La autora recoge una serie de datos históricos que prueban las relaciones existentes entre Álava, Guipúzcoa y Vizcaya mucho antes de la culminación del Estatuto de Gernika de 1979. El «Irura Bat» ni es nuevo ni es incompatible con el «Laurak» o el «Zazpirak Bat». Son eslabones de una misma cadena.
Suele decirse, con amargura, que la comunidad autónoma vasca con sede en Vitoria es el resultado de un proceso disgregatorio que culmina en el Estatuto de Gemika 1979 y el Amejoramiento de 1982. En el polo opuesto también suele proclamarse, con acentos triunfalistas, que, por primera vez se ha conseguido soldar a una parte del país, la más occidental, por medio de la común institución vitoriana.
Ni lo uno ni lo otro es cierto del todo. Las «tres hermanas» mal llamadas vascongadas —vascongado es quien habla vascuence, nada más— han conocido diversos grados de regionalización en períodos anteriores a nuestros días, concretamente en la época foral y, luego, en la concertataria.
Mariano Luis de Urquijo, nuestro preclaro afrancesado, decía, en la parte expositiva de un RD de 1.800, que Álava, Guipúzcoa y Vizcaya se reunían a conferenciar «desde tiempo inmemorial». Siete años antes estas reuniones denominadas conferencias reglamentaron su añeja actuación como si adivinaran el período de guerras y convulsiones que se abría ante ellas.
Desaparecidos los Fueros (1841 y 1876), las Diputaciones occidentales mantuvieron la costumbre de conferenciar, en especial cuando se acercaban las fechas de la renovación del Concierto Económico.
Todo esto es cosa bastante sabida. Lo que ya lo es menos es que la costumbre llegara a engendrar una institución concreta con sedes y locales: el Consejo de las Diputaciones Vascas.
Dos fueron las razones que presionaron en este sentido: una, la tradicional y pancista necesidad de aunar esfuerzos frente a Hacienda, otra la derivada del impacto producido en el seno de la sociedad vasca por el catalanismo encabezado por la Lliga. El somnoliento foralismo vasco se vio sacudido, en las primeras décadas de este siglo, por la perentoria demanda catalana instalada en el corazón mismo de la metrópoli bajo la figura enjuta y la palabra acerada de Francesc Cambó. El incipiente nacionalismo político vasco recibió así un inesperado impulso.
La primera gestión mancomunitaria (1914) fue seguida de esfuerzos, infructuosos, por hacer desaparecer los derechos diferenciales entre las cuatro provincias vascas. El 20 de agosto de 1917 las tres Diputaciones occidentales elevaron a SM un texto petitorio conjunto solicitando la reintegración foral. La navarra, mientras, esperó, temerosa de que pudiera perjudicarse su status peculiar. Las jornadas de 1918-1919, fracasadas también, suscitan, sin embargo, un acercamiento que va a traducirse en la creación de la cuadricéfala Sociedad de Estudios Vascos.
En abril de 1920 es el diputado por Azpeitia, Manuel Senante, el que representa, previa autorización, a las tres Diputaciones vascas en Madrid. Al año siguiente las reuniones de las tres son tan frecuentes —sobre el tapete hallamos un asunto importante como la reversión del puerto de Pasajes al Estado— que la Diputación de Vizcaya propone la creación de un Consejo de las Diputaciones Vascas, hallando conformidad de Álava y Guipúzcoa (RSDPG, 26 de julio). «Irurak bat», funciona, pues, regularmente, pero ello no obsta para que prosigan, aunque sin institucionalizarse, las relaciones privilegiadas con Navarra. Las reuniones cuatripartitas se celebran, previa convocatoria, cada vez que una circunstancia especial lo requiera. Así la que tiene lugar el 24 de setiembre de 1923 para tratar de las declaraciones de Primo de Rivera sobre la posible regionalización del Estado, a la que asisten Uríen por Vizcaya, Elorza por Guipúzcoa, Baleztena por Navarra y Zuricalday por Álava.
Con el pronunciamiento de Primo esta armonía sufre un serio quebranto; la Diputación de Vizcaya, en manos de la Liga monárquica, rompe relaciones con la de Guipúzcoa, cuyos planes de reordenación territorial juzga poco menos que separatistas. La tensión y la ruptura duran menos de un año: el crash de la Unión Minera precipita la renovación de un Concierto Económico que permita repartir la quiebra entre todos los contribuyentes...
Vuelven las Diputaciones occidentales a quererse. El Hogar Vasco de Madrid les ofrece sus locales el 26 de febrero de 1925 y las reuniones preparatorias de la renovación se multiplican al calor de las apretadas circunstancias financieras. Una vez «resueltas» éstas, un homenaje conjunto a sus representantes reúne a las tres Diputaciones en Vitoria (20 de junio).
Para 1930 sabemos que éstas tienen ya locales propios en Madrid puesto que se reúnen sus comisionados «en las oficinas de las Diputaciones Vascongadas en Madrid... para gestionar los diversos asuntos que originaron su viaje a la Corte» (AGG, leg. 84). Los temas a debatir y tratar en los ministerios son sustanciales: comités paritarios, vigencia del célebre decreto Cortina de 1919, corte de arbolado, tren de Mekolalde, etc. «Irurak bat» conforma un pregobiemillo vasco indiscutible que se abre, periódicamente, al «Laurak bat» de 1866, como una vía de hecho. Así, el 24 de mayo de 1930 se reúnen en Bilbao los representantes de las cuatro Diputaciones para ponerse de acuerdo sobre el cupo a pagar por cada provincia para los gastos de los respectivos comités paritarios.
«Irurak bat», pues, ni es nuevo (no hablemos del de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País!) ni es incompatible con el «Laurak» o el «Zazpirak bat». Son eslabones de una misma cadena —rota en los albores de nuestro milenio— que ha adoptado unas formas que no tienen por qué determinar nuestro futuro. Y éste bien podría antojársenos ser 2+2+3=7, pongamos por caso. O cualquier otro. Todo depende de los intereses en juego, o del grado de autoreferencia de los protagonistas de la peripecia.
Por favor, no busquemos como siempre al culpable en Madrid. Y tras cerrar con doble llave el sepulcro de Sancho el Mayor de Navarra, acordémonos de tirar sus llaves a la ría.
Idoia Estornes Zubizarreta (Abril, 1986)
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