Conocí a Jesús de Solaun en la cárcel de Larrinaga en tiempos de la República; luego ya no traté con él hasta pasados unos años, durante los cuales, entre otros cargos, desempeño el puesto de secretario de la Federación de Mendigoizales. Posteriormente, en 1936 fue elegido miembro del Bizkai Buru Batzar.
Es a partir de la guerra civil cuando empieza la larga odisea de este hombre que habría de durar prácticamente el resto de su vida. Abogado que, sin duda, dadas sus cualidades hubiera llegado a ser una figura brillante en la vida profesional, fue empujado por el remolino de los acontecimientos y su sentido del deber, a una vida oscura y sacrificada.
Le volví a encontrar en Santander, cuando acudí a las oficinas del partido en busca de información acerca de mi hermano desaparecido. Jesús de Solaun pudo haberse trasladado a lugar seguro, pero no lo hizo, y así, con Ajuriaguerra, Artetxe, Azkue, Rezola y otros muchos, fue hecho prisionero por los italianos en Santoña. Y así nos volvimos a encontrar nuevamente en el Dueso y en el puerto de Santa María. Solíamos charlar con mucha frecuencia de nuestras cosas. Tenía el don de una conversación atractiva y estaba dotado de una memoria privilegiada y una visión certera e inteligente de los problemas. En un encarcelamiento de tres años de duración, las personas no pueden disimular su manera de ser, y allí empecé a estimar su gran talla de hombre y patriota.
Cuando Jesús salió de la cárcel, bien pudo haberse preocupado de su situación personal y futuro profesional. Pero no lo hizo. Tenía una cita con la historia de Euzkadi y eligió el difícil camino de la lucha clandestina. En aquellos tiempos y durante muchos años después, la gente estaba aterrorizada por la muerte de tantos gudaris, los fusilamientos y el temor por tanto encarcelamiento. Había una tremenda penuria de bienes y todo era poco para asegurarse la subsistencia.
Jesús de Solaun, mientras sus compañeros burukides aún permanecían en la cárcel, inició su callada y solitaria tarea de ir preparando la resistencia. Cuando salieron en libertad Ajuriaguerra, Artetxe, Rezóla, etc., el camino ya estaba preparado y así, entre otras organizaciones, crearon el Consejo Delegado del Gobierno Vasco y la Junta de la Resistencia (C. D. y J. de la R.) en el que entraron los grupos políticos que habían participado en la defensa de Euzkadi.
La dirección del partido la llevaban Ajuriaguerra, Artetxe, Solaun, Arredondo y otros burukides de otras regiones. En el campo sindical hay que destacar la actuación de Peli Sarasketa, infatigable paladín de STV.
Durante todo este período y los que siguieron, Solaun estuvo yendo de un lado para otro sin cesar en su dura y callada tarea. Muchos conocieron a un tal "Subiñas" que actuaba por toda la geografía de Euzkadi.
El primer presidente del C. D. y J. de la R. fue el inolvidable Joseba Rezola quien, nada más salir de la cárcel de Burgos, sin dudar un momento, se integró en la lucha por Euzkadi. Mucho se podría escribir sobre este hombre extraordinario. En esta ocasión sólo puedo decir que es uno de los hombres que más he admirado. Poco tiempo después, Joseba se escapó en la estación de Donostia, cuando era conducido por la Guardia Civil desde Madrid.
Le sucedió Alfredo R. del Castaño, que vino expresamente desde el exilio al interior. Este insigne patriota de Santurce desarrolló durante unos años una labor extraordinaria en la presidencia de dicha organización y todos, hasta los más alejados del partido, supieron apreciar sus formidables dotes. Era de una sencillez y humanismo fuera de lo corriente. Pero también tuvo que ocultarse y finalmente se trasladó a México. Le sucedió J. J. Basterra, el patriota siempre alegre y optimista. Durante estos dos períodos, se realizaron las famosas huelgas en Euzkadi.
Rezola, A. Ruiz del Castaño, Basterra..., sombras entrañables desde hace tiempo, ejemplo vivo de cómo un ideal dignifica y agiganta al hombre. Euzkadi os debe mucho. Dicen que la patria la hacen los muertos. Vosotros con Arana Goiri, Aguirre, Ajuriaguerra, Artetxe, Landaburu, y nuestros gudaris caídos y los fusilados y ahora Jesús de Solaun, todos vosotros que sois ahora entrañables, habéis ido haciendo patria y la seguiréis haciendo.
