Historias de quita y pon. Los últimos veinte o cuarenta años de la historia de Euskal Herria sin enciclopedias, ni libros de historia o imágenes fotográficas. Vistas, tan sólo, a través de miles y miles de pegatinas, un elemento visual y propagandístico humilde que en otro tiempo no faltaba en casi ninguna solapa y cuya presencia reivindicativa hoy es mucho menor.
La pegatina como documento histórico». Así reza el título de la muestra de más de 2.500 adhesivos que hasta el 10 de abril se puede admirar en la sala de exposiciones del Pabellón Universitario del campus de Araba. Imágenes y lemas que resumen buena parte del devenir más reciente de Euskal Herria en multitud de sus facetas, desde la política a la sindical, pasando por la ecológica, educativa o feminista. Los más veteranos las recordarán con nostalgia y cariño, los más jóvenes las observarán con interés histórico. El proceso de Burgos, el referéndum sobre el Estatuto de Gernika, la oposición a la central nuclear de Lemoiz, los posicionamientos ante la entrada del Estado español en la OTAN, los primeros Aberri Eguna, la primera Korrika, viejos logotipos políticos hoy refundidos, mil y una proclamas y reivindicaciones, en definitiva, se dan cita en esta curiosa recopilación de pegatinas.
Para el anfitrión de esta exposición, el vicerrector del campus de Araba de la UPV Antonio Rivera, «las pegatinas, lo mismo que los carteles, son objetos que en su momento tienen vida por sí mismos para reclamar y plantear cosas, son objetos efímeros y en ese sentido, no son más que lo que son, papeles. Sin embargo, carteles y pegatinas no son sólo sujetos efímeros, sino que tienen una semántica, una significación y al paso del tiempo nos traen el tiempo que pasó, las demandas, algunas de ellas todavía contemporáneas, aún presentes. Todo ese tiempo queda fijado, identificado, fotografiado, en este caso, en una pegatina».
La historia viva de un país a través de limitados y engomados papeles ovalados, redondos, cuadrados, triangulares, rectangulares, muchos de los cuales se han incrustado en nuestra memoria lo mismo que esta o aquella canción de hace años que tantos recuerdos le traen a uno. Tal es el reflejo histórico de este elemento tan de quita y pon que, incluso, la prestigiosa Fundación Sancho El Sabio de Gasteiz ha almacenado ya en sus archivos un buen número de pegatinas que todavía no ha clasificado, pero que espera ofrezcan otra perspectiva sobre los últimos años de este país.
Cuando era el elemento central
Antonio Escalante es un veterano de la lucha antimilitarista, que hoy se vuelca en el colectivo Gasteizkoak de denuncia de los gastos militares. En su opinión, «la utilización de la pega-tina en un tiempo fue mucha, aunque, luego, ha ido perdiéndose paulatinamente. Antes era como el objeto central de las campañas del antimilitarismo, y, luego, con el tiempo, era como algo que había que hacer, porque siempre tenía que haber una pegatina. Así pasó a ser un elemento más decorativo e, incluso, una forma de acercarse a la gente, o bien para en los puestos de material regalar algo o bien para sacar dinero. Pero, al principio, la pegatina sí era un elemento central».
A juicio de este gasteiztarra, «quizá también tenía que ver la distinta capacidad adquisitiva del antimilitarismo a lo largo del tiempo. Al principio no había dinero como para carteles y demás, y con la pega-tina te autofinanciabas; luego los carteles y otras iniciativas ganaron más terreno. Pero de principios de los ochenta a los noventa la pegatina pasó a tener un uso distinto».
El creciente antimilitarismo en la sociedad vasca, sobre todo entre la juventud, no fue sino uno más de los marchamos reivindicativos que quedaron reflejados en mil y una pegatinas. Sin duda, la segunda mitad de los setenta y buena parte de los ochenta marcaron todo un hito, toda una explosión social y política. Álvaro Gurrea es hoy profesor de Publicidad de la UPV y en su día militó en organizaciones como EMK y EE. No hace mucho, promovió una muestra de carteles firmados por esta factoría de imaginación que tantas carcajadas ha arrancado de las paredes.
«La primera pegatina política que vi fue el día del Aberri Eguna en Vitoria, que justo un día antes legalizaron al PCE. Estábamos en Durango, nevaba y aparecieron unos autobuses del PCE. Bajaban todos con la pegatina, la marca de fábrica... pues aún así les dieron de ostias a todos», recuerda con simpatía.
«Los partidos políticos —recuerda—, todo el mundo iba con su pegatina, lo mismo que los chavalitos van hoy con su marca. Habías tragado tanto y llevabas todo tan clandestino que cuando se pudo sacar fue como un acné juve-nil, salieron todos los granos. Recuerdo un individuo, que fue teniente alcalde de Bilbao, de LAIA, Martín González, que su mote era Pegatinas, porque llevaba varias puestas. Había gente con tres pegatinas, era de un partido, antinuclear y feminista, tenía que decirlo».
