Lo mismo era para el mozo de Echalar el hablar de las filigranas de los futbolistas bilbaínos —fue crítico de fútbol— que el enseñar ciencia castrense a los lectores vascos a lo largo de los incidentes de la Gran Guerra. Como este entrenamiento lo ejercitó durante los cuatro años que ésta duró Manuel Aznar se doctoró a sí mismo y se caló la birreta académica.
Podía comenzar el curso. Aznar estaba pie parado y la ocasión se le brindaba en bandeja. Llega el General Joffre. Mariscal de Francia, a Madrid en visita oficial y cosa natural, va al Ateneo de la calle del Prado. Y en él, el nuevo Doctor, el ex-seminarista navarro —¡extraña raza ésta de los que habiéndose preparado para cantar misa, por lo que fuera, no llegan a entonarla!— le explica al vencedor de la batalla del Marne, de pe a pa, cómo se ideó la misma, cómo se desarrolló y como se ganó.
Imagínese el lector el asombro del que cuidó del más pequeño detalle de aquélla, del que la dirigió y la ganó, el general Joffre, oyendo las explicaciones del consumado estratega, ex-integrista y ex-nacionalista Aznar.
Jugada del destino: Prieto le salva.
«Desde el 18 de Julio juré servicio completo a Franco».
(De Aznar a «Arriba»)
Prieto le cierra el camino
Si poco le costó pasar del nacionalismo del PNV al españolismo de la más pura cepa monárquica, ¿por qué habría de costarle nada el hacerse republicano fervoroso en la Pascua madrileña y abrileña del 31?
Y así, mas no como neófito cualquiera, en un Consejo de Ministros de la Segunda República, la suya de él, se habla del proyecto de nombrarle Embajador (Manuel Aznar, el prestidigitador de Echalar). Embajador de la España republicana en La Habana.
Pero el hijo del organista fronterizo no contaba con la entereza y decisión en Indalecio Prieto, que con algún brioso y natural taco se opuso enérgicamente a un «nombramiento deshonroso para la República, frustrándolo. Entonces no pudo Aznar colocarse la casaca diplomática; se la ha colocado en época de Franco».
Aznar no contaba con la memoria v honestidad de Indalecio Prieto. Manuel Aznar había sido premiado con el republicanisimo puesto de secretario de los Tranvías de Madrid. Y pese a haber jurado «servicio completo a Franco», varios días después de ese juramento se presentó en la casa de Prieto, en Madrid, a pedirle auxilio puesto que tenía dificultades a causa de su puesto con los anarquistas madrileños. Prieto le resolvió todo y cuenta cómo vestido con un mono se presentaba en el despacho del Alcalde de-Madrid y «era el primero en saludar milicianamente, brazo en alto y con el puño cerrado.
Manuel Aznar olvidó pronto la generosa intervención de Prieto y aprovechando un viaje oficial de la República a Bruselas se evade e intenta el chaquetazo presentándose en Zaragoza con el uniforme falangista. Más no le preserva el mismo de la cárcel. Aznar pasó algún apuro gordo, pero alguien le salva y de nuevo cruza la frontera, para desde Francia volver a su pasión de hacer crónicas de guerra a oído, pero esta 'vez poniendo a Franco por los cuernos de la luna. Maniobra que le dio mejor resultado que cuando explicara la batalla del Marne al atónito general Joffre. El general Franco sintiéndose satisfecho le permite volver a España, pasando por la olvidada Euzkadi, y una vez en su nueva Patria de adopción, premiarle con el nombramiento diplomático de ministro consejero en Washington, para, más tarde ascender al rango de Embajador; pues todo se lo merecía el aprovechadillo estudiante de Echalar.
¡Qué hermosa cuan ejemplar vida la de Manuel Aznar!
(Punto y Hora – Mayo, 1978)
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