La inserción del País Vasco dentro del entramado constitucional fue uno de los grandes problemas políticos del XIX. Se planteó con toda su intensidad tras la I Guerra Carlista, en 1839. La Constitución vigente, la de 1837, representaba el triunfo de la revolución liberal. Pero ésta había sido contestada en las provincias vascas por amplios sectores, los que tomaron las armas para defender el carlismo.
Además, la guerra había terminado en un pacto, el Convenio de Vergara. Estipulaba que «el Capitán General D. Baldomero Espartero recomendará con interés al Gobierno el cumplimiento de su oferta de comprometerse formalmente a proponer a las Cortes la concesión o modificación de los fueros». Pese a tan enrevesada redacción, se deducía que algunos fueros subsistirían. También que en el País Vasco se impondrían los logros liberales, pues establecía la autoridad suprema de las Cortes constitucionales.
Fueros y Constitución: el antagonismo entre ambos conceptos no puede entenderse de forma lineal. El carlismo había defendido los fueros como representación del mundo tradicional, del Antiguo Régimen por el que luchaba. Frente a ellos, los liberales vascos defendían la Constitución, pero también la supervivencia de algunos fueros. Y eso. pese a que la Constitución de 1837 no permitía acoger legislaciones excepcionales como las ferales.
Su artículo cuarto, por el que «unos mismos códigos regirán en toda la Monarquía», no dejaba espacio para diferencias regionales. Pero algunas circunstancias desaconsejaban a los progresistas, entonces en el poder, imponer la uniformidad política. Estaba el compromiso con el carlismo, que había puesto fin a la guerra. Era ambiguo, pero de él se infería que algunos fueros tenían que conservarse. Estaban, también, los liberales vascos, protagonistas de la guerra y única fuerza con la que contaba el nuevo régimen para asentarse en un País Vasco en el que abundaban los recelos ante las innovaciones. Inevitablemente, los progresistas debían darles alguna satisfacción.
Amor a los fueros
El liberalismo vasco rechazaba la eventual abolición de los fueros. En septiembre de 1839 los bilbaínos dirigían un manifiesto a las Cortes y lo dejaban bien claro. Afirmaban que «el amor a bs fueros es en Vizcaya un sentimiento casi tan natural como lo es al hombre el instinto de conservación». Tras esta declaración de principios venía la argumentación política. Los burgueses bilbaínos exponían que «también nosotros somos vizcaínos, y aunque menos numerosos que los que siguieron el bando de D. Carlos, hemos derramado bastante sangre».
No eran, pues, «dignos del castigo que se nos impondría con la privación de nuestros fueros». Los liberales vascos habían mostrado reticencias ante algunas facetas de la foralidad -las aduanas interiores o el régimen electoral, por ejemplo-, pero no se recataban en pedir a los diputados que «voten la conservación de los fueros de las Provincias Vascongadas». Para ellos, dé lo que se trataba era de mantener las peculiaridades torales que no impidieran avances liberales.
El problema era, pues, complejo. También lo fue el proceso político que siguió. Se inició poco después de acabada la Guerra Carlista, cuando se discutía en Cortes la modificación de fueros. El 25 de octubre de 1839 promulgaron la ley que abordaba la cuestión foral. Adoptó una fórmula -»se confirman los fueros de las Provincias Vascongadas y Navarra sin perjuicio de la unidad constitucional de la monarquía»- que no resolvía los problemas derivados de la vigencia de un régimen constitucional mientras subsistía la foralidad. ¿Cómo se entendería la compatibilidad entre los fueros y la unidad constitucional?
Unidad constitucional
Lorenzo Arrázola, ministro de Gracia y Justicia, había dado su interpretación durante la discusión parlamentaria. Para él, la unidad constitucional quedaría salvada «en los principios que la constituyen, y de ninguna manera en los pequeños detalles». Explicaba al Senado que «siempre se salva la unidad constitucional reconociéndose a un sólo rey constitucional para todas las provincias, un poder legislativo y una representación nacional común».
Tales reflexiones no tuvieron posterior desarrollo jurídico ni sirvieron para precisar qué autonomía foral sería posible dentro del régimen constitucional. Tampoco se procedió, para Vizcaya, Guipúzcoa y Álava, a las conversaciones por las que se modificarían los fueros. Los cambios llegaron, pero fue por el Decreto de Espartero de 29 de octubre de 1841 que anulaba gran parte de los fueros. Los moderados los restablecieron en 1844, aun manteniendo las aduanas en la costa y sin restaurar el pase foral.
Se inició así una larga convivencia entre fueros y Constitución, que duró hasta 1876. La autonomía foral no estaba engarzada dentro de la Constitución, pero subsistió un elevado autogobierno. Cambiaron los sistemas electorales, que se adaptaron a la lógica liberal, y ninguna propuesta quiso hacer legalmente compatibles la Constitución y la foralidad. Pero, en la práctica, las competencias administrativas de las Diputaciones se elevaron.
Los Ayuntamientos comenzaron a rendir cuentas a las instituciones forales, y no al Gobierno, como sucedía tradicionalmente. Este periodo, en el que comenzó a regir en el País Vasco de forma continua la Constitución, lo protagonizó el liberalismo fuerista.
Por: Manuel Montero
(7 Diciembre, 1997)
Centramos demasiado, en mi opinión, la responsabilidad de los odios perpetuos del nacionalismo español en los líderes politicos.
Los caricatos Abascal y Ortega Smith sólo dicen(ahora se dice verbalizar)lo que muchos nacionalistas españoles esperan oir.
Les encantaría que los partidos nacionalistas no españoles fueran ilegalizados y sus dirigentes encarcelados.
Lo hicieron en 1936 y lo repetirín gustosos.
La visceral,sucia, violenta e inmoral campaña anticatalana no la hacen sólo Arrimadas, Falangito o Cayetana de Essspaña.
Hay millones de nacionalistas españoles que quieren arrasar con los derechos de Catalunya.
La sentencia del Proces será brutal porque así lo desean millones de nacionalistas españoles.
Se vende odio a granel porque tiene mercado.
Y además es mucho más fácil insultar a los vascos que proponer medidas para evitar otra crisis económica.Para Sánchez es genial hablar del 155 porque así evita decir que no tiene ni puta idea de gestionar el pais.
Cuanto más inculta y radical en su odio al diferente, más dócil sera la sociedad en su ovina gobernabilidad, que es de lo que se trata al final.
En España el odio es el catalizador del patriotismo.
Publicado por: CAUSTICO | 10/07/2019 en 07:28 a.m.