El mes de febrero no fue menos ajetreado. En el sector de los vascos se llevó a cabo una tarea que contrastaba con la violencia que los rodeaba: se evacuó el material científico, instrumental, mapas y documentación que había permanecido en el edificio de la Junta Constructora de la Ciudad Universitaria, y que estaba destinado a una expedición al Amazonas, cancelada por el conflicto. De nuevo, la preocupación por el patrimonio de los vascos quedaba patente.
El día 12; el 2.° Batallón realizó otro intento de tomar la posición del Instituto. Esta vez, lograron capturar algunas trincheras enemigas frente al edifico de la Junta Constructora, pero les costó cuatro muertos y dieciséis heridos.
Dos días después; la 40.a Brigada Mixta, entre otras unidades, realizó un vistoso desfile con motivo de la creación de la Casa del Soldado (habilitada en la famosa Casa de las Flores) que los llevó desde Colón, a través de Sol, hasta Guzmán el Bueno, donde se hallaba la comandancia. Asistieron el general Miaja y Vicente Rojo, que sin duda vieron la ikurriña del batallón vasco, obsequio del Hogar Vasco de la Carrera de San Jerónimo.
El 22 de febrero los de Ortega llevaron a cabo un ataque de grandes proporciones, con el objetivo de fijar fuerzas enemigas en ayuda de los republicanos que combatían en las inmediaciones del Pingarrón. De nuevo, el plan era casi idéntico, y los vascos tuvieron que atacar otra vez el mismo objetivo, que tantas vidas se había cobrado ya. Como era de esperar, los resultados fueron nulos, las bajas numerosas.
El alto mando no se dio por vencido, y el 11 de marzo se repitió por enésima vez la operación, sin lograr ningún éxito. Finalmente, el 18 se hizo un último intento, aunque con mayor énfasis en la dirección de ataque de la 40.a Brigada, para lo cual se colocaron varias minas bajo el Instituto de Higiene y sus defensas. Tras la detonación de las primeras, la artillería republicana abrió fuego y logró atraer a las reservas de los defensores a la primera línea. Cuando llegaron a ella, no fueron recibidos por la infantería atacante, sino una "traca final" de minas que los sepultó en sus propias trincheras.
A pesar de este despliegue de potencia de fuego, y de que se combatiese durante once horas con el apoyo de los tanques y llegando al cuerpo a cuerpo, los objetivos propuestos no se lograron. El batallón vasco no tuvo una acción destacada durante su trascurso, ya que no salieron de sus posiciones «al ver lo infructuoso del ataque», como dice el parte, y se limitaron a apoyar con su fuego el avance de la 2.a Brigada Mixta hacia el Clínico, que también fracasó.
El capitán David estuvo a punto de sufrir el mismo destino que su predecesor Azcoaga, cuando un mortero casi lo alcanza observando el ataque. Por suerte solo perdió los prismáticos, omnipresentes hasta entonces en sus apariciones en prensa.
La operación dejó un mal sabor de boca y tocó la moral de la tropa (que probablemente comenzó a decaer tras el fracaso del mes anterior), como muestra una queja de la que se hizo eco La Trinchera en su número 17, presentada por Argarate, oficial de ametralladoras vasco, que hablaba, visiblemente enfadado, de la "fantasía belicista" de algunos periodistas, en concreto los del diario Ahora, que publicaron un artículo sobre el ataque del 18 de marzo que antes hemos descrito, en el que se hablaba de «filas de cadáveres reventados en las trincheras, de miles de heridos agonizantes.» El mensaje de Argarate a estos periodistas era claro: «Si las autoridades encargadas de evitar estas cosas supieran la influencia que en nosotros los combatientes ejercen estas informaciones, las evitarían. [•••] Frenen su imaginación quienes tan desarrollada la tienen, y ya que no saben usar términos que mejoren nuestra moral, cállense». Esta moral tocada probablemente fue una de las causas de la pasividad mostrada por los vascos en la última operación.
Estas experiencias negativas convencieron al alto mando de que era imposible reducir la bolsa de la Ciudad Universitaria desde la margen izquierda del Manzanares, dando lugar así a la batalla que sería conocida a posteriori como Operación Ga-rabitas, que comenzaría el 9 de abril. Para reunir a la masa de maniobra necesaria se sacó a la 2.a y 68.a Brigadas del frente de la Universitaria, que pasó a ser cubierto por la 40.a.
