Elías Amézaga es necesariamente un escritor. Toda su vida está dedicada a llenar de fondo y forma personajes que representaron un día toda una significación expresiva y evolucionista de la Historia, el Arte, la Literatura y el Humanismo. Más de veinte obras (entre ellas: «Redentor del mundo» (1953), «Los pecados se hacen de 2 en 2» (54), «Yo demonio» (57), «El proceso de María Estuardo» (59), «Del Cisma» (62), «Morir, qué tentación» (63), «Sonata fúnebre» (64), «Jorge Sand» (65), «Consejos a un recién muerto» (66), «Auto de fe en Valladolid» (67), «Guía del perfecto inquisidor» (68), «et aprés? —aux barricades—» (69), «Teatro —cuatro obras—» (70), «Intima» (72), «Enrique Quarto» (74), y en imprenta «Sobre los fueros»), todas ellas hacen de Elías Amézaga uno de los más prolíferos escritores de nuestro siglo. En estos meses próximos Televisión Española va a iniciar una serie de obras —teatro, ensayo y novela— del escritor vizcaíno para distintos programas.
Elías es hombre encerrado en su trabajo, al que dedica horas y horas de cada día. Sólo un descanso entre semana para dar unas patadas a un balón y agilizar el físico y para comer espaciosamente con algún amigo. En ese momento Elías se descubre como un conversador fácil, porque el pulso del mundo y de la actualidad —sobre todo la vasca— le entra cada mañana por la amplia cristalera que ilumina su mesa repleta de fichas con datos, de papeles con ideas, de libros con necesidades, de discos con música liberadora, de sueños aún por plasmar en tipografía. Es Elías, como pocos, un autor capaz de grandes e insólitas obras de recopilación y descubrimiento. Las bibliotecas son sus otras casas. Es Elías, escritor al que se le escapa la naturaleza por los poros, que sabe utilizar y arropar las grandes palabras, los colores vírgenes, las raíces determinantes; es, además, escritor de pluma rápida y de variada literatura, hora escénica o cinematográfica, hora poética o versolizada, hora llana u oscilante, plácida o tempestuosa, descubridora o difícil, dura, testificadora...
Precisamente va a testificar ahora. Prepara la más importante obra de autores vascos, de todos y cada uno de esos autores vascos de otras épocas y de nuestra época, que lo fueron en su idioma o en castellano y francés. Puede ser esta la gran obra recopiladora de Euskal Herria. Puede y debe ser la incorporación y unidad de cuanto se ha publicado, escrito, pensado y reflexionado por todos y cada unos de los autores considerados vascos. Sólo un hombre de su capacidad de trabajo, de su facilidad de síntesis y de fortaleza testifical, podría comprometerse a tanto. Esta obra, puede decirse en nuestra época, va a ser un «acto de democracia literaria», pues la escribió al recibir la inspiración y el compromiso de los autores, ante la necesidad de darlos a conocer a los lectores y al pueblo vasco. A ellos está destinada.
Hablamos de la obra y la sintetizamos:
—Dos apartados generales abarcan su contenido. Una historia de literatura que nunca se hizo hasta hoy. En ella se van agrupando los escritores vascos —que se manifestaron en tres idiomas— dentro de las escuelas estéticas de su época. Hay que dar un paralelismo de conciencia creadora distinto y semejante, uno y vario. En el segundo apartado se engloba al vasco en la cultura universal y, en este sentido, repertoriar sus obras escritas.
En mi labor de muchos días —meses y meses, diría yo— se advertirá que abro horizontes inéditos para nuestras letras. Valía la pena detenerse en tal estudio, aunque perdiera un tiempo precioso en identificar al vasco que muchas veces parece no interesarse por declarar su procedencia. A más de uno hay que recuperar, a todos etiquetar.
—¿Y quién puede catalogarse o considerarse como vasco?
—Históricamente los parientes mayores o familias enteras de raigambre vasca que emigran generalmente en servicio del rey. Históricamente también el pertinente a tierras que lo fueron ayer. Como proyección de pasado y de presente es vasco el nacido en el País (siete provincias, tres continentales y cuatro peninsulares), el avecindado al cabo de varios años (tal es el caso de Grandmontagne), el nacido fuera pero de progenitores euskaldunes (en cuyo apartado incluyo a un Alonso de Orozco venido al mundo en la fortaleza de Oropesa, especie de zona de nadie, hijo de su gobernador, o José Cadalso, el vizcaíno de Cádiz), el vasco de adopción, como Martín Santos, de Ceuta, que en su obra se declara vasco, o Prudencio de Sandoval, obispo de Pamplona, biógrafo del emperador.
Preguntado Elías Amézaga si se trata simplemente de recopilación literaria o si se procuran miras más ambiciosas, ha contestado:
—Se procura asaetear el blanco en todas las direcciones de la cultura. Con una base fundamental: la cohesión del individuo-obra. Sujeto y objeto deben aparecer indisolublemente unidos rebelándonos sus afinidades y contradicciones. Me interesa en especial crear simpatías, invitar a otros a seguir la obra. Toda labor pionera es de señalización. Sus frutos no han de verse de inmediato. Notas a seguir, fichas a rellenar, materias a explorar, personajes que salen a la luz, personalidades a resaltar. De todo ello, cuanto más mejor. Es sencillamente decir: ahí está el camino. Ahora, a seguirlo y profundizarlo.
