Residente en Caracas durante muchos años, conferenciante, biógrafo, novelista. Desde su regreso de América colaboró en euskera y castellano en revistas y periódicos, como Zeruko Argia, Goiz Argi... Colaborador también de BIAEV de Buenos Aires, Euzkadi de Caracas, Gernika de San Juan de Luz y del Journal of Basque Studies in America de Indiana (USA). Miembro de la Real Sociedad Bascongada, de la Sociedad de Estudios Vascos... En 1948 primer premio del concurso literario de la revista Euzkadi de Caracas, en 1972 Pluma de Oro de la Sociedad Guipuzcoana de Escritores, en 1982 Euskadi de Plata del gremio de libreros de Guipúzcoa. Innúmeros sus trabajos en publicaciones colectivas.
Entre sus novelas, su trilogía Los pelotaris, Choperena el contrabandista, Las intuiciones de Solero Bidarte, autor de varios ensayos, biógrafo de Oteiza y Ajuriaguerra. Con el primero usó de la paciencia de Job, al segundo calificó de vasco de Baraja, que como éste sentía aversión a la retórica, a todo lo aparatoso.
Pertenecía a la estirpe de los Arteche y Baraja, autores de un estilo peculiar muy vasco, a la vez muy gráfico y penetrante. Con aquel le unió íntima amistad hasta el punto de llamarle hermano más que amigo, del segundo se empapó como nadie llegando a producir dos libros, uno sobre sus rutas a seguir, otro sobre su conexión con lo vasco.
Los dos, los tres, escriben como hablan, sin más, no se pueden decir mejor las cosas que como son, con la misma sencillez que se producen. Nos ahorran tener que leerles dos veces para entenderles. Para el empedernido lector de temas intrincados recurrir a ellos supone un merecido descanso. Miguel también fue buen lector.
Veo en sus letras, en especial en sus ensayos, tres notas distintivas, su pasión controlada, ya que aborda temas especialmente polémicos, su desbroce de espesuras y naturalidad a la hora de poner el tema a nuestro alcance. Y su sinceridad.
Para mí su pérdida supone perder esa mano amiga, ese criterio que guía. Como motivo de su ochenta aniversario Juan Antonio Garmendia, director de la Fundación Doctor Camino, y éste que suscribe le organizamos un homenaje en un txoko de Donostia. Se le veía feliz. Hubo discursos que le emocionaron. A través de un diario le envié una carta de amistad. Reproduzco un párrafo:
«Me dirijo a ti, Miguel, en ese día cálido en que un grupo de amigos se reúne a tu lado. ¿Para qué? Para verte. Pasar junto a ti unas horas. Iba a decir algo más, y lo digo: Para compartir soledades. La nuestra, la de cada día, aprender de ti a vencerla
Pero cómo, podría interpelarse, ¿no es Miguel un solitario? Célibe sí, no solitario. La razón de que filtráramos o seleccionáramos a unos cuantos amigos demuestra que vendrían a su vera muchos más. Por otra parte, ¿qué soledad puede existir para un creador? Miguel en medio de sus criaturas, esos personajes carne y espíritu de su propio ser de hombre, sufre y goza mientras los va gestando, y permanece en medio de ellos como el maestro entre sus discípulos.
Si el aniversario suele ser ocasión de balance, y este puede hacerse desde uno mismo, sé benévolo contigo. Has escogido la ruta difícil. Sin fronteras, sin principio ni final. Has luchado. Solo». Ahora puedes añadir: Pero todos estos venían detrás.
Y más adelante: «listas siempre en plena forma, lo que exige una gimnasia espiritual, un método, una fuerza de voluntad nada común, decirse sempiternamente, todavía no, hay que mejorar. Yo te veo, Miguel, un día cualquiera abriendo en el crepúsculo las ventas de tu alcoba, yéndote en chandal a paso gimnástico a ver amanecer en el Urgull, oyendo allá la primera misa del alba. Y te veo compartiendo la mesa de tertulia, escuchando cuitas, madurando unos y otros rayos de esperanza, y probablemente al anochecer en la penumbra de tu biblioteca tomando la pluma y registrando sonoridades del mundo, sintetizando las impresiones del día...».
Miguel, va a ser difícil que podamos olvidarte. Te hemos querido. Te seguiremos queriendo.
*Elías Amezaga es escritor
A MIGUEL PELAY
Por: Francisco Javier Caballero
Para mí su pérdida supone perder esa mano amiga, ese criterio que
A ti, Miguel, te escribo
con tinta de lágrimas,
de lágrimas
hechas de viento cierzo,
de montañas
con misterio
que no desvelará
el tiempo.
A ti, Miguel, te escribo
con tinta de sentimiento,
de sentimiento
hecho
de roble viejo,
de roca inveterada
que no diluirá
el tiempo.
A ti, Miguel, te escribo
con tinta de rebeldía,
de rebeldía
hecha
de pueblo milenario,
de raíces culturales
que no apagará
el tiempo.
A ti, Miguel, te escribo
desde lo profundo
del alma
donde viven
mis lágrimas
(que son las tuyas),
habita
el sentimiento
(que es, también, el tuyo)
y la rebeldía…
la rebeldía
(que es la tuya y mía).
A ti, Miguel, te escribo
con palabras
hechas
de viento,
montañas,
robles, rocas...
hechas
de pueblo edado
y de cultura... sí, Miguel,
de nuestra cultura
Por: Elías Amezaga*
(14Febrero, 1998)
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