Estamos completamente de acuerdo con el contenido del Planteamiento Socio-Económico del Partido Nacionalista Vasco que en su punto II referente a "Democratizar y humanizar la economía" señala en la página 23: "El sistema capitalista ha promovido fuertes concentraciones de poder económico en manos de lo que se ha denominado "gran capital". Esta situación agrava los efectos provocados por el propio sistema, generadores de profundos desequilibrios sociales que sitúan al grupo social dominante en una postura de verdadero privilegio, que no se limita únicamente al terreno económico, sino que transciende al ámbito político, social y cultural". Esto es así.
Estamos completamente de acuerdo con el contenido del Planteamiento Socio-Económico del Partido Nacionalista Vasco que en su punto II referente a "Democratizar y humanizar la economía" señala en la página 23: "El sistema capitalista ha promovido fuertes concentraciones de poder económico en manos de lo que se ha denominado "gran capital". Esta situación agrava los efectos provocados por el propio sistema, generadores de profundos desequilibrios sociales que sitúan al grupo social sitúan al grupo social dominante en una postura de verdadero privilegio, que no se limita únicamente al terreno económico, sino que transciende al ámbito político, social y cultural". Esto es así.
Expresión de este poder económico y de sus efectos son las sociedades multinacionales. Las pruebas abundan.
Hay muchos que dicen que las multinacionales son buenas porque generan puestos de trabajo. En general a los que se expresan de este modo les importa muy poco el afán, la ilusión y lo que lleva consigo el hombre de "democratizar y humanizar la economía". Y entre nosotros son legión seguramente los que tildan de "rojos" a los que así piensan. En mi último viaje a Manila donde asistí al Congreso de la Confederación Mundial del Trabajo (CMT), los amigos sindicalistas filipinos me dieron a leer una carta original. La había recibido un trabajador o, mejor dicho, la habían recibido todos los trabajadores de la firma Greater Manila Garments Center filial de la Chelsea Lingeriei Inc., con sede en Nueva York. La carta estaba firmada por el presidente de la sociedad-madre.
¿Qué podía ser tan grave como para que, nada más ni nada menos, que todo un presidente de una multinacional con sede en Nueva York se dirigiera mediante carta a todos los trabajadores de una filial situada en Manila? Algo catastrófico.
Por tercera vez los trabajadores de la Greater Manila Garments Center (GMGC) habían tenido la osadía y la desfachatez de intentar crear un sindicato. ¡Inadmisible! Un atentado contra el imperio con su centro en USA!
Hay seguramente mil maneras de explicar todo lo que tiene de malo y de nefasto una multinacional. Pero esta vez es el propio presidente de la Chelsea Lingerie Inc., Herbert L. Rose, el que nos lo explica en la carta que dirige a sus trabajadores de la GMGC.
Este hombre parece la bondad personificada. Viene a decir, casi con lágrimas en los ojos, que "en los últimos quince años hice todo lo posible para procurarles buenos empleos, buenas condiciones de trabajo, un trabajo regular durante 52 semanas y numerosas ventajas, que iban incluso más allá de las prescritas por la ley". No les dice, todo conmovido y emocionado, que "vuestros problemas personales fueron los míos" y que además "siempre me sentí orgulloso de ser el 'papá' para todos ustedes". También a uno le entran ganas de llorar, como debieron quedar lagrimeando todos los trabajadores de la GMGC cuando recibieron esta carta de su "daddy".
Pero tras preámbulo tan paternal y generoso viene lo que tiene que venir. Y escribe así Mr. Herbert L. Rose, presidente de la sociedad-madre de Nueva York, esta vez más ceñudo y más en su papel de presidente de una multinacional: "En dos ocasiones, en el pasado, ciertos empleados intentaron organizar sindicatos, con el fin de tratar de imponer condiciones a la GMGC y, en dos ocasiones, la gran mayoría se mantuvo fiel a la empresa rechazándolos. Hoy día, nuevamente, otro grupo lo intenta. Me veo, una vez más, obligado a exponerles claramente mis sentimientos respecto a todo esto".
Sus sentimientos no pueden ser más paternales y no se anda por las ramas para exponérselos: "Si ustedes han perdido la fe y la confianza que me tenían y, si consideran necesario introducir sindicatos para imponerse vuestra voluntad, debo señalarles que no tengo intención alguna de quedarme allí donde mi presencia no es deseada". Más claro agua: si organizáis un sindicato, la firma se va de Manila y "les ruego que no se inquieten por mí... Además, mis otras empresas siguen funcionando".
Y en su magnanimidad, el presidente de la sociedad-madre de Nueva York, presumiendo que se cierra la fábrica si se organiza un sindicato, formula una serie de preguntas que no tienen desperdicio: "Pregúntense a ustedes mismos si podrán encontrar un empleo mejor que el que tienen, y qué harán si no encuentran otro empleo: ¿Quién les ayudará cuando necesitan nuevos techos para protegerse de la lluvia? ¿Quién alimentará a vuestros hijos?"
Alguien dirá, acaso socarronamente, que, cosas como éstas, sólo pueden ocurrir en el llamado Tercer Mundo como si aquí a los trabajadores pudiera considerárseles como parias o como simple mercancía. Cosas como estas ocurren sin embargo también en Europa. He aquí un ejemplo: El 13 de octubre del pasado año, el Parlamento europeo adoptó un acuerdo proponiendo una reglamentación obligatoria para las firmas multinacionales americanas. Estas pusieron el grito en el cielo e hicieron que entrara en liza el propio Congreso de Estados Unidos en defensa de las corporaciones que aportan tantísimo dinero al erario público, aunque al mismo tiempo sea esto origen de profundos malestares a lo largo y ancho del mundo.
Y sin embargo, el Parlamento europeo no pedía la luna, sino que simplemente se consulte más a los trabajadores, ya que hoy no se les consulta para nada, que se establezca una mayor claridad en las transferencias de beneficios, que se supervisen las fusiones y que se establezca una mayor claridad en las transferencias de beneficios, que se supervisen las fusiones y que se establezca una especie de corresponsabilidad en lo que respecta a la sociedad-madre y a las actividades de sus filiares. No es pues gran cosa. Intervino seguidamente el consejero de las firmas multinacionales que operan en Europa, Bart Fisher, en nombre, entre otras, de la International Harvester, General Motors, Ford, Exxon, Kodak, IBM, ITT y Bart Fisher fue tajante. Esgrimió, cómo no; el arma de la amenaza. Si se mantienen los acuerdos del Parlamento europeo se acabaron las inversiones y la Europa comunitaria cuenta con diez millones de parados y los índices de desempleo no dejan de crecer…
Por: Uzturre
(Deia, 9 de Marzo de 1982)
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