
Hace tres o cuatro décadas, un libro titulado La poetique de l’espace no podía dejar de despertar la imaginación arquitectónica. Publicado por primera vez en francés en 1957 y traducido al inglés en 1964 (la edición en castellano es de 1993), la meditación filosófica de Gaston Bachelard sobre el espacio onírico apareció en un momento en que la fenomenología y la búsqueda de significados simbólicos y arquetípicos en la arquitectura parecían abrir un terreno fértil dentro de la cultura decadente del modernismo tardío.
“Estamos muy lejos de cualquier referencia a formas geométricas simples”, escribió Bachelard en un capítulo del libro, titulado Casa y universo. Una casa que ha sido experimentada no es una caja inerte. El espacio habitado trasciende el espacio geométrico. En capítulos líricos sobre la topografía de nuestro ser íntimo -de nidos, cajones, conchas, esquinas, miniaturas, bosques y sobre todo la casa, con su polaridad vertical de bodega y ático- Bachelard emprendió un estudio sistemático, o “topoanálisis”, del “espacio que amamos”.