El 15 de octubre se cumplen los 100 años del nacimiento de Meabe. Unos días después, el 5 de noviembre, esto ya en 1915, el de su óbito. 36 años de vida. Una vida hecha para vivir el doble, la que ausculta el médico en sus horas últimas como el pájaro al tronco para ver si está hueco.
Hueco tu, Tomás Meabe, hueco de cuerpo, pletórico de ideas. A tí que como pocos amas el Sol, a tí echan la noche encima cuando más tenías que decirnos. "Yo no quería morir ahora..., pero sombras, empiezo a ver sólo sombras".
Nos admiramos cuando alguien deja los bienes de la tierra y se entrega a Dios. Con emoción se sigue la renuncia del monje, los pasos del misionero. Muchos de ellos podían vivir cómodamente en sus casas, eran seres privilegiados de la sociedad. Sienten que no se les olvida, se saben seguidos de lejos por los suyos. ¿Qué decir de tí, Tomás, que lo abandonas todo y no para festejar al Fuerte, sino para enfrentarte con Él? Creo que podría estar durante horas hablando de tí, de tu obra, de tu personalidad. Me temo que te desconocen. Pasaste con fama de energúmeno. Y en 100 años, apenas si tus defensores se esforzaron a tope como si temieran algún anatema.
No vale la pena defender tus ideas, sino recordarte, simplemente, sin miedo a remover tus cenizas. En cuanto a lo otro, correspondería a tus afines y hace mucho que la política dejó de ser religión como lo fue para ti, para ser mercado de intereses, contubernio de pasillos, pacto de restaurante. Tus ideas, por otra parte, merecerán sacarse a la luz, pero en el espacio más amplio de un libro, no en un simple artículo periodístico.
Descubrir. Tu vida ha sido continuo descubrimiento. Y cada cosa nueva que aparecía a tus ojos, como sobre una ola, hundía a las demás. Pudiste sumirte en el estudio y la meditación, preferiste salir a la calle a ver. Y cuánto se aprende con la vida de los demás. Cómo uno empoza el ideal de sus sueños contactando con la sórdida realidad, el contraste del poder y la exinanición, la abundancia y la escasez. Abominable la poesía o el diletantismo de ningún género cuando a la puerta de nuestra casa se sufre: Y se sufre de modo sobrecogedor. Y en silencio. Tú has dado voz de protesta a ese silencio. La resignación es un podrirse hacia dentro. Qué duda cabe de que otros apóstoles sociales cualificados pudieron y debieron denunciar los males en vez de protegerse con la cruz como un alto parasol o, poner mantos a las imágenes mientras veían descalzos por las calles a los seres humanos.
Cuando se denuncia un mal, los males se desencadenan y los hijos del mal se revuelven atacando a la conducta, del denunciante en vez de defenderse con humildad. El segundo eslabón de la cadena es para denunciar al contumaz, al esclavo, por serlo, y al tirano a la vez, que entre ambos bordes se configura el mapa de una sociedad hipócrita, que nos rodea y pide a gritos que se la denuncie.
Los grandes nombres no pasan de la boca al corazón. ¿De qué hablan? De Dios. ¡Qué saben lo que es Dios! ¿De futuros premios? ¿Para ellos también que los gozan de presente? De su patria, su religión, su pueblo, su honor, su cielo, sus tradiciones... ¡cuánta palabrería hueca! Sólo ven una parte de la sociedad, la de los macroestómagos. ¿Y de la otra qué? ¿Han estado como tú en la cárcel? ¿Han sufrido el destierro y las hambres de las grandes ciudades? ¿Han bajado como tú a una mina? ¿Se han perdido contigo en el mar comiendo carne agusanada, patatas aguanosas, pan enmohecido? ¿Han sufrido como tú la infamia, el abandono? ¡Oh, Dios, sí que existes y demasiado benévolo has sido no descargando tu látigo sobre Tomás Meabe cuando tantos y con tantas lenguas te lo pedían"! ¡Y hasta paciente escuchando las quejas de tu hijo!
