Martes 21 de abril de 2020
En la fotografía podemos ver al alcalde de Bilbao recibir a pie la escalera del ayuntamiento de Bilbao al Lehendakari Leizaola que acababa de llegar de un exilio de 42 años en diciembre de 1979. El alcalde y toda la corporación, no solo querían honrar a un Lehendakari, diputado, fundador de la Universidad Vasca, la persona que hizo posible que Bilbao no fuera destruido en 1937 sino al alto funcionario del ayuntamiento que Leizaola había sido. Jefe de Hacienda desde 1919 a 1925. Recuerdo como nos contaba lo que había supuesto para Bilbao el crack de la Unión Minera.
Jon Castañares, que había sido uno de los niños de la guerra en Inglaterra estuvo muy cariñoso con Leizaola y quiso darle significado a la figura Lehendakari entregándole en las escalinatas el bastón de mando del ayuntamiento, estando la guardia de gala, con maceros, así como la banda de txistularis que al llegar le entonaron el Agur Jaunak y al salir el Himno Nacional Vasco. En el despacho del alcalde firmó Leizaola en el libro de honor del ayuntamiento y Castañares le obsequió con unos gemelos y un alfiler de corbata en nombre de la Corporación. Estos obsequios llevaban estampado en oro el escudo de la capital bizkaina. Ante todo eso Leizaola pronunció unas emocionadas palabras de agradecimiento e hizo mucho hincapié lo que había significado Bilbao en su vida.
Bueno, pues nos toca traer a este homenaje al Lehendakari Agirre en el sesenta aniversario de su fallecimiento, el recuerdo que Leizaola hizo de su antecesor, ya que fue su jefe y su amigo, su compañero de fatigas y su guía. El juramento de Leizaola ante el féretro de José Antonio en el cementerio de Donibane bajo un paraguas resumía bien lo que estaba viviendo en aquel momento.
Leizaola, habló y escribió mucho de Agirre. He aquí uno de sus testimonios. Un magnífico testimonio que describe en tres trazos, treinta años de lucha política con total entrega:
“Los treinta años de vida política de José Antonio de Agirre —1930 a 1960— se me presentan ahora, cuando acaba de morir tan inesperadamente y hallándose en plena actividad, como formando la más armoniosa unidad que pueda ser imaginada.
Le veo de 1930 a 1931 en la Comisión política que al frente de la editorial de prensa "Euzko-Pizkundia" solicitó la voz de los nacionalistas vascos para que se decidiera sobre los rumbos que debían ser adoptados al salir de la dictadura de Primo de Rivera. Tenía entonces nuestro Lehendakari 26 años, y las actividades en que se había distinguido (los estudios, el deporte, las organizaciones juveniles católicas), así como su tradición familiar, le llamaban a puestos de confianza y dirección en los que no cesaría ya hasta su muerte. Fue aquella la primera consulta popular a la que está asociado su nombre. Con ella se fue a la instauración de las corrientes definitivas del nacionalismo vasco, tal como las vemos aún hoy, treinta años después.
El 12 de Abril de 1931 era elegido Concejal por el Municipio de Getxo, y dos días más tarde Alcalde de ese complejo Ayuntamiento integrado por los diversos núcleos que se llaman Las Arenas, Neguri, Algorta y Getxo, éste último el más antiguo y más lejano de Bilbao. Un vecindario cuyos nombres de familia suenan en todo el mundo, por comprender a hombres de negocios y a hombres de mar para quienes no había lugar de la tierra que dejara de ser interesante.
Ese día comenzaba su vida la II República Española, saliendo al exilio el Monarca que reinó en España desde el día mismo de su nacimiento en 1886, Alfonso XIII.
José Antonio de Agirre tomó entonces sobre sí una tarea gigantesca, la de lograr que Euzkadi, el País Vasco, viese reconocida una autonomía política que había perdido en 1839 y de la que, sin embargo, quedaban aún restos visibles y no simples recuerdos.
La tarea que llevó adelante no fue la de redactar un texto de Estatuto, tarea que él, Alcalde —es decir Autoridad— dejó para grupos de personalidades de probada competencia y que funcionaron bajo la égida de la Sociedad de Estudios Vacos o de las Comisiones Gestoras de las Diputaciones Vascas, sino la de mover al pueblo para que tomase en sus manos los destinos del País, por el camino de ese Estatuto de Autonomía.
También en esto sería la clave un referéndum, como lo había sido en el otro plano. Pero aquí no se trataba de mover a hombres convencidos que pedían orientación, sino a los no conformistas, a los escépticos y a los interesados en que nada se hiciera. Y éstos —sobre todo el segundo grupo— han sido siempre legión.