En este nuevo despliegue la brigada cubría la línea entre la carretera de la Coruña junto al palacete de la Moncloa, y la calle Donoso Cortés, quedando la plaza de la Moncloa y el Parque del Oeste defendidos por la 4.a Brigada Mixta.
Los Batallones Córdoba y 1 de mayo fueron situados frente al Clínico, el Artes Blancas en las Facultades de Medicina y Odontología, el Comuneros cubría Filosofía y el palacete, y finalmente al de los vascos se asignó la Facultad de Farmacia y las trincheras que la enlazaban con Filosofía.
La lucha no solo se dio contra el enemigo al otro lado de las trincheras. La militarización empezó a hacerse notar en todos los aspectos de la vida y la organización de la brigada. Así, la designación del batallón fue transformándose a lo largo de los primeros meses de 1937 y. pasó de ser el Batallón Milicias Vascas a ser el 158.° Batallón.
Los cambios afectaron también a los uniformes. La ikurriña era parte del atuendo de los milicianos vascos; incluso Ortega la llevaba, como jefe de las MVA (un cargo paralelo al de jefe de la 40.a Brigada). La insignia era perfectamente visible en las imágenes de prensa durante los meses de enero y febrero, la época en la que mayor atención mediática reciben. Sin embargo, cuando a finales de marzo fueron visitados por La Pasionaria, ya no había rastro de las banderas vascas (21).
Durante estos meses, además, se marcharon algunos de los oficiales que habían compartido la historia de las MVA desde el principio, y que habían impulsado su proyecto político. Lizarraga dejó su puesto el 17 de febrero (22) para partir hacia Bilbao a finales de marzo, siendo sustituido por Sansinenea al frente del batallón, que mandó hasta el golpe de Casado. Ortega fue nombrado jefe de la 7.a División en mayo, y desde ahí pasó a los puestos de Director General de Seguridad (viéndose involucrado en el asesinato de Andreu Nin) y jefe del III Cuerpo de Ejército, en el cual tuvo un papel destacado en marzo de 1939.
Todo esto no era un simple cambio cosmético: la militarización acabó con el proyecto de crear una gran unidad que representase al Gobierno Vasco en Madrid, que comenzó en octubre con el intento de unificación de todas las fuerzas vascas del centro, continuó con el intento de crear una gran unidad con mando vasco en Boadilla y que resultó en la 40.a Brigada Mixta, en cuyo estado mayor hubo varios vascos, y cuyo jefe, Ortega, portó la ikurriña en su uniforme y mantuvo el cargo de jefe de las Milicias Vascas Antifascistas hasta su disolución.
Ya en febrero, Alfonso Peña, quien tres meses antes había firmado la proposición para la creación de la gran unidad de mando vasco en Boadilla, mostraba públicamente su preocupación por esta tendencia (23): «Nuestro deseo es que, aunque de manera no oficial, podamos conservar el nombre de Milicias Vascas Antifascistas, pues queremos que nuestra Vasconia tenga una representación en la defensa de Madrid. Esperamos que el poder central no se opondrá a nuestra pretensión, pues la bandera vasca va unida en todos los actos a la bandera nacional. La prueba más palpable es que la enseña que lucen nuestros milicianos en sus uniformes es la bandera representativa de la libertad de Euzkadi».
Al mismo tiempo, comunicaba por privado su malestar a Irujo: «Estas milicias [...] no han recibido del Gobierno de Euzkadi la menor prueba de agrado con que aquel Gobierno ve nuestro comportamiento. [...] No quisiéramos, y Ortega está conforme con ello, que desaparecieran los lazos espirituales y aun materiales que deben unirnos, y éste sería el momento propicio para que el Gobierno Vasco hiciera algo en nuestro favor: regalo de una bandera, concesión de uniformes como los que usa el Ejército de Euzkadi, banda de chistularis para desfiles; algo, en fin que sirviera de lazo de unión entre estas milicias, que no tienen más aspiración que luchar en sus montañas queridas, y su Gobierno».