"El destino de los hombres está presente en todos sus momentos". El tuyo lo has ido triscando en cada una de tus obras, en todas las freses de tus escritos. Hay que ser fuerte para arrastrar el abandono de los amigos uniéndose a nuevos camaradas con los lazos rotos de la vieja familia.
Tú te has dicho: Voy a buscar la verdad. Aunque me duela. Y te has preguntado con furia, ¿cuál es? ¿La tuya? ¿La de los otros? Hay una verdad por descubrir y hacerla pública aunque hiera nuestra sensibilidad: la del dolor. Apasionado de tal verdad que identificas con la sinceridad a punto de cumplir tus 20 años escribes a tu padre: "En este momento, sobre todo, en que tanto me hablan ustedes de mi porvenir, no hay para mí deber más grande que el de ser sincero; y ; siempre diré, padre mío, la verdad en la cual creo; no veo mejor porvenir que éste. Si la verdad y el esfuerzo que haga por ella no me aprovecha a mí, a alguien le aprovechará algún día; tal vez a un hijo mío, tal vez a un hijo de algún enemigo mío, de los que me persiguen y me encarcelan. Pero si la verdad o la persecución de la verdad no aprovechara a nadie, qué voy a hacer yo: allá Dios con ella".
Y te has repetido a ti mismo, la buscaré con la palabra y con las obras. Las palabras se las lleva el viento, dicen, pero el viento mueve los molinos y los molinos dan pan, materia primera de nuestro alimento. Tú crees en la palabra de hombre. Y en la acción. Ese nadar contra corriente acaba por consumir a uno. En ese punto, y es aquí donde yo quería llegar, nos das la gran lección de la abnegación, coincides aquí precisamente con la gran lección que Cristo nos diera.
No creo que se ha medido suficientemente tu abnegación. No soy quién para discutir tus ideas. Aciertos y errores deben meterse en el mismo saco cuando valoramos una vida humana, mezcla de ambos, magnificada empero por su intención. Aparte del proselitismo que atrajo la decisión de pasarte al socialismo, conviene hacer hincapié en valorar lo que abandonas además de tu familia, tu círculo de amigos y esas suavidades de un hogar burgués trocadas por las asperezas de una vida dura. Y tosca. Y de sacrificios sin fin entre almas primitivas que sospechan de tí por saber de dónde procedes. Diste de lado a tu religión, y en tu, caso, ¡cuánto te costó hacerlo y con qué fe de aparición subías a las alturas en busca de un milagro! Y cómo reniegas de un vasquismo casi hereditario y que tanto enorgullecía a los tuyos. Reconózcase que esta pérdida; debió dejar su huella en tu espíritu: Y prescindiendo de otras consideraciones de tipo personal abandonas tus aspiraciones estéticas para empuñar una literatura de urgencia. Predicas y predicas a gritos. Una prédica-puñal que duele por sajar purulencias. No heredamos de tí sino papeles dispersos, artículos perdidos, carpetas con proyectos y apenas algún texto de juventud hecho entre dos fugas. Nada me admira tanto como esta renuncia tuya a la obra estética con aquél caudal de inspiración que atesoraba tu numen. Y pese a esto te vas feliz.
Con la felicidad gris de los humildes: Con la satisfacción del deber cumplido. "Siempre he creído que mis actos eran semillas y que mis palabras también eran actos, y que todo en mí, era como todo en un árbol sano. A veces he tenido desfallecimiento, se me secaba la tierra, se me caían las hojas al suelo y hasta los frutos se me despedazaban o se me pudrían antes de maduros en las rocas. Entonces blasfemaba de mí, pero en vano. Hablaba como tantos otros de la nulidad de los esfuerzos del hombre, pero hablaba con los labios secos de sed. Siempre he creído en mí. Humildemente, pero tercamente, siempre he querido mejorar mis semillas”.
Por: Elías Amezaga
(Deia, 5 de Octubre de 1979)
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