Martes 28 de abril de 2020
Para los que piensan que Agirre solo hablaba de política, del estatuto, de la guerra, del exilio es bueno destacar que era una persona equilibrada a la que le gustaba también hacer otras cosas. Obvio. Desde jugar al fútbol en el Athletic a tocar el fiscorno (en la foto en el Colegio de Orduña) o cantar en el Elai Alai. Cuando cayó Bilbao no mandó una división militar que no tenía sino al coro Eresoinka, grupo Elai Alai y a la selección de Euzkadi para que explicaran al mundo que aquí había un pueblo pequeño amante de la paz que estaba siendo sometido a los rigores de una guerra de exterminio. Lo hizo con música y deporte.
De eso nos habló su compañero de fatigas Manuel de Irujo que lo ilustraba de esta manera:
“La figura del primer presidente del Gobierno Vasco, el aniversario de cuya desaparición conmemoramos, es bien conocida y merece atención, cariño y respeto. Para vivir aquella existencia era preciso ser un hombre extraordinario, fuera de serie, como en efecto lo fue el lehendakari Aguirre.
Los libros de José Antonio son trasunto de su vida política y describen la historia del período de la vida del pueblo vasco a que hacen referencia. Nadie podía realizar esa labor con más autoridad que él.
A mí, no obstante, me llama más a la mente y al corazón el recuerdo del hombre, la condición humana de su ser, sus reacciones personales, desprovistas de luz y taquígrafos. Y no me refiero al futbolista, a quien no conocí, sino al hombre maduro con el que discutí e intimé.
Mucho más que cualquier otro arte, amaba José Antonio la música. Le gustaba oírla, tararearla o cantarla. Muchas veces pensé, escuchándole, que su vocación más definida fuera la de músico y que tal vez su segunda afición fue la histórica. José Antonio se estaba haciendo historiador. Dedicó muchas horas de su existencia a leer historia e investigar sobre sus motivos. En los postreros años de su existencia, vividos en París, partía el día en dos: la mañana la dedicaba a la Delegación, y la tarde a la investigación histórica.
Cuando José Antonio murió, su viuda hizo examinar aquellos trabajos históricos a Ildefonso Gurruchaga, que publicó un cuaderno dedicado a Sancho VII, "El fuerte", rey de Navarra”, aquel hombre de estatura colosal que estuvo a punto de anticipar en tres centurias el término de la lucha de la reconquista peninsular, dándole fin a principios del siglo XIII. ¿Por qué no se estudian mejor aquellas notas históricas de Aguirre?
Era extraordinario su valer en José Antonio, su simpatía personal, su calor humano, su "charme". Yo he visto y he oído a los vascos que venían a visitarle. Salían de su despacho encantados. Y no es que les prometiera mercedes, cargos, ventajas u honores. Nada de eso. ¿Qué podía darles un exilado? Les transmitía, pura y simplemente, los afanes patrióticos de su corazón de vasco enamorado de Euzkadi y demócrata ofrecido a la causa de todas las libertades.
Porque, además de humanista, era José Antonio un ser humano de primera condición. Estrechaba la mano de sus amigos como él sólo sabía hacerlo. Y no es que montara la comedia. Era la más auténtica expresión de su propio ser la que transmitía.
Mauriac, Premio Nobel de Literatura, comentaba un día en que cenamos juntos en París, en casa de Mme. Malaterre, que iba a tratar de dar vida a alguno de sus personajes tomando modelo del modo de ser y de traducirse de José Antonio. El propio Mauriac, que sobrevivió a Aguirre, semanas antes de sufrir la caída que precipitó el fin de sus días, me lo recordaba.
Lo mejor de José Antonio era el hondo sentido humano que llenaba su ser, su cordialidad abierta y generosa, su capacidad de sentir, de querer y de amar.
Tal vez hizo añorar su específica condición de líder el hecho de ser el hermano mayor de numerosa familia, de la que tomó el timón de gobierno muy joven, a la muerte de su padre. La responsabilidad inherente a esa condición de director de los negocios de la casa y jefe de la familia, creó el marco adecuado para que su valer personal y su propio carácter encontraran medio idóneo donde proyectarse en el ámbito social que le vio nacer.
Muerto en el destierro, constituye un símbolo representativo del pueblo vasco y de sus afanes de libertad”.
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