Nació en una ciudad, en un país y en el seno de un pueblo que tiene a gala ser fiel a las tradiciones y agradecido con los recuerdos. Que presume de conmemorar y conservar fechas y nombres en su memoria colectiva. Elías Gallastegi, "Gudari", vio la luz en Bilbao un 20 de julio de 1892.
Se ha dicho que fue una de las figuras más destacadas en la historia del nacionalismo vasco anterior a 1936. Muchos creen, en efecto, que en el tiempo que separa la muerte de Sabino Arana en 1903 y el encumbramiento de José Antonio Aguirre, hacia 1934, nadie puede resistir la comparación con Gallastegi.
De vida dilatada, murió en 1974 en Donibane Lohitzun, lo más paradójico de "Gudari" -el seudónimo que escogió para pasar a la Historia- fueron, sin duda, sus últimos cuarenta años. Quien fuera en su juventud todo activismo y propaganda, en su más depurada expresión, tuvo en realidad sólo media vida. Sus grandes modelos políticos, Arana y el nacionalismo independentista irlandés, inspiraron el vértigo de los años vividos en Euzkadi o en Méjico, pero no pudieron reciclar la noche del exilio franquista. Y a una época, con epicentro entre 1920 y 1936, entregada, con pasión a luchar por la independencia y la regeneración de su pueblo, seguiría otra de desánimo personal y abatimiento político, con una duración sólo inteligible desde la intensidad con la que quemó los calendarios de juventud.
Doble exiliado, encarcelado, procesado, perseguido incluso el día de su boda, fue el protagonista de la primera huelga de hambre vasca, con Gandhi y los irlandeses al fondo. La cárcel, como quería Mussolini con Gramsci, no le anulaba. Por el contrario, le permitía nuevos enfoques y expectativas, le sugería otras formas de lucha. Organizador de marchas por la libertad, escritor y editor incansable hasta la ruina económica, el último creyente del nacionalismo de la independencia se estrelló, una y otra vez, contra la conspiración, el recelo y el agravio de sus peores enemigos. Que no siempre fueron los abominados poderes del Estado, sino algunos correligionarios que con él simulaban navegar el mismo rumbo.
Polemista de casta decimonónica mendigoizale por amor al suelo que pisaba, feminista por incorporar a la mujer a la tarea, neutral en las grandes contiendas por instinto antiimperial, pacifista e insumiso para evitar que los pueblos oprimidos lucharan en guerras ajenas, "Gudari" fue heterodoxo a fuerza de esencialista. Rozó el poder y el poder le maldijo. Abrazó la oposición, con tanta persistencia que no encontró en ella al pueblo que buscaba. Se adelantó a su época y, cuarenta años antes de morir, ya era un precursor camino del olvido. Las gentes repetían sus escritos, sus ideas, sin saber cómo habían llegado hasta ellos, favoreciendo el anonimato que siempre quiso. Con su mutis, hizo posible la segunda vuelta de Monzón y las generaciones postfranquistas fueron su mejor aval, más allá de los desacuerdos, las expulsiones o las sentencias de tribunales propios y extraños.
"Gudari" cayó con Bilbao aquel atardecer de junio del 37, con el Tercio Lacar avanzando por la carretera de Galdácano y el Ejército de África descolgándose por Artxanda, cuando embarcó en el "José Luis Diez" para siempre. Por aquí quedó, semiescondido, el doctrinario del madrugador nacionalismo crítico, representante de la primera generación de abertzales radicales, los aberrianos de los años veinte. Es cierto que no todo su pensamiento sería hoy digerible, pero no pocas de sus actitudes e iniciativas viven aún entre nosotros. Su firmeza en la identidad política, llevada más allá de lo que ya el oficialismo de su época podía tolerar. Su facilidad para conectar con los jóvenes y organizarlos en los márgenes del sistema. Su sentido regeneracionista o su capacidad de respuesta y creatividad ante situaciones límite. Muchos elementos que parecía nuevos a la altura de 1978, en realidad se remontan a la vida y obra de Gallastegi y encuentran en él su formulación inicial y sistemática.
No era, en absoluto, un socialista teórico. Pero muy pocos de los suyos se hubieran arriesgado a mostrar simpatía alguna con la suerte de los obreros, vascos o no, o a solidarizarse con los comunistas reprimidos por la Guardia Civil, como él hizo. Gallastegi traducía "Gudari" por "luchador", dando así toda su amplitud política al término.
Por: Jose María Lorenzo Espinosa*
*Profesor de la Universidad de Deusto.
(25, Junio, 1991)
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