La queja fue trasladada por Irujo al lehendakari Aguirre a través de la delegación del Gobierno Vasco en Barcelona, haciendo hincapié en que lo ideal sería trasladar el batallón al norte, o en su defecto, obsequiar uniformes del Ejército Vasco para todo el batallón, además de una bandera del Gobierno Vasco. Por estas fechas, el ministro se reunió varias veces con Sansinenea en Barcelona, seguramente para tratar esta cuestión. A finales de marzo, Irujo realizó gestiones con el Gobierno para realizar un homenaje a las MVA, adquirir la bandera vasca, y ochocientos uniformes inspirados en los de los miqueletes guipuzcoanos, haciendo hincapié en que era «preciso obtener de {las] Milicias Vascas {de] Madrid {un] efecto político {ya que lo] merece su heroico valor {en la] lucha {del] Frente Centro.» Sin embargo, no parece que se obtuviese ningún resultado. Los últimos telegramas que intercambiaron el ministro y los milicianos giraron en torno a la creación del himno de las Milicias Vascas, a finales de abril de 1937.
Este "olvido" por parte de las autoridades vascas se debía a que su atención se centraba ahora en la Brigada Vasco-Pirenaica, con la cual se quería (o más bien se fantaseaba) operar sobre Aragón y eventualmente Navarra, que parecía un teatro de operaciones más atractivo debido tanto al estancamiento del frente de Madrid como a la menor autoridad del Gobierno central en la región. A mediados de marzo ya se intentó captar a los vascos del frente de Madrid para esta unidad, aunque con poco éxito (24), y a ella se unieron varios miembros de la delegación del Gobierno Vasco en Madrid en mayo, incluido Jesús Galíndez.
No obstante, la militarización no fue vista con malos ojos por todos. Muchos de los miembros del batallón, especialmente los mandos intermedios, acogieron calurosamente las nuevas medidas. Ejemplo de esto fueron los numerosos artículos en La Trinchera que publicó el ya mencionado Argárate, en los que se lamentaba de los afanes partidistas de la retaguardia y expresaba la necesidad de la unión y la priorización de la guerra por encima de cualquier proyecto político. Se intuye en ellos un fuerte espíritu de cuerpo y sentido de la responsabilidad sobre el porvenir de toda la República, fruto de las experiencias de una guerra implacable y del espíritu de disciplina militar inculcado por el Partido Comunista.
El fin de las operaciones de gran envergadura en marzo dio paso a una angustiosa guerra de trincheras que no cesaba nunca y que siguió llevando a la tumba a más vascos hasta el final de la guerra: se gastaban a diario más de tres mil cartuchos de fusil y ametralladora, alrededor de cincuenta bombas de mano y entre diez y cien granadas de mortero en el sector de la 40.a Brigada. A esto hay que sumar la guerra de minas, que, aunque hasta mediados de 1938 afectó principalmente al otro bando, podía resultar igual de peligrosa para ambos. No era raro que quedasen cortas y sepultasen a los hombres en sus propias trincheras o que liberasen grandes nubes de dióxido de carbono que asfixiaban a todo aquel que encontrase en su camino. Con la llegada del verano del 38 la iniciativa en esta modalidad bélica pasó a los "nacionales", y los soldados al otro lado de la tierra de nadie sufrieron las consecuencias.
La única ventaja de la estabilización del frente era la oportunidad de acondicionar e higienizar los espacios de vida. Las trincheras se hicieron más profundas y seguras, y se excavaron profundos refugios donde los soldados podían dormir en literas. Bajo tierra se construyeron también espacios comunes, como un salón-biblioteca para los combatientes, gracias a la iluminación eléctrica. Las conducciones de agua de la Ciudad Universitaria incluso permitieron la instalación de unas duchas de trinchera, anexas a la primera línea; un lujo del que pocos soldados podían presumir (25).
El 158.° Batallón rotó por casi todos los subsectores de la Ciudad Universitaria desde la estabilización del frente. En octubre de 1937 pasó de Farmacia a guarnecer el frente del Clínico, donde permaneció hasta marzo de 1938; participando en al menos un asalto precedido de voladura, en el que varios soldados quedaron sepultados vivos a causa de una contramina enemiga. El mes de abril lo pasó en la reserva, mientras que mayo y junio lo hizo en el sector Filosofía-Palacete de la Moncloa, sin combates dignos de mención. Fue relevado en julio, retornando antes de octubre a las mismas posiciones. A finales de noviembre pasó al Jardín Botánico, y en enero de 1939 se instaló entre la Facultad de Odontología y el pinar del Clínico. Sería su último destino.
