Se había firmado el armisticio. Más de la mitad de Francia era ocupada por la Alemania nazi. Se había constituido el Gobierno de Vichy presidido por el mariscal Petain. En la peligrosa y dramática situación, muchos vascos trataron de evacuar del continente y refugiarse en América. Desde Marsella, no pocos vascos embarcaban después de muchas vicisitudes. Pero otros muchos cayeron en la ratonera por la imposibilidad de ganar tiempo al tiempo y no contar con medios para intentar la retirada, entregándose en consecuencia a los dictados del destino, encadenados a un futuro de acontecimientos que podría abrirles las puertas a una nueva vida, como también las de la muerte, por ser conscientes que los que venían eran los mismos que buscaron nuestra muerte en la guerra civil.
Digo que fueron muchos los vascos que quedaron atrapados en la ratonera, pero no todos entregados al fatalismo del "sea lo que Dios quiera", sino que decidían quedarse enraizados en la tierra, después de hacer una seria reflexión: "Hay que seguir luchando porque éstos de ahora son los mismos que destruyeron Gernika".
Pepe Mitxelena Agirre era uno de ellos. Yo estaba ya en el juego. Juan de Ajuriaguerra me ordenó en Donostia: "Ve a buscar a Pepe. Hemos de volcarnos en ayuda de los aliados". Pasé de nuevo la frontera y merodeé la zona ocupada hasta localizar a Pepe. Le propuse el plan, que aceptó de inmediato. Con aquella sonrisa socarrona, consciente del alcance del riesgo, pero consciente también de la necesidad de asumirlo para seguir siendo lo que fuimos...
Había que montar una amplia red de espionaje al servicio de los ejércitos aliados: americanos, ingleses y franceses. Yo aseguraría los enlaces...
¿Quién era Pepe Mitxelena? Un hombre nacido en Irún y vinculado estrechamente con la frontera. No contrabandista —como ahora se ha dicho—, sino un alto funcionario de una agencia de aduanas de esa misma ciudad fronteriza. Inteligente, honrado y humilde. Sin alardes de importancia ni eficacia, siempre en su sitio.
Infatigable y en plena dedicación a un trabajo arriesgado, donde las horas eran siempre pocas. En todo tiempo, escondido en la casa de los Múgica, en Bayona, en estrecha colaboración con Gregoria, su fiel y eficaz secretaria. Recibía mensajes de París, Normandía, Bretaña y de casi toda la Francia ocupada...
Finalizada la guerra, es propuesto para una serie de condecoraciones. Rechaza todas, porque nada ha hecho a título personal. Ha luchado como vasco y han sido derrotados, al fin, aquellos que destruyeron Gernika. Todo el riesgo asumido, todo su trabajo por la causa defendida por los aliados, lo ha hecho por Euzkadi. Todo ello olvidado demasiado pronto por las democracias del mundo...
Pepe ha muerto, olvidado por todos, pobre, humilde y resignado...
Que Dios se lo premie.
Por: Joseba Elosegi (Diputado por el PNV en el Senado)
(Deia, 19 de Marzo de 1982)
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