Siempre luchando desde la oscuridad, Jesús de Solaun en 1946 decidió quedarse en Donostia por razones de eficiencia. En 1951 con motivo de las huelgas en Euzkadi, pudo burlar a tiempo su detención por la Policía. No habiendo podido cazarle, detuvieron a Karmele, conocida de Jesús y que trabajaba en la resistencia. Solaun tuvo que permanecer escondido durante cerca de cuatro meses, al cabo de los cuales y ya totalmente quemado, se refugió en Laburdi. Después de su encarcelamiento, en 1952 Karmele huyó a Laburdi, y en marzo de aquel año Jesús y Karmele se casaron en la catedral de Baiona.
La amargura de tanta lucha y esperanzas frustradas, no desanimaron a Jesús de Solaun, y ya en aquella nueva vida, llevó la dirección del EBB durante 19 años. En unión de otro entrañable en Laburdi, - Iñaki de Unzueta, se ocupó de la revista "Alderdi" y siguió viajando a donde le necesitasen y ayudando a los huidos y estudiando, etc. Se ocupó de todo y de todos, menos de sí mismo.
Bastantes años después pude encontrarme con él y darle un abrazo, y desde entonces nos veíamos con cierta frecuencia. Era un gozo. para el espíritu hablar con él. Yo apenas hablaba oyéndole embobado cómo relataba episodios de su vida pasada, con aquella memoria tan prodigiosa y una mente tan clara y lúcida. No podré olvidar un día en que me dijo: Cuando en 1936 nos hicimos cargo del BBB los burukides salientes nos dijeron, "Os hacéis cargo de un Bizkai sin ninguna clase de problemas. Los que había ya han quedado resueltos". No podían imaginarse que poco después empezaría la guerra y nuestro mandato habría de durar más de 40 años.
Era un profundo erudito en temas de euskera. Había conocido a R. M.a de Azkue y frecuentado su trato el tiempo que pudo hasta su pronto pase a la clandestinidad. Hace todavía pocos meses, me enseñaba en su casa de Biarritz "Itsasalde" un libro de aquel gran euskerólogo, en que dedicada el libro a Jesús. Conocía al detalle todo lo relacionado con la creación y desarrollo de Euskaltzaindia. En estos últimos años estaba muy afectado por la incalificable invasión de la política en el campo del euskera.
Pasaron los años y llegó el fin de la tiranía, y nacieron nuevas esperanzas para nuestro pueblo. En 1977 fue nombrado para el cargo de presidente del Tribunal Supremo del partido y pudo trasladarse a Euzkadi peninsular y vivir, al fin, la vida de un hombre totalmente libre, pero lo mejor de su vida había quedado desparramado generosamente por aquel caminar tan largo y oscuro. Físicamente maltrecho, su cuerpo vencido se negaba a acompañar a aquel espíritu claro y generoso. Cada vez que regresaba de verle en "Itsasalde", durante todo el camino no cesaba de pedirle a Dios que nos lo conservara pues la patria aún lo necesitaba.
Hace unos días lo he vuelto a ver por última vez. El mes pasado por razones de su cargo vino a Bilbao y al de unos días tuvo que hospitalizarse. Sus bronquios enfermos se negaban a funcionar, y así, entre altibajos de empeoramiento y esperanzas, su vida se apagó el 10 de diciembre de 1979.
Recibió la extremaunción con pleno conocimiento, y luego manifestó: "Hemos venido a este mundo con billete de ida y vuelta. Algún día hemos de dejarlo". Poco antes de morir le dijo a su esposa: "Karmele, en este mundo las cosas no me han salido muy bien, pero en una cosa sí .que acerté: en casarme contigo". Conservó plena lucidez hasta el último momento, en que exclamó: "Por Euzkadi... Dios mío, salva a Euzkadi".
Y así, junto a otros que le precedieron pertenece a la historia de nuestro pueblo. Sombras entrañables que habéis hecho patria, no os podremos olvidar jamás, y quienes nos hemos quedado aquí sabemos que seguiréis ayudándonos.
Falleció un gigante. A los 75 años ha muerto pobre, vencido por la enfermedad y hasta humillado por algunos. Acabo de regresar del sufragio en su memoria en Arrankudiaga, su pueblo natal que tanto amó. Allí se ha quedado abrazado por nuestra entrañable tierra vasca, cuando las hojas de los árboles mueren para enriquecer y dar nueva vida a la tierra. Su muerte servirá para dar nueva vida a esta nuestra maltratada patria. Escribo estas líneas con inmensa pena, pero también con esperanza.
Por: Iñaki de Zubiri
(Deia, 14 Diciembre, 1979)
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