Al instalarse allí, comenzaron a aumentar las deserciones, casi siempre individuales y a veces en pareja (26), y se dispararon a partir de febrero de 1939, al ser facilitadas por la cercanía de las líneas enemigas, e incentivadas por la pérdida de Cataluña.
El 5 de marzo, la brigada tuvo que hacer frente al golpe de Casado, manteniéndose relativamente neutral. Manolo Muñoz, un teniente criado en Estella, que estaba al mando de una de las Cías, de Zapadores, decía que en los momentos iniciales «había bastante nerviosismo y se acordaron medidas por si aparecían los casadistas. Se acordó no decir nada a la tropa de lo que estaba pasando; estábamos convencidos de que el golpe de Casado fracasaría y nos fuimos a nuestra unidad en espera de los acontecimientos» (secuelas pág. 604). Sin embargo, los golpistas hicieron públicas sus intenciones por la radio esa misma noche. A partir del día 7, y hasta el 12, los combates entre casadistas y comunistas cobraron gran intensidad. La vecina 42.a Brigada se posicionó decididamente a favor de los últimos, tomando el control del puesto de mando de la 40.a Brigada (cuyo comandante, Ángel Rillo, seguía indeciso) y de la 7.a División. Posiblemente algunos grupos minoritarios de la 40.a participaron en los combates de Nuevos Ministerios, pero la mayor parte de la unidad se mantuvo en sus puestos. Finalmente, los partidarios de Casado salieron victoriosos.
Durante la semana que duraron los enfrentamientos, y aprovechando el caos, se pasaron al enemigo un comisario, cuatro tenientes, seis sargentos, diecinueve cabos, treinta y cuatro soldados y cuarenta y cuatro guardias de Asalto en toda la brigada; de los cuales un teniente, dos sargentos y once soldados pertenecían al 158.° Batallón.
Tras el golpe fueron sustituidos los mandos de la brigada, del batallón (hasta aquel momento había pertenecido a Sansi), y el de dos de las compañías. Dos capitanes, quizás los anteriores jefes de esas compañías, se encontraban detenidos, presuntamente por su activa participación en la respuesta comunista al golpe. Además, tres secciones de fusileros y una de ametralladoras carecían de mandos, bien por la misma razón de la detención de sus compañeros o porque habían desertado (27). Dionisio Pomar, aún comisario del batallón, se mostró favorable a la resistencia y decidió marchar al exilio tras la victoria casadista.
Cabe destacar que tres de los cinco capitanes (jefes de compañía, de los cuales dos habían sido ascendidos tras el fin de los enfrentamientos posteriores al golpe) y un cuarto de los tenientes (jefes de sección) eran vascos, a juzgar por los apellidos (por lo que el número podría ser mayor). La situación del resto de batallones era similar, aunque cabe destacar que el 158.° tuvo el mayor porcentaje de detenidos como de desertores (si excluimos a la Guardia de Asalto).
Estos datos sugieren que, aunque la unidad seguía siendo mayoritariamente vasca, la identidad nacional no jugó un papel determinante en los posicionamientos y decisiones de estos días, habiendo vascos que huyeron y vascos que se adaptaron al nuevo orden. La relativa neutralidad que mantuvo la brigada ayudó a facilitar este último proceso, a pesar de las numerosas simpatías hacia Negrín entre los mandos.
Manolo Muñoz estaba entre aquellos que permanecieron en sus puestos, porque «la única esperanza que nos quedaba era la Paz que nos habían prometido; varias veces nos hicieron saber que las armas no las entregaríamos hasta conseguir dicha Paz, y que si no se conseguía seguiríamos luchando.» Para ello, decidieron «mantener la disciplina, sobre todo en las fuerzas de vanguardia, y ya, sin ningún espíritu de lucha ni esperanzas de ninguna clase, esperamos la "Paz Honrosa" que nos habían prometido” (28).Y es que la guerra seguía con su ritmo: los tiroteos eran diarios y la guerra bajo el subsuelo aún debía cobrarse las dos últimas bajas registradas del batallón vasco: dos soldados que murieron asfixiados por la nube de dióxido de carbono liberada por una contramina cerca de la Facultad de Medicina el 21 de marzo. La disciplina se mantuvo férrea, como indicaba Manolo, y de hecho las deserciones se redujeron respecto a la semana anterior: entre el 12 y el 22 (último día del que se disponen datos) solo tres soldados y un cabo del 158.° se pasaron (curiosamente, casi todos los pasados en estos días son de este batallón). Sin embargo, esta actitud también tuvo consecuencias trágicas, al causar, el 22 de marzo, la última muerte de la que se tiene constancia en los partes de la brigada, a la que se le dedica una sobria línea: «un soldado muerto por bala propia al intentar pasarse al enemigo» (29).
