Por: José Manuel Bujanda Arizmendi
En respuesta al artículo de Luis Haranburu Altuna publicado últimamente en este medio titulado “Nuestra montaña triste” en la que afirma que “Una nación se hace como cualquier otra cosa, cuestión de quince años y de un millón de pesetas (sic) la nación no es anterior al nacionalismo, al revés es el nacionalismo el que lo crea y construye”. Como si fuera una simple invención ocurrente al uso. Apela así a Javier Corcuera, Julio Gamba, Eric Obsbawmn y Ernest Gellner.
Bien, y con todos los respetos habidos y por haber al Sr. Haranburu Altuna. La definición de nación ha conocido múltiples respuestas desde que en 1882 Renan pronunciase su célebre conferencia en la Sorbona, a quien tuviera interés le recomiendo un reciente libro de Anthony D. Smith “Nacionalismo” que incluye un amplio catálogo de esas variantes, así como el libro de Stéphane Dion “La Política de la claridad”, conjunto de conferencias en que se examina la relación entre Quebeq y Canadá. Ocurre que uno de los problemas del estado moderno es su identificación con este concepto de estado-nación. El nacionalismo estatal centralizador, el estado-nación nacionalista ha generado en los pueblos y naciones más pequeñas una reacción liberadora que, a la inversa del centralismo, va hacia el policentrismo. El estado-nación ya no engloba necesariamente el sentimiento patriótico del conjunto y de las partes de ese estado, y surge así sentimiento de nación, nacionalismo de pueblos, patrias chicas y naciones pequeñas que se encuentran precisamente dentro del mismo estado-nación. La nación es humanizadora precisamente de esa abstracción estatal, resguardo integrador de la diversidad, no es un absoluto preexistente, sí es cambio continuo, concepto dialéctico y movimiento interactivo compartido, es cultura, lengua y literatura, tradiciones y peculiaridades, memoria histórica y proyección integradora de futuro… y fundamentalmente voluntad de su ciudadanía.
No resulta fácil acotar con precisión una única definición de lo que es una nación. La variedad de formulaciones que ofrece el pensamiento académico es buena muestra de ello. Nación como formación social, producto del desarrollo social, y a la vez uno de los factores más potentes que inciden sobre dicho desarrollo. Es sabido que en la formación de la nación la economía ha desempeñado un papel importante, pero frecuentemente se ha simplificado demasiado afirmando con excesiva rotundidad, que es la única causa del hecho nacional. Pero este tipo de argumentación soslaya interesadamente cualquier otro análisis más complejo y poliédrico. Lo cierto es que en la génesis y características de una nación también existen otros factores con un peso específico muy notable, como pueden ser la historia, la lengua, la cultura, las instituciones, las relaciones históricas y de producción. Nación como relación social que se modifica constantemente y que se reviste de significados muy diferentes según las condiciones históricas en que se desenvuelve.
Nación como relación dialéctica, multilateral en el que existen factores que de una manera compleja generan el fenómeno nacionalista como explicitación operativa del sentimiento nacional consciente. No existe por lo tanto, un solo carácter fundamental, decisivo, inmutable o eterno que identifique a una nación. El perfil de la nación cambia conforme va desarrollándose la Historia, es un producto dinámico y cambiante. “Nación como elemento humanizador de la abstracción estatal, como resguardo integrador de la diversidad”, como gustaba afirmar Pi y Margall. La nación tuvo en el siglo XVII un significado muy diferente a lo que después ha adquirió, se refería a “la vinculación de cada persona a la tierra donde nació y a las gentes que en ella vieron luz primera” Así, Galicia, Castilla, Aragón, Vizcaya, Cataluña, Extremadura... eran tierras donde se nacía y quienes en ellas nacieran era de nación, esto es, de nacimiento. Porque pertenecer a una nación significaba haber nacido en una tierra y formar parte de las gentes que lo habitan. Tierras y gentes consideradas por muchos como naturales que los diferencian y hacen inconfundibles como paisaje, clima, cultivos, usos y costumbres y muy principalmente, la lengua. Este elemento lingüístico como parte importante de una nación es reconocida por el mismo Cervantes cuando en el Quijote afirma: “Todos los poetas antiguos escribieron en la lengua que mamaron en la leche, y no fueron a buscarlos extranjeros para declarar la alteza de sus conceptos y siendo esto así razón sería se extendiese esta costumbre por todas las naciones y que no desestimase el poeta alemán porque escribiese en su lengua, ni el castellano ni aún el vizcaíno que escribe en la suya”. Es evidente, como afirma J.L. Abellán en su Historia Crítica de Pensamiento Español, que para Cervantes ya había en la España de entonces varias lenguas nacionales y varias naciones.
De otras afirmaciones del Sr. Haranburu Altuna haciendo referencia a Salbatore Mitxelena, Juan San Martín, Sabino Arana, Zaldívar y ETA opto, por salud mental, hacer caso omiso.
El Parlament pide la abdicación de Felipe VI y reprueba a Sánchez
https://www.elnacional.cat/es/politica/parlament-abdicacion-felipe-vi-reprueba-sanchez_524436_102.html
Publicado por: Sony | 07/22/2020 en 11:28 a.m.