Todos los autores que se ha ocupado de Euzkadi, parecen estar de acuerdo en declarar que se conoce poco o nada sobre su origen o sobre su existencia primitiva, fuera de algunas hipótesis de vasto campo.
Así que es lógico pensar, que gentes sin historia, no pueden tener historiadores que se ocupen de ellas.
¡Leyendas!... La dama de Amboto que duerme en la peña de su nombre; la gran serpiente, que reposa bajo la masa inmensa de los Pirineos; de su sueño agitado, lleno de sobresaltos se ven elevar las montañas. El país vasco parece nacer de estos torrentes mitológicos.
Los monstruos pueblan los bosques: los subterráneos de Balzola en Vizcaya, se encuentran defendidos por una veneración mezclada de miedo. El hombre del bosque y la mujer salvaje hacían sus apariciones en determinadas épocas y lugares... episodios que aun llenan de terror los atardeceres en las cocinas vascas... mientras que del monte Amboto llegan ecos de encantamiento y noches misteriosas: son las señales de la Dama y del bello Lutzaide abriendo horizontes poéticos y seductores a la imaginación inflamada del pueblo de fuego... He aquí nuestros antepasados según la leyenda: somos los hijos del gran fuego inicial, es decir, del sol. ¡Al fin y al cabo, leyenda! ¡Sea! De todos modos, el pueblo vasco existe: ¿Desde cuándo? ¿De dónde viene?
La leyenda necesariamente, en un momento dado tiene que ceder su puesto a la historia: la hipótesis no puede equivocar a la tesis y recíprocamente. El pueblo vasco donde tiene su origen lo tienen todas las generaciones humanas. Pueblo patriarcal, que desde la cuna de la humanidad. —Asia— se lanza como los demás pueblos de oriente a occidente, obedeciendo a esa ley fatal que, después de los primeros tiempos, empuja al hombre hacia las regiones aun desconocidas donde el sol se pone.
El Occidente, morada del sol, tierra de dioses, era para los pueblos primitivos la región bendita de sus sueños; porque junto a ellos y bajo su protección los hombres debían ser los más justos y dichosos de la tierra.
Las grandes invasiones del Oriente, siempre en dirección de Occidente, aun en nuestros días, desde- Cristóbal Colón hasta el último bergantín que sale de nuestros puertos marítimos, ¿no es al Occidente a donde se dirigen?
La lucha por la vida fué la condición primera y constante de una existencia agitada. ¿Quiénes eran estos hombres?
¿Se ha preguntado si eran fenicios, celtas, galos, cartagineses? ¿Si tenían afinidad de raza con los numerosos pueblos que pasaron por su suelo, verdadero campo de batalla del conglomerado humano desde el comienzo de la Historia? Los celtas los dominaron, los fenicios se apropiaron de sus riquezas conseguidas a costa de tantos sacrificios por los bravos navegantes vascos en las costas de Asia. Recibieron a los cartagineses con Aníbal; trataron con ellos, lucharon con los galos. Que se les llame iberos, vascos, euzkaros, cántabros, siempre será el mismo pueblo... pueblo único en su género; dispensadme esta trivial expresión porque fué el único que resistió a los romanos.
Habituados a vencer siempre, a imponer su civilización dialogante, Roma queda sorprendida ante la resistencia de los cántabros. Todo el mundo se sometió a ella menos los cántabros.
Debido a esta resistencia, se forjaron nuevas leyendas: no había telégrafos ni prensa cotidiana, y sin embargo, se propagaban las noticias con increíble rapidez.
A Horacio, a pesar de ser un genio poético le destinaron a las armas; huyó en la primera batalla a que asistió, dejando su manto en un zarzal que le pareció ser la mano del enemigo que pretendía hacerle prisionero; y mientras a orillas del Tíber saboreaba la copa de Falerno o de Lesbos en honor del divino Augusto, inquietaban su reposo las noticias de los cántabros. Le preocupaba el aspecto feroz de la Cantabria belicosa, violenta, indomable; no aceptaba la idea de que un pueblo no se sometiera al yugo romano.
