Entrevista a Pedro de Aguirrezabal
En el presente mes de diciembre se cumple la fecha redonda del 35 aniversario de la llegada de un grupo de exilados a Venezuela. Jóvenes vascos, ex-gudaris, hombres de edad, han de buscar una nueva patria, pues la suya está ocupada, ellos en el exilio y Europa gestando una nueva guerra mundial. Con la derrota en el corazón, la incertidumbre en el alma y el instinto de sobrevivir a flor de piel se lanzan a la gran aventura de América en unas condiciones deplorables. Y América los recibe, los acoge y los hace triunfadores.
Uno de los jóvenes de aquella época es Pedro de Aguirrezabal, actual gerente de Administración de una importante compañía de seguros y ex-presidente del Centro Vasco de Caracas.
A 35 años de aquel arribo, a lo Colón, nos recibe en su confortable despacho. Está dispuesto a contarnos hasta el último detalle de las peripecias que protagonizaron.
Y con gusto le lanzamos la primera andanada:
—¿Todos los que llegaron hace 35 años eran exilados?
—En realidad, nuestro viaje no fue realmente una expedición de vascos desde el principio. La mayor parte de sus componentes eran exilados españoles; de todos los partidos políticos. Entre ellos veníamos un grupo de vascos e inclusive quien fuera Gobernador Civil de Vizcaya, Echevarría Novoa.
—¿Cómo consiguieron su pasaje?
—De forma casual. Por ciertas razones y motivos que no es del caso relatar, no tuvimos cabida en las tres primeras expediciones que se llevaron a cabo de común acuerdo entre el Gobierno de Venezuela y el Gobierno de Euzkadi.
—Declarada la Segunda Guerra Mundial fueron suspendidos los embarques, ¿qué hicieron?
—Poco podíamos hacer. Un día, estando reunidos en un café de Bayona, nos presentaron a un compatriota llamado Azcue, quien desempeñaba un cargo en la representación diplomática de Cuba, por lo que tenía la posibilidad de viajar y trasladarse de un lugar a otro. Conversando con él nos apuntó la posibilidad de poder salir, ya que el SERE estaba gestionando una expedición.
Al poco tiempo recibimos un cablegrama en la que nos participaba que había tenido éxito en su gestión y que en breve nos enviaría toda la documentación.
El haber recibido este cable nos creó un problema tremendo. Parece ser que despertó sospechas en la Prefectura y nuestra "República" fue visitada por los gendarmes. Al estar el cable a mi nombre, fui citado por el Prefecto y sometido a un interrogatorio extenuante, que terminó confirmando todas las informaciones que había dado en relación al contenido del dichoso cablegrama.
—Después de esto, ¿pudieron salir sin mayor inconveniente?
—Sí. Recibimos nuestra documentación y un buen día, todos un poco nostálgicos, partimos de Bordeaux hacia un destino incierto y desconocido que se llamaba América. Al decir nostálgicos me refiero a que dejábamos en Bayona toda una larga época de nuestros días juveniles, tan llenos de preocupaciones, alegrías, recuerdos, decepciones y amigos que allí se quedaban. Componíamos el grupo Patxi Uribe, Patxikin Larrañaga, Francisco Arrue, Pedro Zabala, Juan Goicoechea y Pedro Aguirrezabal.
En Bordeaux, y antes de la partida, fuimos encontrando a numerosos vascos que también, como nosotros, habían obtenido cupo en la misma expedición.
—¿Qué habían hecho hasta entonces?
—Nuestra situación era complicada. Una vez declarada la guerra, no podíamos trasladarnos de un lugar a otro sin un permiso especial. Fuimos obligados a suscribirnos al derecho de asilo y con ello a aceptar las obligaciones y deberes que nos impusieran.
Por este motivo, nuestro buen amigo Dura-ñoña nos había conseguido a Goicoechea y a mí una oportunidad para manejar una grúa en el puerto de Bordeaux, ocupación que nunca ejercimos debido a nuestra aventura trasatlántica.
—¿Cuál fue el itinerario del barco?
—Salimos, pues, el 1 de diciembre de 1939 a bordo del trasatlántico francés "La Salle", formando un convoy con otro trasatlántico que se dirigía a Buenos Aires.
Nuestro barco estaba acondicionado como transporte de tropa. Sus bodegas habían sido transformadas en grandes dormitorios; pero, a pesar de tener boleta de tercera clase, tuvimos que acomodar unas colchonetas en los pasillos de circulación de los camarotes porque unos " cantaradas" nos habían quitado el puesto.
Ya instalados, nos fuimos buscando y uniendo el numeroso grupo de vascos que viajábamos en el barco, entre los cuales recuerdo a José Mari Rekarte, Gerardo Bilbao, Don Luis de Aranguren, Díaz Chapartegui, hermanos Urkidi, familia Larrea, Fernando Carranza, Antón Garate, Dr. Erquicia y muchos más de una gran lista que sería larga de enunciar.
Nuestra primera escala fue Casablanca, en la costa africana. No nos fue permitido desembarcar y permanecimos también el día 8 de diciembre, día de la Inmaculada, en puerto. Esto, como es lógico, produjo innumerables comentarios por parte de nuestros "camaradas" compañeros de viaje.
