El 8 de marzo constituye una fecha muy apropiada para rescatar mujeres desde el desván de la Historia; mujeres cuyos nombres han quedado olvidados, marginados, enterrados sin honores por aquellos historiógrafos que sólo reconocen el aporte masculino como protagonista exclusivo en la diacronía de los tiempos. Flora Tristán, precisamente, responde a una de esas figuras femeninas secuestradas por el injusto anonimato. Quizá para algún pintor-erudito su nombre resulte importante por haber dado al mundo un nieto excepcional: Paul Gauguin, pero Flora, además de ser la abuela de un genio fue genial ella misma. Vamos pues a rendirle un pequeño homenaje recordando retazos de su vida.
Flora nació en París nueve años después de la caída de Robespierre y nueve años antes de la sangrienta batalla de Borodino. Su padre, un coronel peruano oriundo de Arequipa y su madre, una culta francesa de ideología republicana fueron los responsables de ese fruto franco-peruano lleno de exotismo, contradicciones y originalidad que se llamó Flora Tristán. Tal vez para comprender mejor la personalidad de esta mujer en su madurez sea necesario tener muy en cuenta el ambiente en el que se desenvolvió siendo niña. Por el hogar de los Tristán-Laisney desfilaba habitualmente toda una pléyade de gentes de espíritu y de ideas avanzadas que sin duda marcaron definitivamente a través de sus opiniones, discusiones y comentarios, el talante de la futura Flora. Alejandro Humboldt y Simón Bolívar (con quien sus padres contactaron curiosamente durante su estancia en Bilbao) entre otros, eran asiduos a las tertulias familiares que adquirían a menudo un gran nivel intelectual. ¿Hasta qué punto calaron en Flora-niña las inquietantes confidencias de aquel joven lleno de pasión, de idealismo, de espíritu independiente producto de una extraña educación interdisciplinar y autodidacta llamado más tarde el Libertador y el Constructor de Repúblicas?
Tras la muerte de su padre, el acecho de la pobreza, su estancia en el campo, su vuelta a París, su infeliz matrimonio y su maternidad. Flora emprende en 1833 un larguísimo y penoso viaje al Perú con el fin de recoger la parte de la herencia que cree corresponderle como hija del descendiente de una rica familia virreinal. Sin embargo, su condición de hija natural es utilizada por sus parientes como pretexto legal para negarle sus derechos y he aquí que la desengañada y dolida Flora experimenta desde este momento un giro brusco en sus planteamientos sociales. Impacta-da fuertemente a su vez por la realidad peruana que le está tocando contemplar, inicia con su libro «Peregrinaciones de una paria» una especie de apostolado feminista-socialista o socialista-feminista que ya no abandonará nunca y que se basa en diseccionar la sociedad en dos clases de explotados: las mujeres y los obreros, o bien los obreros y las mujeres. De ahí le viene a Flora su doble apodo de precursora del feminismo y precursora del socialismo.
¿Fue la imposibilidad de convertirse en una mujer rica lo que le volcó al socialismo? ¿Germinó su rebeldía social por la sola razón de comprobar la miseria de los obreros? Flora ¿fue básicamente una frustrada-resentida o una apóstol llena de generosidad y espíritu de sacrificio? ¿Quizás una mezcla de las dos cosas?
En lo que no cabe la menor duda es que su feminismo llegó tras un proceso lineal de concienciación personal. Su experiencia laboral como obrera en una imprenta a los 17 años, su desgraciada vida matrimonial, las limitaciones que la sociedad le imponía el mero hecho de ser mujer... le condujeron a una rebelión respecto a la situación social de su sexo. Tal vez las páginas más duras de su obra fueron las dedicada a escribir la trágica situación de las prostitutas en Londres. Flora, como mujer, se siente solidaria con ellas y en estas frases recogidas al azar de entre sus obras nos muestra su admirable sensibilidad frente a esta esclavitud secular femenina: «Jamás he podido ver una mujer pública sin ser conmovida por un sentimiento de compasión...». «Hasta que la emancipación de la mujer tenga lugar, la prostitución irá creciendo todos los días». «Las mujeres honestas sienten por estas desgraciadas un desprecio duro, seco y cruel”.
Inglaterra realmente sorprendió y aterró a Flora Tristán, no sólo en lo referente a la situación de la mujer sino al constatar las inhumanas condiciones del proletariado británico. «La ley inglesa es más dura para el proletario que la voluntad arbitraria del amo francés frente a su negro». «Para el proletario inglés el pan es un alimento de lujo». «Con las máquinas y la división del trabajo nó hay necesidad sino de motores: el razonamiento y la reflexión son inútiles». Estas son, entre miles, frases que sintetizan su toma de postura frente a la deplorable calidad de vida de las masas trabajadoras inglesas a mediados del XIX.
Tras su estancia en la isla, ratificada en su credo feminista y en su utopismo social, Flora vuelve a Francia, funda La Unión Obrera (1843) y emprende una gira por todo el país gritando a todo aquél que quiera, oírle su verdad sobre el presente y el futuro de la mujer y del obrero. Unas veces, animada por los apoyos recibidos, y otras veces pusilánime por la resignación que constata en unas y otros, Flora muere por fin en Burdeos un 14 de noviembre, a la edad de 41 años.
Así fue Flora Tristán, una mujer con la que se estará o no de acuerdo con sus teorías y con sus prédicas pero por la que no cabe otra cosa que sentir una profunda admiración; admiración por la extravagancia de su personalidad repleta de contradicciones. Flora es polígrafa pero pone muy poco cuidado en su estilo literario. Odia a los curas pero cita a Dios muy a menudo en sus escritos y pláticas. Tremendamente atractiva, enamora a muchos hombres a lo largo de su vida pero ella se mantiene fría y distante, refiriéndose en su obra muy esporádicamente respecto al amor y nunca respecto al sexo. Mujer muy culta, infravalora el arte hasta el punto de despreciar con igual intensidad a los burgueses y a los artistas. Sin sentido del humor, anti jerárquica, conoce mal al ser humano pero a su vez es lo único que le importa. Flora no fue precisamente una mujer humilde. Poseía un alto concepto de sí misma y conocía perfectamente las sensaciones tan acusadas que provocaba en los demás: «Unos me alaban, otros me critican. Amada, aborrecida, encaminada, calumniada. Soy el blanco de todas las pasiones de los hombres».
A pesar de sus defectos, a pesar de sus debilidades, a pesar de sus contradicciones, Flora Tristán constituye un testimonio valiente, un eslabón más en la larga cadena de mujeres que combatieron por mejorar no sólo nuestra posición en la sociedad sino por mejorar la sociedad en su conjunto. Tal vez el mayor mérito de Flora Tristán a lo largo de su dilatada existencia haya sido precisamente^ haber luchado como citábamos en el encabezamiento del presente artículo, no sólo sin miedo, sino muchas veces incluso «sin esperanza». A pesar de la negrura que Flora percibía en el horizonte próximo de su tiempo, su visión prospectiva de la Historia se ha cumplido. Una vez más, afortunadamente, los profetas han tenido razón.
Begoña Amunarriz
(DEIA, Marzo de 1984)
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