La lucha continuó durante tres siglos; Plinio, Juvenal. Silio, Itáco, Florus, etc. todos los grandes hombres de Roma temblaban. Parece que estos viejos enemigos de los romanos iban al combate con la cabeza desnuda; no temían ni el frío ni el calor, ni la sed, ni el hambre... Son autores romanos quienes lo cuentan, rindiéndoles así homenaje por el terror provocado. Más aún: su arma ofensiva consistía en una espada corta, ancha, y de dos filos. Los romanos se apresuraron a adoptarla para sus mejores tropas.
Lucano, habituado como estaba a las tristezas de la guerra civil, minuciosamente descrita en su "Pharsalia'', pero poco preparado sin duda para dar verdaderas lecciones de patriotismo, declara enfáticamente que ''nuestros padres provocaron el horror y el miedo del género humano".
¡Dichosos los pueblos de los que la historia puede decir que, en defensa de su suelo natal amenazado, pisoteado y violado por el enemigo en la defensa de sus derechos desconocidos, han sido y son el horror y el miedo del género humano! Esto prueba sencillamente que saben cumplir con su deber,
Luego, el deber cumplido no puede causar sorpresa a los que no tienen noción de ella, no puede sorprender más que a los corazones débiles dispuestos a toda clase de capitulaciones, servidumbres y deshonras.
Sí, los cántabros fueron el terror de las tropas de Scipión; contuvieron las avanzadas de Cesar, donde el lugarteniente Craso las derrotó en las llanuras de Aquitania.
Pero Roma no solo fué conquistadora, también fué diplomática. Comprendió que no debía desconocer el indomable valor del pueblo que defendía los Pirineos, y entró en arreglos con él. Consiguió más de los Vascos con la diplomacia que con la espada.
Por su parte, los cántabros comprendieron el valor de la alianza. Su fino olfato político les hizo ver el interés que para ellos tenía esta alianza con Roma: aliarse con un poder superior al suyo no es humillarse ni someterse.
Así se convirtieron en aliados fieles del Imperio romano; en recompensa Vespasiano les concede el derecho de «latuim»; Caracalla, el derecho de ciudadanía; más tarde, Justiniano les colma de honores y distinciones.
Pero no se crea que se dejaron engañar por todos estos favores, no. Ellos vieron en esta alianza definitiva el modo de asegurar su independencia; les sirvió de mucho su espíritu esencialmente práctico; gracias a esta alianza pudieron resistir las primeras invasiones de vándalos, sármatas, alanos, visigodos y sarracenos.
Desde principios del siglo V, vivieron en lucha incesante. El tiempo pasa. La nacionalidad vasca subsiste siempre.
¿Por qué? Porque con el apoyo de sus amadas tradiciones, pudo constituir sabiamente y con toda libertad un pueblo legislador. "No reconociendo otro maestro que su palabra” y no buscado en varias utopías la realización de quiméricas aspiraciones.
Sin embargo, en el séptimo siglo s acabó su paciencia; después del Vouillé, Clovis y sus hijos ocuparon la Aquitania; los vascos salieron de sus bosques e invadieron la Galia meridional: la Aquitania, ya desarmada, se llamó Vasconia o Gasconia.
Cuando digo vascos o gascones debe entenderse que se trata de la federación vasca, comprendiendo los pueblos de las dos vertientes de los Pirineos "hasta la ribera derecha del Ebro”.
Vascos, vascones, navarros, formaron un solo pueblo, y teniendo un mismo origen, una constitución única y una lengua única, supieron guardar a través de los siglos su misteriosa armonía.
Sin necesidad de referirnos a sus guerras heroicas, debemos reconocer en los vascos igualdad de carácter.
Con los reyes cristianos arrojan de España a los moros después de ochocientos años de dominación. En esta guerra de reconquista se ganaron como recompensa legítima sus títulos de nobleza: nobleza de tierra para Vizcaya, de sangre para Guipúzcoa Laburdi, y de sangre y tierra para Álava y Navarra.
A fines del XV, Navarra dependía de la corona de Béarn, en donde los príncipes tomaron el título, tiempo atrás disputado, de reyes de Navarra; pero cuando el rey Fernando, el católico, quiso extender sus dominios donde no se pondría el sol, quedó Navarra amenazada.