Una idea en la que insiste Gurrea. «En aquella época había una sectarización muy alta, la gente estaba muy segura en cada tribu y la gente que se quería significar en cada tribu, llevaba su pegatina. Había gente que incluso cambiaba de pegatina. A Urko le conocí con tres o cuatro diferentes, según la fiesta a la que fuera», pone a modo de ejemplo. Y es que estas reliquias de papel pueden sonrojar a más de uno. La colección que se expone en Gasteiz da muestra de ello con el apoyo y el rechazo del PSOE a la OTAN.
Este experto publicitario cree, sin embargo, que aquella pegatina identificativa perdió su estatus. «Aquello era de una época, porque hoy en día la gente no se quiere sobresignificar tanto. En aquella época, casi por la cara o por la pinta, sabías la casa de cada uno, si eras antinuclear o si eras tal, se te notaba», entiende. Sin embargo, pasados los años, la pegatina ha dejado de tener ese efecto y Gurrea opina que «está bastante en desuso, se ven muy pocas y la indiscreción de las grandes pegatinas ha desaparecido. La pegatina que está de moda ahora es la de las ropas, las marcas se han comido a las pegatinas».
De la pegatina a la chapa, de la chapa al pin y del pin a la marca comercial; sin olvidar la moda del lazo de diversos colores, según su mensaje. Este es el trayecto que dibuja Alvaro Gurrea, que considera que ninguno de ellos tiene un especial protagonismo en éstos inicios del siglo XXI.
Un profundo conocedor de la propaganda que no duda en aseverar que ni siquiera ya el cartel de pared es lo que fue. «El cartel no ha desaparecido de nuestras calles por los alcaldes y porque se ha limitado, sino porque simplemente ha desaparecido. Si se volviera a dar permiso, tampoco se pegarían. En la última campaña de Euskadiko Ezkerra, recuerdo que tiramos 50.000 carteles, ¡unas tiradas! Había entonces una necesidad de tapar lo del otro con lo tuyo, como ponerle otra piel a la ciudad. Poner las ideas a flor de piel, de calle, de pared,... ¡el día que pudimos cambiar de piel! Pero se acabó».
Otro movimiento, el ecologista, ha tenido, sin duda, en la pegatina uno de sus principales refugios para hacerse, más que oír, hacerse ver. Alberto Frías, cara y ojos del colectivo Eguzki, no du da de que este elemento «ha cumplido una función de comunicación superior a cualquier otro medio, pero que también tiene mucho que ver con que a medios reducidos, instrumentos reducidos».
«Un crisol de lo que se planteaba»
En ese sentido, destaca por enci ma de todas, «lo fundamental que ha sido la pegatina antinuclear, que a nivel mundial ha te nido una gran difusión y a nivel de Euskal Herria es todo un símbolo. Un símbolo sobre el que lo más curioso es que veinte años después seguimos vendiendo la misma pegatina, sigue utilizándose hoy como “un distintivo de”. En ese sentido, el huevo frito, que le llamamos nosotros, no solo sirvió en su día, sino que la seguimos sacando y se sigue utilizando”.
Sin embargo, Alberto Frías es consciente, al igual que otras personas consultadas, de que «ahora ha pasado a tener protagonismo en situaciones, movilizaciones y problemas más concretos, como más unido a cosas más puntuales del desarrollo del trabajo. En ese sentido sí que ha ido perdiendo cierto protagonismo que tuvo en su momento, que era como un crisol de todo lo que se planteaba».
En cualquier caso, en Eguzki han buscado una nueva utilidad a la pegatina, y son cada vez más los ciudadanos que acuden a su sede para buscar un distintivo que colocar en su buzón y advertir así de su rechazo a recibir cientos de papeles de propaganda. «Le hemos vuelto a buscar otra utilidad mucho más práctica. Es otro mecanismo, aunque el protagonismo histórico que tuvo durante unos años, desde luego no es el mismo que está teniendo ahora», concluye.
Xabi Gorostiaga es diseñador en la firma Tram Grafik, encargada de la visualización de campañas como la Korrika o Bai Euskarari y otras de carácter político. Se muestra menos pesimista sobre el fin de la pegatina, ya que «se siguen haciendo, aunque inmersas dentro de grandes campañas, porque se trata de un soporte que a nivel popular no puede faltar, aun cuando ya no es en sí misma el soporte de la campaña».
A su juicio, «quizá antes la pegatina tenía un uso más habitual y ahora la gente se la pone sólo en una manifestación o una fiesta, no va con ellas puestas por la calle, pero lo cierto es que dentro de campañas grandes no falta nunca».
Hoy, la pegatina, su uso, su visualización, casi se limita a citas políticas o reivindicativo-festivas, en las que sus participantes la portan durante el tiempo exacto en que se alarga la celebración. La solapa como soporte ha dejado paso a la trasera de un vehículo o a una farola.
Joeba Vivanco
(Gara, 3 de Abril, 2001)
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