La obra de Agirre cerca de las Municipalidades, que suman más de 500 en el País Vasco, cerca igualmente de las cuatro Comisiones Gestoras, de los diputados a Cortes del País no nacionalistas vascos, y finalmente del electorado mismo, hombres y mujeres, fue tal que no encuentro palabras para colocarla en el elevado lugar que merece.
Diputado en las Cortes de la II República Española durante toda la vida de ella, intervino en muchos debates parlamentarios, dando siempre verdadero ejemplo por la altura en la que se producía, por la tolerancia y el gran valor humano que demostraba, por lo medido y justo de la expresión y por el calor y la brillantez de sus discursos. Con todo, esta intervención parlamentaria (y aunque es seguro que, queriéndolo él, le hubiera llevado a grandes éxitos políticos de orden personal) la concibió siempre como enderezada a lograr el objetivo esencial de la autonomía política de los vascos obtenida mediante acuerdo de las demandas de éstos con las decisiones que el Parlamento español adoptara en su día.
¡Qué grandioso objetivo el de sus afanes! ¡Y qué esfuerzo el realizado por él al servicio de tal causa!
Tarea cívica por esencia era la de lograr los votos de los Ayuntamientos y de las Gestoras vascas, los del electorado vasco en proporciones de quórum completamente excepcionales. Y luego la de llegar a que el Parlamento español aceptase lo que le era demandado por los vascos.
Y él —no diré que sólo, pues otros hombres serán también recordados por nuestros compatriotas, pero sí que su acción fue la permanente y la decisiva hasta absorberle todo entero, haciéndole merecer que por ello se le llame Padre del Estatuto— no cejó hasta que lo sancionado primero por los electores de Alaba, Gipuzkoa y Bizkaia el 5 de noviembre de 1933 en el plebiscito previsto por la Constitución de la República Española de 8 de diciembre de 1931, y luego adoptado como ley del Io de octubre de 1936 por el Parlamento español.
Fue la obra de un político de clase excepcional, y los hechos demuestran que por tales métodos deseaba él seguir adelante: la consulta popular, las elecciones, los debates en las Corporaciones, los acuerdos de Asambleas y Parlamentos.
Pero en Julio de 1936 la pura acción cívica se hizo imposible por la sublevación militar y la guerra civil española. José Antonio de Agirre, sin embargo, no varió en su línea.
Antes de transcurridos tres meses, en virtud de aquel Estatuto por el que tanto había trabajado y que era, al fin, ley de Estado incorporada a su sistema constitucional, la confianza de los electores vascos, los concejales elegidos en 1931 por el sufragio popular, le elevaba a la condición de Presidente del Gobierno del País Vasco (Euzkadi) cargo que ha venido ejerciendo hasta su muerte.
Una segunda etapa de su vida, se desarrolló, pues, durante la guerra al asumir con la Presidencia las funciones del Departamento de Defensa en toda plenitud.
Viósele en ellas fiel a sí mismo, a su sentido de organización, a su inmensa capacidad de trabajo, realizando dos objetivos verdaderamente arduos en aquellas circunstancias: el de hacer con las Milicias tan divergentes, un Ejército; el de hacerlas encuadrar y responder a un Estado Mayor de militares de carrera y lograr que éste llevara un control verdadero de las tropas combatientes. Viósele también ajeno a toda veleidad de invadir el terreno de los otros Poderes, dejando que éstos llevaran los asuntos de su competencia (por ejemplo, los asuntos internacionales o los legislativos) según la entendieran y creyeran acertado, puesto que ellos eran los responsables.
José Antonio de Agirre no salió de territorio vasco mientras hubo guerra en Euzkadi: José Antonio de Agirre no salió prácticamente de su despacho sino para ir a los frentes. Gracias a eso pudo controlar la guerra en territorio vasco como la controló. Porque comenzó por hacerse él mismo esclavo de la propia tarea.
Es obligado decir que durante el mes de Mayo de 1937, tras la destrucción de Gernika por la aviación al servicio de Franco en la tarde del 26 de Abril, ejerció también el mando militar en el cual cesó el 29 de Mayo. Y que ese período de operaciones registró una resistencia de las tropas vascas a la ofensiva enemiga (llevada bajo planes alemanes y con la participación en la ofensiva de tropas hitlerianas e italianas) que acepta la comparación con las más brillantes campañas de la misma clase.
Al término de la guerra, en Febrero de 1939, hizo frente, con el Gobierno, a las necesidades de los exiliados (campos de concentración, refugios, colonias) en países extranjeros y se vio ante el nuevo panorama de la guerra mundial en Septiembre. Y en Mayo de 1940, con la invasión hitleriana de los países del Oeste de Europa, a través de Holanda y Bélgica, se halló cortado de su pueblo y obligado a una clandestinidad dramática que terminó en la América del Sur en el verano de 1941.
