Por: TELLAGORRI
VIII — LA INVASION
De las cuatro capitales de Euzkadi, tres vieron a los militares sublevados en la calle: Donostia, Vitoria y Pamplona. En Bilbao no se decidieron, por temor a ser vencidos y porque algunos jefes se negaron a sublevarse.
En Donostia, el Gobernador militar de la plaza dio primeramente palabra de que la guarnición se mantenía fiel a la República. En vista de esa seguridad, los donostiarras y los guipuzcoanos que poseían algún arma se dirigieron hacia Mondragón para marchar sobre Vitoria por Salinas. Pero entonces, los militares de Donostia se sublevaron y salieron a la calle. Al saberlo, las gentes que habían salido para Mondragón se concentraron en Eibar y utilizando trenes y autocares se volvieron a Donostia. En sus calles encontraron a los sublevados y comenzó la lucha. Los guipuzcoanos, mal armados, sin más mandos que su instinto, comenzaron entonces a dar pruebas de su ánimo y de su entusiasmo para la pelea. Se hicieron fuertes los militares en varios edificios, en el Casino, en el Hotel Cristina, en los cuarteles de Loyola, en la Equitativa, en la Comandancia militar, en los altos de Amotzagaña y en algunas casas de Atocha. Todos estos edificios fueron siendo tomados por los voluntarios civiles, hasta que a los rebeldes no les quedó más reducto que los cuarteles de Loyola.
En medio de los actos de valor realizados por el pueblo en esa contienda, se registraron otros de ingenuidad. Un grupo de unos ochenta hombres, mondragoneses en su mayoría, que atacaron desde el primer momento el Hotel Cristina, fué requerido por el Teniente de los Guardias de Asalto, que estaban en el interior, para que le entregasen las pistolas, únicas armas que tenían los atacantes, diciéndoles que aquella fuerza estaba con ellos, y que se les darían fusiles. Los asaltantes las entregaron y entonces fueron hechos prisioneros, siendo colocados, a modo de parapeto y con los brazos en alto, contra la verja del hotel, quedando así entre el fuego de los demás atacantes y el de los defensores, y pagando varios con la vida su exceso de confianza. Sin embargo, los rebeldes fueron desalojados del hotel, del Casino y de los demás edificios, metiéndose, al fin, en los cuarteles de Loyola, donde se resistieron más de una semana, entregándose por ultimo y quedando Donostia y toda Guipúzcoa en poder del pueblo, excepto la parte lindante con Navarra, por donde empezaron a meterse los rebeldes.
En Vitoria, los militares se hicieron dueños de la ciudad, sin lucha. Una guarnición bastante importante y una población escasa, facilitaron el triunfo inmediato de los rebeldes, aunque algún regimiento de Artillería se negó a secundar la sublevación.
Y en Pamplona se sublevaron, no solamente los militares y la fuerza pública, sino también los "requetés", alentados y conducidos por el clero y por los jefes políticos. Navarra, ferozmente católica, región donde mejor se conservaba la ideología tradicionalista y guerrera de los carlistas que lucharon en las guerras civiles del pasado siglo, se sublevó, puede decirse, entera. El general Mola, que entonces era Gobernador militar de Navarra, solo tuvo por trabajo reunir todas aquellas fuerzas bajo su mando. Y cuando Mola dio la voz de llamada a las armas, casi toda Navarra respondió.
Quedaban, pues, Vizcaya y Guipúzcoa en poder de los vascos; Álava y Navarra, en poder de los militares sublevados. Y así como el pueblo no podía, por falta de armas y de mandos, organizar un Ejército para atacar, los rebeldes pudieron hacerlo desde el primer momento; y los militares de Vitoria iniciaron su marcha contra Vizcaya, mientras los navarros atacaban a Guipúzcoa.
Bilbao conoció inmediatamente la salida de las tropas de Vitoria y marchó a su encuentro. Ya hemos dicho como salió armada la juventud de Bilbao y de Vizcaya, con poco más que indignación y entusiasmo. Se encontraron en los mismos límites de las dos regiones vascas, Álava y Vizcaya. Faltos los vascos de elementos bélicos para una ofensiva, se atrincheraron en sus posiciones, que los militares no se decidieron a atacar. Y allí quedaron estacionados ambos bañaos: los gudaris en el último pueblo de Vizcaya, Ochandiano; los rebeldes, en el primero de Álava, Villarreal: ambos en la carretera de Bilbao a Vitoria. La marcha de los militares contra Bilbao quedó detenida por unos hombres casi desarmados; de vez en cuando había algún tiroteo, alguna visita de los aviones que ya empezaban a tener los rebeldes, o algún fuego de cañón. Sólo al cabo de dos meses lanzaron los militares una ofensiva por el Puerto de Arlaban hacia Mondragón, con tres o cuatro mil hombres de tropa regular y algunos requetés. Después de tener que vencer una terrible resistencia, consiguieron entrar en Mondragón. Los defensores se retiraron a las alturas de Kampanzar, estableciendo una línea de resistencia desde Ochandiano al mar, el monte Kalamúa, Marquina y Lequeitio. Y por el otro lado, quisieron entrar en Mondragón. Los defensores se retiraron a las alturas las sierras de Altube y San Pedro, por Orduña y Arceniega, hacia Los Tornos, donde se enlazaba con las fuerzas leales de Santander. Durante varios meses, sólo hubo una acción importante: un ataque enérgico de los vascos que, después de una dura lucha, consiguieron ocupar la importante posición de Isuskiza, que dominaba la carretera de Vitoria. Muy cerca de esta posición, ocupaban también los vascos otra de escasa importancia estratégica, pero de renombre histórico: la llamada de Maroto. En ella estuvo, hace cien años, en la primera guerra carlista, fortificado el general Maroto, y de ella bajó a Vergara, para abrazarse con el general liberal Espartero.
Desde el primer día de la sublevación, los navarros atacaron Guipúzcoa, pero aquí la lucha fué dura, enconada y larga. Cerca ce dos meses tardaron los militares en lograr sus objetivos, no obstante haberlos tenido a muy pocos kilómetros. Los navarros atacaron por varios puntos. Entraron unas fuerzas por Echegarate y Ataun, hacia Beasain y Villafranca, con dirección a Tolosa, y llegaron hasta Lasarte, haciéndose fuertes los guipuzcoanos en Belkoain. Buruntza y Ventas de Zarate. Otras fuerzas entraron por Oyarzun, hacia Rentería. La mayor parte de los efectivos navarros atacaron por las Peñas de Aya hacia Irún con objeto de cerrar la frontera con Francia y hacerse con el Puerto de Pasajes. Los gudaris guipuzcoanos comenzaron a ofrecerles resistencia en las mismas Peñas de Aya —fortaleza del cura de Santa Cruz en la última guerra civil—. Los guipuzcoanos. sin mandos y escasos de armas, ya que Francia se negó a dejar pasarlas por la frontera, lucharon heroicamente contra los invasores, enormemente superiores en número, en organización y en armamento, en Aya, en San Marcial, en Saroya, en Puntha, en Hernani, en Adarra y Mandoegui... Tanta fué la resistencia que encontró el ejército navarro, que en el ataque a Irún estaban ya apoyados por fuertes contingentes de legionarios del Tercio extranjero y por moros que había pedido urgentemente el General Mola.
(Tierra Vasca, (nº 58) Abril 1961)
Comentarios