Lo conocí en el seno de aquella Editorial Ethos que astutamente había registrado en Madrid, con gran disgusto por parte del entonces delegado de Información y Turismo en Guipúzcoa, Felipe de Ugarte. Ethos se dedicaba exclusivamente a la publicación y divulgación de temas sociales, actividad en verdad arriesgada en los tiempos que corrían.
Era don Ricardo hombre de una pieza, una pieza de acero. Había hecho una opción en su vida, a favor de la justicia social, y la mantuvo por encima de cuantas persecuciones le acarreó esa dedicación. Persecuciones, recelos, le vinieron especialmente de las instancias "oficiales", tanto eclesiásticas como civiles, y también de los ámbitos "progres", políticos y religiosos, que levantaron oleadas de efervescencia religioso-patriótica durante los años 60 y más adelante. No era hombre que se dejase arañar por modas, porque se anclaba en la solidez de un estudio continuo y una reflexión verdadera. Así pudo mantenerse firme en su lucha por la justicia, colocándose sin dudarlo al lado de los oprimidos, fueran éstos obreros, mujeres o perseguidos. Su integridad y la lealtad a la causa de su vida fueron totales. De manera natural se constituyó en consejero y soporte de una amplia variedad de gentes que le interrumpían sin cesar y a quienes acogía lleno de cordialidad.
Infatigable trabajador, leía prácticamente todo lo que sobre cuestiones sociales se publicaba en castellano y francés. Los fines de semana le servían para viajar o para meterse entre pecho y espalda algún grueso volumen recién publicado. Su poder de asimilación era fantástico. No hacía otra cosa más que trabajar y no se cansaba de repetir que era necesario prepararse, estudiar, que no se podía luchar contra el marxismo sin estar bien enterado de cuál es su meollo, que muchas veces se reían de nosotros porque éramos vagos.
Para él no fue una sorpresa que, en medios abertzales, se le tildara de "felipe"; pero nunca estuvo dispuesto a estrechar su horizonte. De hecho, muchos abertzales fueron discípulos y amigos suyos. La conexión con él era sencillísima, bastaba tener ganas de luchar en serio por algo que mereciera la pena. Personalmente puedo decir que me animó, en repetidas ocasiones, a que dejara todo lo demás y me dedicara al trabajo en "Zeruko Argia", como hice. Lo que no podía soportar era la gente aburguesada, incapaz de planteamientos de justicia. O a los perezosos.
Inconformista nato, contrario al institucionalismo, era lo opuesto a un cura "funcionario". Cuando se asomaba a la terraza del piso sede de la editorial, que caía justamente al lado y más arriba que el tejado de la antigua Curia diocesana, presumía, en broma, de "estar por encima de la Curia".
El escaso dinero que reunía a costa de mucho trabajo —artículos, libros, cursillos, clases, charlas—, se lo gastaba en libros y revistas.
Poseía el don de la claridad para explicar, de palabra o por escrito, temas arduos que hacía asequibles a cualquier clase de interlocutores que tuviera delante. Buen profesor, fue sobre todo gran maestro de los trabajadores en aquellas escuelas sociales, cuyos primeros pasos se dieron en Guipúzcoa y que después se extendieron por otros puntos de la Península.
Incomprendido en su tierra, no hizo de ello una tragedia, sino que supo desaparecer sin ruido para seguir dedicando toda su energía al trabajo social, fuera del País Vasco. Las horas largas de su única enfermedad han sido testigo de la huella que ha dejado este gran trabajador. Ni se pueden contar las personas, de aquí y de allí, que se han interesado por él. Descanse en paz.
Por: Miren Jone Azurza
(Deia, 19 Febrero de 1982)
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