Cuando algunos dicen que la política es Dios, no andan muy descaminados. Si no lo es, al menos lo parece. Sin política propia con mayúscula no hay progresión posible en actividad humana alguna. En un cruce cualquiera, quiérase o no se tropieza con ella.
De los de un partido político minoritario que no cito por respeto hemos oído decir que son como los piojos, los echas y vuelven. Esto mismo pasa con la política. Para bien o para mal, lo empapa todo, la religión, el arte, la ciencia, el deporte... Se introduce en los resquicios de las puertas, salpica los espíritus más puros de intenciones que ellos no tenían. Cargan cada impronta humana del signo más o menos, según quien lo marque y quien sea su receptáculo.
Imposible de todo punto segregar el hecho literario del político. Para que un país pueda desenvolver su cultura, y el soporte de toda cultura es su lengua, tiene que ser libre. Tal no es el caso del venerable euskera, que siendo el primero en el tiempo, quiérenlo reducir al último en la extensión. No es el caso de historiar aquí sus agonías, sí de sacar algunas conclusiones de principio. La primera, que quien persigue se priva de enriquecer su conquistadora lengua, y lo haría si con prudencia y sabiduría se valiera de las experiencias de la primitiva en un trasvase constructivo. La segunda, que las lenguas no sucumben a pistoletazos, sino cuando desaparecen los que las hablan, y de otro modo, como en el caso del vascuence, renacen de las cenizas.
Entre los vascos hay que hacer hincapié más en la lengua que en su literatura, si por literatura entendemos las manifestaciones escritas del arte de la palabra. La lengua se guarda como un tesoro y su historia refleja la de su propia comunidad.
A más de un investigador le cuesta explicarse razonablemente qué causa coadyuvó a la supervivencia de ésta al cabo de tantos siglos, especialmente cuando, como sabemos, sucumbieron todos los otros idiomas prerrománicos de la península. Se dice que a ello contribuye el aislamiento de siglos de los vascoparlantes. Esta sola motivación acabaría, sin duda, asfixiando a la lengua. No corresponde con exactitud al devenir del pueblo vasco, que si procuró no mezclarse con otros pueblos, no dejó por eso de tener vecindades con apetencias conquistadoras y de ser vía de paso para ejércitos y peregrinos. Lo que tuvo, esto sí hay que reconocérselo, es una aclimatación de lo foráneo poco común. Y pese a sufrir el embate de cultólogos y extranjeros, tuvo también al pueblo de su parte, en cuya entraña se incubó con indelebles caracteres.
Pudo sufrir la situación diglósica que repercute en su empobrecimiento cultural en beneficio de la hegemónica, resistir una política de persecución sistemática y cerril. Y sin duda que las secuelas de tal acción fueron desoladoras. La lengua perseguida se estanca. Su literatura padece. Los literatos desertan. Los grandes escritores, ¡qué necesarios son entonces a su país! Pero esto ya no puede ser y emigran. En adelante compondrán en otra lengua en la que no aprendieron a pensar. Acaso sea ésta más universal que la suya, pero ellos dejarán de ser auténticos. Los que quedan deben duplicar esfuerzos, sacrificar lo bello a lo útil, la exquisitez artística al estilo directo que llegue a esa comunidad a la que trata de despertar en procura de su libertad.
La euskérica no era lengua a temer. En ella no se escribieron el Quijote ni la Divina Comedia. Gozaba de la gracia de su naturalidad, de ser inabordable, de ser casi desconocida, la hablaban siete regiones en una tierra difícil. En la línea imaginaria de un mapa lingüístico iban los límites de Bayona por Bastida hasta Sauveterre, que ya se perdió en el Bearne, país que fue euskaldun, como en el Sur hasta, la Rioja, y a lomos del Pirineo a Huesca y Andorra. Y la hablaban en plurales dialectos. Y sin embargo...
¿Por qué se la persiguió? Habría que preguntárselo á más de un gobernante. ¿Por qué tuvo tan pocos adictos entre los lingüistas de otros pueblos de la península? ¡Difícil comprenderlo! La clave pasará por la política.
En una visita que me hizo hace unos años el compositor Tomás Marco, se quejaba de la crisis de la música en Bilbao, y yo le dije molesto: “Y qué quieres, si todo el dinero va para Madrid?". Esto viene a dar por resultado aplicándolo a la lengua a que el señor Suárez diga, y no precisamente para hacerse original, que nuestra lengua no es apta para la ciencia de hoy.
¿Quedó perdida en una frase pretérita en estado de hibernación o sirve como vehículo de la cultura actual? Una cuestión ésta que se debate con fundamento. Cierto que necesita asimilar ciertos términos de la moderna tecnología. No en balde pasó por el subdesarrollo de toda cultura marginada. A principios de siglo, según Urquijo, la verdadera rémora de la cultura vasca está más bien en el estado de analfabetismo en que se mantiene al honrado casero, como consecuencia de dar la instrucción primaria a un pueblo en una lengua que no entiende.
Capital problema conservarlo. Y conservarlo no fue tarea fácil cuando no se desarrolló en un clima normal, cuando muchos temían hablarlo, cuando más de un intelectual, como Unamuno, propone que se le sepulte con honores de entierro de primera clase. Sólo después de luchar por su conservación se pudo iniciar la tarea de culturizarlo y adaptarlo al día.
Y con esto volvemos al principio. La política da su mano a la lengua y a la literatura vascas, y no sólo les dice, como D'Echepare, vuela por el mundo, sino además añade: "Haz que te necesiten propios y extraños”.
Por: Elías Amezaga
(Deia, 6 de Julio, 1980)
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