Se cumple hoy un año desde que se rompió aquel generoso corazón que supo latir como pocos por la causa de la Patria vasca.
La figura del Lendakari Aguirre, como la de todos los grandes hombres, necesita de la perspectiva del tiempo. Estamos aún muy cerca de él para valorarlo con justeza. Pero esto no impide que nuestra visión sea o pueda ser exacta, en sus grandes líneas, porque no es figura de aquellas en que las contradicciones o las caídas nublan las grandes cualidades. Si hay algo que caracteriza el perfil de José Antonio ello es la claridad. Claridad que alcanza la diafanidad en su expresión hablada; claridad aún más diáfana en su conducta. Claridad en pensamiento y palabra y consecuencia absoluta con pensamiento y palabra en el obrar. Conducta rectilínea que nunca supo de desviaciones aunque éstas a veces pareciera que tendrían que imponerse a aquélla. Tal, por ejemplo, en la obra fundamental de nuestro primer Lendakari: el Estatuto Vasco. Sabemos muy bien, todos los que desde chicos fuimos sus amigos, cual fue siempre el pensamiento de José Antonio respecto a la solución definitiva del problema vasco. Sabemos bien que jamás pensó él, ni por un momento, que ella fuera la del Estatuto. Pero éste ofrecía una oportunidad que hubiera sido insensato desaprovechar; significaba una parte muy apreciable del tesoro a recuperar; significaba cubrir una etapa que nos pondría en condiciones magníficas para cumplir con el resto de la jornada. Y José Antonio no dudó en consagrar su vida entera a esta etapa, aun sabiendo que el sacrificio que su lealtad le imponía no sería por todos bien entendido. Esto hubo de hacer sangrar más de una vez a su corazón. Pero la rectitud de su conciencia pudo reconfortarlo siempre. Y el duelo imponente que se manifestó espontáneo a la muerte del Lendakari, desde las capitales a las últimas aldeas de Euzkadi, expresa con insuperable elocuencia, que el pueblo lo comprendió bien y había otorgado toda su confianza y afecto a aquel hombre de cuya alma cristalina nadie pudo dudar jamás.
Hemos pensado que para intentar una valorización de su figura podríamos encuadrar a ésta dentro de un marco general del resurgimiento nacional vasco en donde encontramos, quizás un tanto arbitrariamente tres etapas:1.- La de los Románticos; 2.- La de doctrinarios, y 3.- La de los Políticos.
La primera de ellas, la de los Románticos, va determinada por el impacto que producen en nuestro pueblo las dos guerras carlistas. Terminada la primera de ellas, todo el pueblo aparece afectado por un sentimiento que no alcanza a comprender todavía que ha perdido algo entrañable, pero ni remotamente lo que ha perdido ni por qué.
Todos sabemos que el gran éxito político de José Antonio fue establecer y consolidar la unión de todos y de todos los vascos y de todos los partidos políticos en torno a su gobierno, porque hombres de distintas ideologías como eran, todos coincidían en dos cosas fundamentales: el compromiso que ante el pueblo habían adquirido por el mantenimiento de las libertades vascas y la absoluta confianza que todos sentían en la lealtad de aquel hombre que los aglutinaba a todos con sus singulares dones de total lealtad, de integridad absoluta y de fascinante simpatía.
Así fue la vida y la obra de José Antonio de Aguirre hasta que un día como hoy, hace exactamente un año, la muerte, aquella que no lo quiso cuando fue en su busca al frente de los gudaris en aquellas desesperadas batallas de Artxanda, nos lo llevó brutalmente y arrebató a la patria vasca una de sus más altas glorias y enlutó el corazón de Euzkadi, por la pérdida de uno de sus hijos más íntegros, más puros, más buenos...
Hoy todo eso nos ha sido de golpe arrebatado, dejándonos sólo llanto en los ojos y congoja en el corazón. Pero del seno del Padre donde ahora nuestro Lendakari descansa recibiendo el premio acordado a una vida ejemplar, sentimos que nos llega y llegará siempre, su mensaje de optimismo y esperanza. Dios nos lo dio y Dios nos lo ha quitado. Él sabe el por qué de las cosas. A nosotros sólo nos resta reavivar más que nunca nuestro esfuerzo por la causa que fue la razón de ser de nuestro Primer Presidente y elevar hasta el cielo nuestras esperanzas, poniéndolas en manos de aquél que nunca desampara la causa del débil cuando, como la nuestra, es justa de toda justicia limpia de toda limpieza como todo lo que nace impulso de un puro amor.
Caracas, Centro Vasco, 22 marzo 1967
Por: Vicente de Amezaga
(1967, Buenos Aires)
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