—¿Cómo va la obra?
—En la vertiente castellana, que es de la que ahora me ocupo, no puedo quejarme. Creo que serán seis tomos de medio millar de páginas aproximadamente, abarcando unos tres mil autores con más de veinte mil títulos. En seguida comenzará la vertiente en expresión euskérica y la francesa para finalizar con las letras oriundas.
—Hablemos de novedades, sorpresas, características...
—Novedades, todas. Sorpresas, todas. La primera, que ni somos cortos de palabra ni escasos de producción. Históricamente será una sorpresa monumental para más de uno. El primer castellano que se habló iba glosado en euskera en los márgenes. Un texto legal navarro fue el primero ya puesto en libro. Hay otra sorpresa muy acusada y casi paradójica. El escritor vasco es el mayor promotor del romance. Lo recomiendan con frescos encomios Fray Pedro Malón de Echaide, el beato Alonso de Orozco y Juan Bautista de Poza.
En sus características básicas, el escritor vasco coincide con el castellano, su anonimato, sobriedad, fondo ético, ganas de apostolar, preocupación por lo divino... En lo particular es disidente. No le da por la obra de imaginación. Es más pragmático, prefiere referir lo que ve. Es un viajero que cuando mora lejos de sus lares los añora o los olvida pero siempre vive con los pies en la tierra. Sobresale en historia, heráldica, medicina, gramática, antropología y más adelante en ciencias fisiocráticas y económicas.
En la triple manifestación idiomática se destaca la preocupación por lo divino. Los francoparlantes se inician con la literatura religiosa y el primer libro vascónico, «Gero», es un texto ascético. Y aunque parezca mentira hay un lote de escritores espirituales numéricamente superiores a los de Castilla o Cataluña por ejemplo. Son legión de vascos impresionados por la luz del mediodía, puestos cara a lo alto, en la antiplanicie de cielos azules y horizontes sin fin. Los vascos de un modo o de otro han tentado la experiencia de tropezar con un dios corporeizado.
Este tipo de poetas a lo divino no excluye, por supuesto, situarle a la vez en la vanguardia poética con el creacionista Larrea, por poner un ejemplo, maestro, según Cernuda, de Lorca, Alberti y Aleixandre, entre otros, o los más recientes de Uribe y Blanca Calparsoro en la poesía especialista. Donde ya el vasco no encuadra es dentro de las escuelas, no hay una escuela vasca en poesía como la sevillana o salmantina. No se le busque en los movimientos poéticos del siglo clásico; no hay renacentistas a excepción de Guevara y los erasmistas; ni creador barroco, llámese conceptista o culterano, si se borra a Juan de Jáuregui; no hay seudoclásicos, y los románticos que se topan en la panorámica global de las letras hispánicas son artistas arraigados en el extranjero como Eugenio Ochoa o Rementería.
—Ya has dicho que el vasco es muy particular, muy suyo, que no encaja en los gregarismos de las escuelas, ¿significa esto que no busca el contacto con otros?
—No significa eso. Claro que busca el contacto con otros, pero más como vasco que como artista. La generación del 76 nace más como una necesidad política y espiritual que artística, y forma una pléyade de intelectuales que siente responsabilidad como grupo y a nivel personal a raíz de la pérdida de las instituciones vascas. Deja la literatura de lado y se aferra a la cultura general, al derecho en particular conculcado arbitrariamente desde lo alto de la política de Madrid. De aquí surgen dos tipos de vascos. Los que se quedan y crean una poesía del desconsuelo o una narrativa corta de vuelos; y los que se van pronto darán nacimiento en Madrid a la llamada Generación del 98, eminentemente vasca. Estos (Bueno Bengoechea, Maeztu, Salaverría, Unamuno, los Baroja) puntuaron en todos los tonos lo desolador de la capital monárquica, la pobreza de Castilla y las mil lacras de la política central, pero poco a poco fueron perdiendo su ser vasco y haciendo suyos los problemas de otras latitudes. En cuanto a los vascos continentales, no toleraron la dictadura de París y huyeron en masa a las Américas en los siglos XVIII y XIX.
—Para finalizar, dos aspectos. Uno, ¿está hecha la universalidad del autor vasco? Dos, ¿cómo calificaría Elías Amézaga al autor vasco en la actualidad?
—La universalidad del vasco está, efectivamente, sin hacerse y será en expresión euskérica indefectiblemente. Con esto no quiero decir que Unamuno o Garat, Margarita de Navarra o Ignacio de Loyola no sean universales, sino que el más auténtico de nuestros escritores se expresará en vascuence y aún está por venir.
En la actualidad se vuelve a los problemas del País. La recuperación del alma y espíritu ancestral es una voz que le llama una y otra vez y que necesaria y aún perentoriamente el autor vasco no puede dejar de oír. Hay una eclosión de la miniliteratura, el ensayo, el artículo, la conferencia o la mesa redonda. Supongo que es una preliteratura o literatura subordinada en mayor o menor grado a su problemática sociopolítica, que cada cual por su cuenta quisiera resolver. Pero, en fin, en esta hora resulta difícil de estudiar sintéticamente la actualidad.
(Punto y Hora – Abril, 1976)
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