"La causa que hemos sostenido ha sido, es y será la causa de la razón, de la historia, de la justicia y de la humanidad". Con estas palabras concluía su memorable discurso en el Congreso, dos días antes de que se decretara la ley abolitoria de los Fueros de las provincias vascongadas, aquel ilustre vitoriano que se llamó Mateo Benigno de Moraza y Ruiz de Garibay, diputado a Cortes por Álava, perseverante defensor de nuestras seculares instituciones que le haría exclamar ante la Cámara: "Yo quiero morir con los Fueros". Y sus deseos se vieron cumplidos. Hoy, Gasteiz, vuelve a honrarle, una vez más, conmemorando el aniversario de su " muerte, en actos organizados por la Diputación Foral y el Ayuntamiento de Vitoria, homenaje a un hombre noble, bueno y amante del país, al que cierto gobernador civil ordenó su encarcelamiento por conspirador.
Dos lápidas y un autorretrato
Moraza vino al mundo en Vitoria, en 1817, en la calle de la Cuchillería.
Es el propio Moraza quien se autodefine en su entrañable amor hacia nuestras ancestrales peculiaridades cuando, saliéndole a borbotones los sentimientos fueristas a través de ese corazón que pronto iba a dejar de latir, clama en un desesperado intento ante el Congreso, una vez derrocada la foralidad euskara: "Señores, parecerá una paradoja el que se diga que lo que había hecho para afirmar la unidad nacional, haya producido la disgregación moral del País Vascongado. De esa forma y manera no se camina a la unidad de los pueblos. Por medio de la fuerza y la conquista, jamás se va a este pensamiento".
Era el 8 de mayo de 1877. Ocho meses después, Mateo de Moraza fallecía en la capital gasteiztarra, cumpliéndose así su histórica premonición: "Yo quiero morir con los Fueros”.
Cargas más que cargos
Copioso sería memorar aquí, la entrega y dedicación con que, desde los más diversos puestos, Moraza sirvió a la provincia de Álava y al País Vasco en general. Mateo, decano del Colegio de Abogados, ejerció durante tres lustros como secretario del Ayuntamiento de Vitoria, función que él "inauguró" como tal, ya que, hasta entonces, estaba encomendada alternativamente a los escribanos de las cuadrillas que componían las Hermandades alavesas. Abandonó la Secretaría municipal al ser nombrado primer consultor de los procuradores del Cuerpo Universal de la provincia, asistiendo como consejero al diputado general de Álava y mentor de las asambleas y juntas generales. Simultáneamente era distinguido con el honrosísimo título de "Padre de provincia", máximo honor foral al que solamente podían acceder —según el fuero consuetudinario— los diputados generales y quienes hubieran prestado extraordinarios servicios a Álava.
Como diputado a Cortes por Álava. Sotero Manteli dijo de la actuación de Moraza en el Congreso que "supo probar que había sido digno de todos los respetos que en todo tiempo el País Vascongado le guardará". Y Fermín Herrán, añadía: "Moraza, como diputado a Cortes, no fue para hacer política personal y mezquina, entorpeciendo con sus actos la marcha del Gobierno, no fue a afiliarse en determinada bandería política con miras ambiciosas y egoístas, sino a velar por los intereses de su país, dispuesto a no despegar sus labios si sus queridas instituciones eran respetadas, pero pronto a su defensa en caso de ataque".
Su labor de docencia queda reflejada cuando se traslada a Vitoria la Universidad de Oñate.
El gran discurso
Por tal nombre se conoce en la historia foral de Álava el que Mateo de Moraza pronunciara en el Congreso de Diputados, parlamento que le ocupó la mañana y la tarde de aquel 13 de julio de 1876, vísperas de la abolición de los Fueros en las provincias vascongadas. Así lo calificó el ya citado Fermín Herrán: "Su discurso en defensa de las instituciones vascongadas fue memorable. Constituye un monumento histórico-llegal para el País Vasco. Desde entonces, el nombre de Moraza se pronuncia con respeto; su memoria será inmortal en esta agradecida tierra euskara que hoy guarda luto por haber Dios arrebatado de este mundo a su defensor venerable".
¡Hasta qué límites idolatraba Mateo de Moraza las libertades de Euskalherria! Puede servirnos esta emotiva, sincera y desgarradora imprecación que los diputados pudieron oír en sus escaños: "Los vascongados aman con idolatría sus Fueros. Para los vascos, sus Fueros son la vida, el aire, su modo de ser, su pasado, su presente, el motivo de todo su interés en la tierra. La mayor satisfacción que podéis darles es conservárselos, para que los puedan transmitir ilesos a las generaciones venideras. Este es el ruego que os dirigimos: a la sombra de los Fueros hemos nacido y a la sombra de los Fueros quisiéramos morir".
No desmaya en su intento el diputado alavés: "Vosotros, los que veis nuestro infortunio, comprenderéis nuestro inmenso, nuestro horrible dolor. La causa que hemos sostenido ha sido, es y será la causa de la razón, de la historia, de la justicia y de la humanidad".
El País Vasco con Moraza
Todo el pueblo vasco hizo causa común para perpetuar la memoria del patricio alavés, en su intento de elevarle un monumento en Vitoria mediante suscripción popular. El Gobierno se opuso inmediatamente a tal pretensión y prohibió el perenne homenaje, devolviéndose los donativos a quienes los habían aportado en Álava, Guipuzcoa, y Vizcaya. Empero, la estatua a Mateo de Moraza que hoy vemos en la plaza de la Provincia, junto al palacio de la Diputación Foral de Álava, acabó por erigirse en 1895 porque así lo quiso el pueblo.
"Galdu genduan gure Moraza", cantó Iparraguirre
Hasta el bardo José María de Iparraguirre se sumó a la pena y dolor que al País Vasco produjo la muerte de Moraza, cantando así: "Bitoriako semeak ernai ta nobleak guztik maita zituan fueroku leneak, galdu ziradenean zer naigabeak bizia galdu arte. Moraza maiteak". "El esclarecido y noble hijo de Vitoria era muy amante de nuestro fueros, pero cuando éstos se perdieron tuvo tal pena y aflicción que le costó la vida. Querido Moraza”.
(Deia 17 de Enero de 1978)
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