Después de una breve escala en Saint Thomas, llegamos a la ría que conduce a Ciudad Trujillo, hoy Santo Domingo.
Habíamos terminado nuestra primera etapa del viaje y nos hallábamos, por fin, en América.
—¿Pasaron algún susto durante la travesía?
—Para la época que nuestro barco salió la guerra submarina estaba en su apogeo; semanalmente eran hundidos grandes cantidades de barcos que pretendían entrar o salir de los puertos atlánticos franceses:
Nosotros, a pesar de que nos llevamos un buen susto con el "Graf Spee" y de volver a puerto una vez, no tuvimos mayor inconveniente.
—Cuando se embarcaron en semejante aventura, ¿pensaron volver alguna vez?
—Creo que ninguno de nosotros pensaba en otra cosa que en regresar a nuestra Patria y reunimos de nuevo con nuestra familia. El viaje era únicamente cuestión transitoria.
Pero la tiranía no caía e incluso muchos compatriotas se reunieron con nosotros en éste y en otros países.
El tiempo fue transcurriendo y cada uno de nosotros fue creándose una nueva vida y poco a poco aquella ilusión de regresar fue cada vez menos imperativa. No obstante, algunos regresaron y se reincorporaron de nuevo a la Patria. Otros fallecieron y reposan en la tierra generosa que un día nos acogió. En la actualidad existe ya una cuarta generación de aquellos que hacen 35 años llegamos a este país. Esto implica lógicamente un cambio fundamental en el modo de pensar, sin que por ello descartemos la posibilidad de que algún día regresemos sí, pero a nuestra Patria.
—¿Quiénes componían la segunda expedición?
—Los que posan en la fotografía que se acompaña.
De Santo Domingo llegamos a Curaçao en un barco propiedad de Trujillo y que hacía el transporte de ganado y productos del campo.
Cuando embarcamos el 24 de diciembre, nos acompañaron, además del ganado y los productos del campo, un grupo de mujeres que se dedicaban al oficio más antiguo, impelidos por la necesidad y la pobreza que vivía su país. Eran esperadas en el muelle y allí mismo se hacían las transacciones correspondientes. Todo esto nos causó una desagradable impresión y sentimos gran lástima por aquellas mujeres obligadas por necesidad a cumplir con aquellos menesteres.
Esto dio pie a una anécdota un poco chabacana si se quiere, pero a fin de cuentas graciosa. Una de ellas, que había reparado en uno de mis compañeros, que era pelirrojo, se encaprichó con él y lo perseguía afanosamente, argumentando que su deseo había sido siempre tener un hijo pelirrojo. De más está decir los recursos y disculpas que tuvo que emplear mi compañero.
De Curaçao salimos, rumbo a La Guaira, en el "Ramoe". Las condiciones del viaje eran de que la travesía la haríamos en cubierta y sin derecho a comida.
Previendo esto, uno de los compañeros compró un hermoso ramo de plátanos de un tamaño al que no estábamos acostumbrados. Cuando nos entró el hambre fuimos a por ellos. Eran incomestibles. . . De esta manera práctica aprendimos las diferencias entre un cambur y un plátano.
Llegamos a La Guaira. Nos encontrábamos en Venezuela al fin de nuestro viaje y en un país generoso que nos abría sus puertas y nos ofrecía la posibilidad de orientar nuestras vidas por otros caminos diferentes al exilio. Llegábamos en un barco de carga, sin apenas dinero, pero llenos de juventud y grandes deseos de trabajar y abrirnos camino en nuestra nueva situación.
Afortunadamente, el Instituto de Inmigración se hizo cargo de nosotros los primeros quince días.
—¿En qué trabajaron nada más llegar?
—Un día fui llamado por un alemán que se dedicaba a la construcción y quien solicitó mis servicios para efectuar la instalación eléctrica de dos quintas que estaba construyendo en Los Rosales. El trabajo no era difícil y, a pesar de mis limitaciones en la materia, consideré que lo podía llevar a cabo. Se lo propuse a Juan Goicoechea, Luis Urkidi y José Luis Anasagasti; aceptaron y empezamos el trabajo.
Lo más difícil del mismo consistía en la apertura de los canales en las paredes, que eran de bloque. Aquello fue agotador, ya que había que hacerlo a fuerza de golpes y cincel. Terminamos el trabajo y cobramos nuestro primer sueldo; bien ganado por cierto.
Con el tiempo cada uno buscó su ubicación y aquello es historia.
Lo exiguo del espacio no nos ha permitido transcribir infinidad de anécdotas que fluyen constantemente en cariñoso recuerdo de aquella época. Queda el testimonio de lo duro y difícil que fue abrirse camino con todo distinto y partiendo de cero.
El espíritu emprendedor de los vascos está una vez más a la vista, no sólo en el Centro Vasco, sino en cada uno de aquellos soñadores que pensaban volver al día siguiente.
Sus hechos y conducta están ahí.
En 1974 pueden recordar con nostalgia y orgullo aquella faceta de la Euzkadi peregrina. Treinta y cinco años. Todo un poema...
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