Ansiaba el nuevo rey de las indias, por un lado, el límite del océano Pacífico, y de otro la línea de los Pirineos. Bien pronto se halló pretexto para invadir la Alta Navarra y anexionársela; en 1512 cuando murió Juan de Albert, diciendo a su esposa Catalina de Béarn Foix, enérgica y fiera como todas las princesas nacidas en la parte francesa, y declarar con amargura y orgullo al mismo tiempo: "jAh si nous fussiónnés, vous Catherine, et moi Jean, nous n'aurions pas perdu la Nabarre». He aquí que llegamos a los comienzos del siglo XVI: la federación vasca sufrió dura prueba, la unión de Castilla y Aragón trajo como consecuencia la unión española.
Las provincias vascas españolas o bien se constituyeron en estados libres, como Vizcaya, donde los soberanos de España se titulaban señor y no ''rey', o bien se daban a Castilla, como Guipúzcoa, conservando su inmunidad nacional.
Si es verdad que el sentimiento fraternal desapareció, el amor al suelo natal le sirvió siempre de orgullo nacional, fuego sagrado conservado piadosamente en el corazón de todos por una fidelidad que no se desmentirá nunca.
Con la fuerza y franqueza que dominan a los vascos de las dos vertientes pirenaicas, se cuenta que un piloto vasco, inspira al genial Cristóbal Colón su maravilloso descubrimiento; son los vascos los que, después de haber vencido a los moros, formaron los equipajes de los conquistadores del Nuevo Mundo.
Es un vasco el que primero dio la vuelta al mundo. Son tres mil vascos los que en Pavía decidieron la suerte de la batalla y es un vasco, “Juan Urbieta”, el que recibe la espada de Francisco I, después de hacerlo prisionero. Es un vasco, Ignacio de Loyola, el que desde el sitio de Pamplona, y leyendo libros piadosos adornos durante su convalecencia, fundó la Compañía de Jesús. Es verdad que fué un bearnais, Enrique II de Navarra quien ayudó al rey Francisco a salir de su cautiverio, arrancando a Carlos V esta célebre frase: "Yo no he conocido más que un hombre en Francia, el rey de Navarra''.
Y durante siglos enteros los vascos de la parte española, celosos de sus glorias, luchan, combaten y derraman sangre por conservar su independencia.
Y penetrado de estos sentimientos, inflamado por estos recuerdos, un día, no hace mucho tiempo, un humilde vasco de nuestras montañas parte de Villarreal de Urrechua con sus dos inseparables compañeros: su fe y su guitarra. Recorre las grandes capitales, cantando a plena voz las extrañas notas de un himno que en Europa nadie entiende, pero que nadie deja de emocionarse al escucharlo: "Gernikako arbola”, himno de pasión intensa, como decía Antonio Peña y Goñi, al pie de la estatua de Iparraguirre, "himno de pasión intensa, melodía de inspiración, suspiro elocuente de humildad y esperanza, mensaje de paz y de unión''; himno imperecedero que ha venido a ser nuestro himno nacional, y que tan bien resume las leyendas piadosas, los patrióticos arranques de un pueblo generoso.
Por: Teodoro Elcoro
(México, 1 de Marzo de 1944)
Respecto a la prehistoria y su origen, ahora la cosa ha cambiado, se sabe por genética (en 1944 se sabía poco), que todos los europeos provienen del Caúcaso y de las estepas rusas, de los pueblos que por ahí andaban, que estaban relacionados entre ellos, luego en diferentes migraciones persiguiendo a las presas, atravesaron cazadores recolectores toda Europa, la atravesaron en diferentes oleadas, alguna o algunas de las oleadas más primitivas, conformaron lo que hoy son los vascos, que no se quedaron solo en lo que hoy es Euskal Herria, sino en muchas zonas de Europa, mezclándose con la población local (si la había) y con los que luego llegaron, dando lugar a los europeos modernos, en unas partes hubo más gentes de nuestro común origen y en otras menos, por ejemplo en occidente (España, Portugal, Francia, Italia, Gran Bretaña, Irlanda, Alemania, Austria y centro Europa, hubo más, cuanto más al este, menos).
Publicado por: Ricardo | 10/29/2019 en 01:41 p.m.
Ya, bueno. También se sabe que los europeos, asiáticos y africanos del norte tenemos ADN de Neanderthales. Los subsaharianos no.
Y hay más linajes no identificados, y genes que se consideran "basura".
Pero me temo que las naciones van de otra cosa.
Publicado por: -- | 10/29/2019 en 07:24 p.m.