Es de esas caras que nunca se acaba de ver. Tal expresión podría emplearse con referencia a un pueblo bajo tutela. Hoy se levanta irritado, mañana inexpresivo y hermético. No hay modo de conocer cómo es porque una venda le oculta. A los pueblos se les descubre por entero cuando son libres y dueños de su destino.
La terminología de las naciones se potencia en el muy siglo XIX, antes eran Estados cuya fuerza residía en un déspota; en su configuración actual trata de lavárseles la cara, quitarles de la boca la sangre antropofágica de los pueblos que ingirieron.
Dos movimientos obstaculizan su andar siempre en dirección expansionista: el internacionalismo, el más próximo el de Jean Monnet, y la libertad de los pueblos que sojuzgaron.
Esta segunda batalla es persistente. Para quien la procura desde el bando oprimido, esperanzadora y creacional, aunque constriña sus actividades, hasta las artísticas, al logro de su aspiración colectiva; del otro no puede ser más triste. Puede ser en otros órdenes progresista. Si aquí es intolerante, se le viene abajo su progresión como un castillo de naipes.
En una conferencia dada en Ustaritz por la profesora Rosa María Agudo, organizada por la RSVAP, se estudia la deuda de Garat con el pueblo vasco.
Tres fueron los Garat, y uno de ellos, José Domingo, el joven, que llegó a ministro de Justicia en la Revolución, firmó el artículo 10 de la Constitución de 1789 por la que se derogan nuestras "coutumes", poniéndonos al paso de la nación francesa, medida que disgustó a nuestros hermanos. Garat debió modificar su criterio. Y acaso, a mí se me ocurre, arrepentido, se formuló el propósito de tener en una sola tierra y bajo una sola ley a los vascos del norte y del sur en tiempos de Napoleón. La idea era lógica y en memoria enviada al efecto a éste expone sus ventajas: formar una flota de piratas que acose a los ingleses, vencer en la península e insuflar la nueva civilización en el país, aunque en lo más íntimo pensase en mostrar a los galos el modelo de la más antigua.
Dos características subraya la profesora Agudo en la relación del tribuno: 1) Que los vascos son diferentes de los españoles y los franceses e iguales entre sí, lo que desde luego parecía indudable entonces, hoy más discutible. Ve la igualdad en la lengua, las leyes, sus cualidades, forma de vida y costumbres, juegos locales y espíritu de igualdad. Y 2) que están inmersos en la naturaleza, y como ella son iguales e invariables.
Sí, inmutables como sus montañas, cambiarán de color, sufrirán los vientos y las lluvias, pero nada más, sólo conseguirán lavarles la cara, despertarles. La costumbre se hizo para cada día, pero uno y otro día van enlazados e indisolubles entre sí, con afán de continuidad al máximo; lo que piden lo piden constantemente: su ley, su lengua, su identidad personal y colectiva. ¿Rústicos? Es posible. ¿Primitivos? ¿Por qué no? Es un pueblo al que creen motejar llamándole aldeano, que es su título de gloria. No le importa que le tilden de atrasado. También la naturaleza es la misma desde el principio de los tiempos. Garat ve a los vascos "en las gargantas de las montañas, como un monumento imperecedero de lo que son los hombres cuando no reciben más que las lecciones y las leyes de la naturaleza, dichosa y fuerte, pero ignorante y limitada". Por esto último, quizá, de alguna guisa pretende hacerles sufragáneos del emperador. Tal proyecto de unión de los vascos hoy parecería inviable. No que preguntáramos a Francia y a España, ¿hasta cuándo piensan seguir teniéndonos separados? ¿Cuándo van a arbitrar una aproximación jurídica, cultural y económica a nuestra situación anómala?
Unos años antes, en 1794, el 14 de octubre la Junta de Guipúzcoa, bajo la presidencia del diputado Echave, bosqueja la formación de un Estado neutro y libre, que los comisarios galos no toman en consideración. Otro tanto se arbitra para las Juntas de Guernica de 1795. En la Constitución de Bayona de 1808, Yandiola pide al emperador, no ya la independencia o autonomía, sino simplemente que respete los Fueros. En nota al Príncipe de la Paz del 24 : de marzo del mismo año, el embajador Izquierdo comenta: "... he hecho una fiel pintura del horror que causaría a los pueblos cercanos al Pirineo la pérdida de sus leyes, fueros y lengua, y sobre todo, pasar a dominio extranjero. He añadido: No podré yo firmar la entrega de Navarra para no ser el objeto de execración de mis compatriotas". (La-fuente, "Historia de España", 16,216). Una vez más se hacen tratos sin contar con los interesados ni sus instituciones.
