Las guerras se engendran en las almas. Unas almas alimentan la guerra ofensiva, mientras que otras almas se ven envueltas en una guerra defensiva. Almas verdaderamente ofensivas, han existido siempre en la tierra para tormento de la Humanidad. Uno de los ejemplos lo tenemos en el fascismo español. Surgió de espíritus como el de Onémiso Redondo, que predicaba:
"La juventud debe ejercitarse en la lucha física, debe amar por sistema la violencia. Es una de nuestras consignas permanentes la de cultivar el espíritu de una moral de violencia, de choque militar”.
Surgió de espíritus como el de Primo de Rivera, reconocedor de "la dialéctica de la pistola" y que declaraba en el Congreso español que el bien de España, según él lo entendía, hubiese justificado el asesinato del señor Azaña. Surgió de espíritus como el de Franco, comulgante en la idea de que el estado normal de la Humanidad es el de la guerra, siendo el de la paz solo un accidente pasajero. Y prendió en espíritus como el de Gomá, que exclamaba:
"La paz, que venga la paz, no mediante compromisos o reconciliaciones, que venga la paz a punta de espada. Queremos la pacificación por las armas."
Y así como hay almas ofensivas individuales, también las hay colectivas o de pueblos.
Nosotros somos vascos. Tenemos nuestra alma que, además de ser humana y por lo tanto de la misma naturaleza que cualquier otra alma humana, es alma de vasco, es decir, predispuesta a participar del carácter que ciento cincuenta siglos de autoformación han impreso a nuestro pueblo.
Y en nuestra alma de vascos existen, según creemos, las más firmes defensas de la paz, tan firmes que, a su resguardo, no concebimos la guerra con ningún hombre ni con ningún pueblo. Pero, en cambio, si nos asaltan esas defensas, no podemos sentirnos en paz mientras el salteador allane nuestra espiritual morada.
La primera defensa de la paz que en nuestra alma de vascos se resguarda es un SENTIDO PROFUNDO DE LA DIGNIDAD HUMANA: no queremos que el hombre sufra opresión de otro hombre, ni de cualquier conjunto de hombres, ni de ninguna institución social ni política. La presión más horrenda nos parece la de cualquier dictadura, personal o de partido, la de cualquier Estado totalitario.
Si nos asaltan esa primara defensa de la paz, nuestra alma está en guerra: una guerra que no se ha engendrado en nuestra alma, una guerra que ha traído a nuestro espíritu el asaltador de esa defensa de la paz.
¡Bien asaltada nos la tienen hoy! Nos la asaltó el fascismo español y no hemos podido recuperarla todavía. Estaremos en guerra hasta que la recuperemos. Aunque mañana todas las emisoras de la tierra anuncien la alegre nueva de que todo el mundo está en paz, con una paz firmada por todos los Estados del globo, esa paz será mentira para nosotros; nosotros continuaremos en guerra contra el asaltador que no respeta nuestra dignidad humana y nuestra Libertad.
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