Finalmente, «todo el tinglado se vino abajo.» El 27 de marzo de 1939, a las 16:45 se firmó el último documento de la 40.a Brigada que nos ha llegado: un parte de observación que se limita a decir lo siguiente: «La jornada ha transcurrido con tranquilidad, registrándose los tiroteos de alerta por ambas partes» (30).
A pesar de dispararse hasta el último momento, a última hora de ese mismo día los "nacionales" salieron de sus trincheras en la Ciudad Universitaria, y ocuparon el resto de las facultades, el Parque del Oeste y la Colonia Metropolitana. Más de dos mil soldados republicanos se pasaron a sus filas y se dieron escenas de confraternización por todo el frente. Las posiciones que tanta sangre habían costado a los vascos y sus compañeros de trinchera fueron cedidas sin resistencia alguna (31), «la tropa ya no acataba la disciplina, y cada cual hacía lo que le daba la gana. Mientras unos lloraban, otros se abrazaban creyendo que habían terminado sus padecimientos. Pocos días después pudieron comprobar lo engañados que estaban.» Al día siguiente, el coronel Prada cruzó las líneas de la brigada frente al Clínico para reunirse con el coronel Losas y rendir oficialmente la ciudad, poniendo punto final a la guerra y al recorrido bélico de los vascos en el Madrid sitiado.
NOTAS
- - J. M. del Palacio, Secuelas de nuestras guerras y derrotas (Madrid: Letras del Autor, 2017), pág. 716.
- -Jesús Galíndez, Los vascos en el Madrid Sitiado (Txalaparta, 2005) pág. 34.
- - Luis de Vicente, Operación Garabi-tas: La otra Batalla de Madrid (La Librería, 2006).
- - La lucha de clases (Bilbao, 1894), 20 de abril de 37. Pág. 1.
- - Causa General, caja 1535, expediente
- - CDMH PS Madrid 2527.
- - AGMAV, ZR R. 39 L. 482 Cp. 8 D. 1.
- -J. M. Martínez Bande, La marcha sobre Madrid (Servicio Histórico Militar, 1968), pág. 219.
- - Euzkadi Roja (Bilbao, 1933), 12 de marzo de 37, pág. 1 y 3.
- - AGMAV, Z/R, R60, A59, L673, Cp5,Dl,F7.
- -AGMAV ZR C. 1165,8.
12- Crónica (Madrid, 1929), 16 de mayo de 1937.
- - ABC Madrid, 30 de noviembre de 1936.
- - AGMAV ZR R. 98 L. 969 Cp. 1 D. 1.
- -AGMAV C.786,8,2.
- - RGASPI 545-3-158.
- - El Liberal (Madrid, 1879), 16/1/1937.
- - AGMAV ZR R. 193 L. 1185 C. 6D.
19--AGMAV ZR C. 1012,1.
- - La Trinchera: boletín del Frente de Moncloa (Madrid, 1936), n.° 8.
- -Estampa (Madrid, 1928), 3/4/37.
- - AGMAV ZR C. 1012,1. _• - ABC Madrid, 11/2/1937.
24 Vicente Talón Ortiz, De las Milicias
Vascas Antifascistas a la Brigada Vasco
Pirenaica, en Memoria de la Guerra de
Euzkadi n.°25,pág.l49.
25.- Crónica (Madrid, 1929), 23/5/37.
26 AGMAV ZR R. 193 L.1185 C.8
D.l.
27.- Causa General, Caja 1564 Exp. 19.
- -J. M. del Palacio, Secuelas de nuestras guerras y derrotas (Madrid: Letras del Autor, 2017), pág. 119.
- - AGMAV ZR R.193 L. 1185 Cp. 8D. 2.
- -AGMAV ZR C. 1011,14.
31- Fernando Calvo González-Regueral, La Guerra Civil en la Ciudad Universitaria (Madrid: La Librería, 2012), pag. 433.
Por: Carlos Iriarte Aguirrezabala
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