Hasta los Reyes Católicos, por lo común cumplimiento del compromiso foral. Con la casa de Austria, y más con los Borbones, los vascos se van a sentir ligados sin razón, abusados de su pequeñez por el norte y el sur. Y son los grandes imperios próximos los que de un modo u otro, por infiltraciones foráneas, fomento de divisiones internas, intentos de transgresión continua al Fuero, los que harán que el vasco tome conciencia de su nueva situación.
En una panorámica rápida por los prenacionalistas, puntúo, tímidamente, en Francisco de Vitoria la concordancia con el pensamiento vasco en sus prelecciones. Frente al botafumeiro de los panegiristas de Carlos V, él pone en duda el derecho imperial a la conquista de América. Tímidamente. Con riesgo del que se siente perseguido. No se puede forzar a abrazar la fe a los indios que son dueños de sus tierras. Y si se les conquista y coloniza, sólo a título transitorio. Hasta que los indígenas sean capaces de asumir su propio gobierno. Con más ímpetu, con valentía rayana en temeridad, Lope de Aguirre y sus marañones se desnaturan de los reinos de España llamándose a sí mismos los primeros americanos. He aquí dos ideas de vascos generadoras de una herencia que reforzaría otro insumiso de progenie vasca, Simón Bolívar.
En Euskalerria continental surgen las ideas nacionalistas con los protestantes, con Jacques Bela, ideas que heredará su nieto, el Caballero Bela, en el siglo XVIII. Fundó el Regimiento Cántabro, que más tarde, y por celos de sus triunfos milites, suprimiría el rey francés, y fue autor de una historia de los vascos, todavía inédita debido a la censura de París de 1760.
Larramendi, una y otra vez toca el tema, recordando la libertad primogénita y la relativamente próxima de la Edad Media. Recuérdese con Tellechea Idígoras que exhuma sus papeles, aquello de, "¿qué razón hay para que la nación bascongada, la primitiva pobladora de España, y aún de vecindades... qué razón hay, vuelvo a decir, para que esta nación privilegiada y del más noble origen no sea nación aparte, nación de por sí, nación exenta e independiente de los demás...?" En Chao, al que Justo Gárate llama primer nacionalista, confluyen las dos nacionalidades. El forjador del mito de Aitor también a veces se siente francés.
En el XIX, fueristas e integristas se acercan a la idea. Arístides Artiñano, en La causa vascongada ante la revolución francesa, anima a los vascos a elegir libremente su señor, orientándoles hacia el pretendiente. A partir de 1876, con la Asociación Euskara de Navarra se propaga la idea. Iturralde, Campión, Nicasio Landa y Oloriz son las cabezas pensantes que implantan por primera vez el lema "Zazpiyak Bat". En ellos y en los euskalerriacos de Sagarminaga, en su Revista de Vizcaya" y en "Euskalduna", todavía se advierte confusión, no están claras las ideas. En los poetas de la desesperanza hay tristeza. Arrese Beitia, el más vasco de todos, allá en Elizondo, en 1879, no ve un rayo de luz en sus estrofas:
Eta nun dozuz zeruko arbola
Zuk bere jautzi berdiak?
A este árbol sin ramas verdes, de corazón roído, todo corteza, sólo le falta un soplo de viento para desplomarse.
Sólo unos años después, Sabino de Arana y Goiri lanzaría resuelto el grito de independencia. Desde ese momento las ideas se aclaran. Hay una salvación posible y para llegar a ella, conocernos, desentrañar el sentido de nuestro ser histórico, proclamar al mundo que está todo por rehacer, la historia, la lengua, la política a seguir, los límites geográficos, hasta el calendario... volver a la tradición, que para eso el vasco la tiene como pocos pueblos, la ley vieja, la religión. Su vida fue muy corta para ver realizados sus deseos. Y da grima oírle en sus últimos días, cuando confiesa a Kiskitza algo que le abruma y que sólo en la intimidad de una carta lo expone: "Moriré y no nacerá otro que conciba el nacionalismo como yo le he concebido". ("Obras Completas", III, 2396-20).
Por: Elías Amezaga
(24 Noviembre, 1982)
Comentarios