Reapareció, entonces, el hombre civil que era, al lado de los líderes de la democracia, dando forma a su pensamiento que no podía ser otro que el después extendido en el mundo bajo el nombre de democracia-cristiana, pues éste era el que auténticamente correspondía a las doctrinas del partido nacionalista vasco del que Agirre procedía. Para la América de habla española, fue él desde 1942, el más autorizado portavoz de esa ideología que tanto había de desarrollarse.
Después, acabada la guerra mundial, establecido en Europa, fue también uno de los más autorizados entre los sembradores y constructores de la idea europea democrática. El y su pequeño equipo asistieron a los comienzos de la vida política de hombres de tanta historia posterior como De Gasperi y Adenauer y se contarán entre los que han prestado asistencia y calor con más asiduidad a los Congresos, Asambleas y Comisiones de los movimientos de opinión (demócratas-cristianos y federalistas, sobre todo) que en avanzada han ido señalando caminos para una auténtica construcción europea democrática.
Labor esta de los últimos quince años de la vida de José Antonio de Agirre que desembocaba en términos de la más perfecta unidad con la de sus comienzos en 1930.
Ahora, en 1960, seguía diciendo él que sólo de la voluntad del pueblo, expresada por medio del sufragio libre, podían surgir los poderes públicos para los vascos y para los españoles —como para las distintas nacionalidades peninsulares— al sur del Pirineo, como también en Europa para las instituciones políticas que van siendo creadas.
Esto mismo seguía diciendo para el continente americano y para el mundo entero. Su combate ideológico y político reclamaba la libertad auténtica para todos los hombres y todos los grupos o comunidades humanas, y dentro de ella nos asignaba a todos la misión de crear la sociedad que pueda "garantizar el trabajo al hombre honesto que quiere cubrir sus necesidades con su cooperación y el esfuerzo personal" y nos advertía "que no tendrá eficacia el esfuerzo social si éste no alcanza proporciones universales".
Este cometido social venía en él también de sus primeros días de vida pública e impregnaba el Estatuto Vasco por el que luchó desde la juventud. Así, el Mensaje de la vida pública del Primer Presidente de Euzkadi, el de José Antonio de Agirre y Lekube ha brillado, a lo largo de 30 años en la más armoniosa unidad concebible.
Recordemos también a Castañares, primer alcalde democrático de Bilbao tras el largo y negro túnel del fascismo.
Se encontró las arcas saqueadas por sus corruptos antecesores durante el franquismo y un funcionariado contagiado del espíritu de aquella triste época. Le dio la vuelta a la situación e incluso fue el primero en preocuparse por la regeneración de la villa, sin ruido, sin populismo y con sencillez.
Su error más grave el de ordenar quemar unos libros publicados para un premio de literatura promovido por el Ayuntamiento.
Nadie es perfecto.
Publicado por: CAUSTICO | 04/22/2020 en 12:23 p.m.
Hiperinformados de la pandemia como estamos, hay noticias que pasan desapercibidas.
Hace unas semanas, en Bilbao la Vieja, la Policía Municipal reprendió en la calle a un ciudadano magrebi por saltarse el confinamiento. Este reacciona violentamente, les insulta,baja su madre y se pone también violenta e insultante. Los municipales se ven obligados a reducir a ambos individuos y son insultados desde las ventanas cercanas por amigos de los p
Que se saltaron el estado decalarma que además de increparles les arrojan objetos.
Rápidamente reaccionan los de siempre, calumniando a la policía por violencia racial.
El sindicato ELA apoya el injurioso comunicado que carga contra los representantes de la ley en Bilbao y justifica las reacciones violentas de la pareja de delincuentes y de los vecinos agresivos.
Varios miembros de la P.M. afiliados a ELA se dan de baja del sindicato indignados por el apoyo de ELA al injuriante comunicado.
ELA se disculpa diciendo que dicho apoyo no fue debatido internamente antes de su firma.
No hacen falta más comentarios
Publicado por: CAUSTICO | 04/22/2020 en 12:33 p.m.
Richard Ford
En el siglo XIX, los viajeros románticos ingleses expresaron opiniones similares sobre España. El más célebre, Richard Ford, autor de A Handbook for Travellers in Spain (1845) y de Gatherings from Spain (1846), retrató a los españoles ordinarios como generosos y nobles, refiriéndose constantemente al mal gobierno y al desgobierno:
«La causa real y permanente de la decadencia de España, de la falta de cultivo y de la tristeza y miseria, es el MAL GOBIERNO».
Afirmó que, en todos los escalones de la Administración, había déspotas siempre dispuestos a aceptar sobornos:
«Hay quien ve en España un país de paradojas, en el que un pueblo dotado de gran independencia de carácter se deja guiar por gobernantes corruptos y arbitrarios».
Publicado por: Sony | 04/22/2020 en 12:50 p.m.