Se nos ha dicho con reiteración que llega a la pesadez por el tradicionalismo, singularmente el integrista, que es el que manda en ese campo, que dicha organización política, enemiga hasta el paroxismo del nacionalismo, porque le ha dejado en los huesos, aunque no confiese este motivo, fué, es y será, eminentemente fuerista. Declaración tan grave en materia de lo más trascendental del programa político de un vasco, pertenezca a la agrupación que pertenezca, exigía y demanda amplias aclaraciones, sobre todo, ante pruebas serias presentadas por el nacionalismo, acreditando la imposibilidad de armonizar el fuerismo, y un fuerismo candente, como cuentan que es el carlo – integrista con su frenético antinacionalismo.
Ante invitaciones hechas para acometer de frente el problema de desenredar ese embrollo y de hacer luz acerca de lo que entiende el tradicionalismo por devoción fuerista y sentimiento al fuerismo, ha tenido a bien callarse como un muerto. En ocasiones en que el más significado prohombre del integrismo, enemigo acérrimo del carlismo en cuarenta años, como jefe supremo del integrismo, y carlista, convencido, que en "premio a su ortodoxia, dirigió desde Mundaiz y "El Siglo Futuro" el carlismo; ese ilustre tradiciónalista, que no es, otro que don Juan de Olazabal y Ramery, ha tratado, largamente, de enturbiar y oscurecer en sus fundamentos el extremo interesantísimo que nos ocupa con la cooperación de los maestros del fuerismo, que en su sentir y entender son los covachuelistas que redactaban ciertas provisiones reales relacionadas con la libertad vasca.
“Pero al llegar al corazón del pleito, al punto neurálgico, ese de la compatibilidad o incompatibilidad de fuerismo con la libertad integral vasca, el señor Olazabal a pesar de sus arrestos siempre juveniles y de su temperamento fieramente combativo, ha sentido la seducción del cartujismo, él, tan disputador y discutidor y enamorado de callar el último en la inteligencia de que este es para los suyos el que tiene razón, precisamente”.
Sucede a la noche la mañana y con el cambio de decoración el ánimo se fortalece, olvidando normas de prudencia anterior. Y ante el amanecer espléndido del carlismo, que se ve ya, como cien años atrás, a las puertas de Madrid en la seguridad de ser cosa de horas la ocupación del trono de Fernando VII, por don Carlos Alfonso o don Alfonso Carlos —no estamos seguros del orden en que van ahí el carlismo y el alfonsismo, incompatibles antes, identificados hoy—; ante las bellas perspectivas del rotundo triunfo, del definitivo triunfo del carlismo en España, se atreve ya el integrísimo a hacernos saber con firmeza, hasta con jactancia que será para el tradicionalismo de Ramery, de Dorronsoro y de Zurbano, el fuerismo.
Nos lo contaba días atrás "La Constancia" en los siguientes términos, que según costumbre nuestra antiestética, si se quiere, poco literaria, si se quiere, pero de gran lealtad al adversario y muy favorable a la claridad.
Los fueros —escribe— son incompatibles, mejor dicho, no tienen razón de ser con la soberanía y la independencia; reconocido lo cual, envuelve una insigne mala fe, prevalerse de la desgraciada ignorancia de los oyentes para hacerles creer que fueros, libertades, soberanía e independencia sean un mismo derecho y una misma cosa. Los fueros son incompatibles, mejor dicho, no tienen razón de ser con la soberanía y la independencia. Quien goce de estos dos atributos de soberanía e independencia, ¿para qué quiere Fueros? Le sobran estos".
Esto está claro. En decir que fueros y soberanía sea una cosa hay mala fé; mala fé empleada para embaucar la ignorancia desgraciada de los oyentes. Donde hay soberanía no hay fueros. ¿Qué serán, pues, los fueros? Responde el diario carlo-integrista, fundado y sostenido por el señor Mundaiz vecino del duque de Mandas, del ex ministro Alfonsino de Cánovas, que no sabemos se atreviera en su antifuerismo a sostener las enormidades del integrismo de 1935.
"Los fueros —agrega "La Constancia"— suponen unas ciertas libertades, fragmentos de soberanías e independencias, que se completan con el visto bueno, la aprobación y confirmación que les presta el Estado soberano al que pertenezcan las provincias o regiones aforadas”.
Antes de examinar el contenido doctrinal de esta declaración queremos enfrentarla a otra que el tradicionalismo guipuzcoano, singularmente el integrista de “La Constancia” y de Mundaiz, no puede rechazar, decorosamente, dignamente, púdicamente.
El que ha redactado los textos preinsertos sabe que a poco de morir aquel benemérito fuerista ex diputado a Cortes que se llamó don Liborio Ramery, la Junta Regional Tradicionalista recogió algunos escritos suyos, de carácter vasquista, por advertir perfecta conformidad entre el pensamiento fuerista del señor Ramery y del tradicionalismo. Entre otras cosas más importantes, sin duda, se hace constar en ese libro, publicado como decimos por la Junta Regional. Tradicionalista, el sentir del patricio guipuzcoano respecto a los Borbones y al carlismo, juzgándolos causantes de la ruina vasca e incompatible con los fueros que defendían entonces los integristas. Y como no sabemos que se haya rectificado la posición del tradicionalismo nocedalino ante ese libro, suponemos que continuará en esa misma actitud de juzgar incompatibles el fuerismo de Ramery y el carlismo de los Borbones, que hoy defiende con tanta lógica como dependencia política.
Puestos los rabadanes del integrismo a buscar un prologuista digno de Ramery, dieron con el ilustre don Jesús M. de Etxeberria y Mayora, fallecido poco ha, siendo provisor de Madrid, en su amada casa de Zegama. En el trabajo que por encargo del tradicionalismo escribió el señor Etxeberria, lo aprobó el tradicionalismo, y el tradicionalismo hizo aparecer a la cabeza de la obra de Ramery. "El Liberalismo y los Fueros Bascongados" leemos, entre otras cosas, igualmente interesantes: "Nuestros derechos —los fueros de Gipuzkoa— descansan en un contrato solemne, en un pacto cuya observancia juraron los reyes de Castilla muchas veces. Al exigir su cumplimiento nada pedimos que no sea nuestro, pedimos que se respete la santidad del juramento y la inviolabilidad de la palabra, solemnemente empeñada por un pueblo que no recibió nuestro más que generosa ayuda en trances críticos y difíciles. Si por la mudanza que consigo traen los tiempos ha venido a ser (lo cual no lo creemos) –no lo creía entonces el señor Etxeberria- gravosa para una de las partes la conservancia del pacto, creemos que lo justo y equitativo es que se lo signifique así a la otra para renovar en uno nuevo las condiciones de la confederación o quedar ambos libres de los deberes anteriormente contraídos.
Esto va largo. Concluimos hoy, haciendo destacar del prólogo de la obra integrista estas tres cosas: Guipúzcoa tenía derechos —fueros— antes de su pacto de 1290; esos derechos son la materia vasca del pacto; roto éste, queda Guipúzcoa libre de los deberes anteriormente contraídos.
Importa- no olvidar estos extremos. Para reconocer el fuerismo de ayer y el de hoy.
Por: Engracio de Arantzadi
Comentarios