a la hora que le daba la gana, a las tantas de la madrugada o a mediodía, a nosotros «los irracionales», y nos hacía salir por la puerta de atrás del edificio de Presidencia de la Castellana, para acto seguido filtrar «su» versión a la prensa que esperaba en la puerta principal y acusamos encima a nosotros de habernos ido de la lengua... O como en aquella madrugada en un piso del barrio del Niño Jesús, en un acceso teatral de cólera lanzaba su manojo de llaves contra la pared. Jamás he sentido tanta rabia.
Jamás nos sometió nadie a tanta indignidad. Mientras nos preguntábamos a nosotros mismos si procedía mandarle a donde se merecía y largamos sin más, o aguantar. Y aguantamos, porque sabíamos lo que allí se jugaba y él no.
Sería larga de contar aquella otra indignidad de Fernando Abril. Cuando la negociación de nuestra Enmienda Adicional a la Constitución en la antesala y sala de ministros del Congreso de los Diputados. A través de Alfonso Guerra nos pasó cuatro fórmulas alternativas, escritas de su puño y letra, para que aceptáramos una de ellas. Elegimos una, y al poco rato volvió Guerra sorprendido porque pedía una nueva modificación de lo que él mismo había escrito y ofertado. Luego nos enteramos que había empezado a estampar su firma junto a la mía debajo de su fórmula. Y tras el subsiguiente escándalo, se hallaban reunidos en La Moncha preocupados de que el papel de marras hubiera podido caer en nuestras manos con su media firma. Cuando se presentó el difunto Chus Viana, quien, al enterarse del motivo del nerviosismo de los reunidos, sacó triunfalmente el papel de su bolsillo y fue premiado con grandes abrazos y el alborozo general
Así era como Femando Abril intentó «racionalizar a los irracionales». De quienes, por cierto, jamás podrá contar un solo caso de indignidad, de interés particular, de corrupción o de cambalache.
Sería un par de semanas antes del 23-F. Suárez había dimitido, se preparaba la investidura de Calvo Sotelo. La víspera de la visita del Rey a Gernika cenábamos en el palacio de Santa Cruz con tres ministros de UCD. De aquella UCD que se debatía en las querellas intestinas que la llevaron al desastre.
En aquella larga conversación en la que tratamos de la postura del PNV en la votación de investidura, me referí a sus conflictos, a los que califiqué de perjudiciales para todos. Y les aseguré nuestro absoluto respeto y no injerencia en los mismos. «No queremos comportamos como lo hicisteis vosotros en nuestra reciente crisis interna». Y, uno de ellos, Pío Cabanillas concretamente, dijo: «Sí, son cosas de Femando».
Lo que Cabanillas llamaba «cosas de Femando»,, fue una descarada intervención del Gobierno de UCD en el primer asalto interno en busca del control del PNV.
Por una filtración cayeron en nuestras manos una serie de informes sobre la situación interna del PNV y modos de intervenir en ella, apoyando política y económicamente a unos en contra de otros.
Por una casualidad llegamos a conocer los números de cuentas bancarias, los intermediarios y la cantidad (más de 40 millones de pesetas en esa ocasión), que Abril Martorell puso a disposición de quienes, apoyándose en descontentos e incautos, llevaron aquella operación desde dentro y fuera del PNV.
Fue entonces cuando se empezó a hablar de conflictos Arzalluz-Garaikoetxea. Habían esperado, preparados, a la muerte de Juan Ajuriaguerra para comenzar su operación. Que, por cierto, estuvo a punto de tener éxito en base a nuestra ingenuidad y buena fe. Y si alguien duda de esto estoy dispuesto a proporcionarle las pruebas que por entonces llegaron a nuestras manos.
Así fue como Femando Abril combatió con planteamientos «racionales» nuestra «irracionalidad».
Alguna vez he contado esta anécdota. Pero viene al caso repetirla. Iba yo por la mañana por La Castellana, tropecé con Miquel Roca. Al verme se echó a reír y me dijo: «Vengo de estar con Femando Abril. Lo estáis volviendo loco. Dice que sois monomaniacos. Si estáis con la amnistía sólo queréis hablar de la amnistía. Si con el concierto, sólo tratáis del concierto. ¡Pero hombre, si hasta fulano termina aceptando dinero!».
Fulano era un conocido dirigente de un partido de izquierdas. Era tanto como decir que no sabíamos negociar. Que no encajábamos en el modo de hacer política de Abril Martorell. En la política de «zoco», de la rebaja, del trueque, del guiño y de la componenda.
No nos podía entender Femando Abril. Y no porque nuestro planteamiento fuera «irracional», sino porque no fue capaz ni siquiera de intuir la carga de angustia con la que nos presentábamos en Madrid, acuciados por la situación de nuestro pueblo al que nos proponíamos sacar del atolladero de violencia y de crispación en que la había sumido la feroz represión de la dictadura.
Pero tampoco hoy nos entiende Abril Martorell. Cuando anteayer terminaba su perorata televisiva diciendo que ahora «nos habíamos racionalizado» demostraba que sigue sin entendemos. Porque hoy como entonces, el problema de fondo sigue sin estar resuelto. Y si ayer lo nuestro era para él «irracional», hoy lo sigue siendo en igual medida, aunque él crea lo contrario.
(Deia, 7 de Agosto, 1988)
Nadie se acuerda ya de Abril Martorell.
Hispanistani radical esclavo de las órdenes del ejército,la banca y depredadores de altura.
En cambio Don Arfonzo ahí sigue agazapado viviendo de las rentas obtenidas a cambio de traicionar a todos.
Publicado por: CAUSTICO | 08/05/2019 en 09:30 a.m.
La historia se repite a lo largo del tiempo. Es bueno conocer cómo se movían, y quizás se sigan moviendo, en los pasillos de la Corte de Madrid.
Publicado por: Iñaki Rica Oliden | 08/05/2019 en 06:40 p.m.