Por: Jesús María de Leizaola
La aparición estos mismos días en las librerías de las "Obras completas" del lehendakari José Antonio Aguirre. ha puesto a disposición del público la fuente, el testimonio histórico irrecusable, sobre la personalidad de Alfredo Espinosa, compañero nuestro en las tareas del Gobierno de Euzkadi en los años 1936-1937 como ministro de Sanidad y de su holocausto ante el pelotón de ejecución en Álava, junto con el comandante de Artillería, Aguirre.
Muerte honrosa, si alguna, la suya. En viaje de retorno de una misión oficial al extranjero, pocos días antes de la caída de Bilbao en poder del conglomerado franquista, ambos habían sido hechos "prisioneros en la playa de Zarauz por avería del avión o traición". Son palabras de la admirable y emocionante carta escrita de la mano de Alfredo Espinosa, recibida, conservada y dada a conocer por el lendakari Aguirre. Integro figura su texto en las mencionadas "Obras completas".
Nada podría agregar yo a los términos de aquella misiva ni a las expresiones con que la comentó José Antonio, nuestro presidente, en el Congreso Mundial Vasco, 19 años después. A los miembros del Gobierno, y a mí mismo por tanto, nos la había hecho leer apenas salidos de Bilbao. Es excusado decir hasta dónde quedaron grabados unos y otros en mi mente, en medio de los dramáticos acontecimientos de aquellos días y de las incertidumbres del futuro. Los términos en que Espinosa nos había hablado "in articulo mortis" se ajustaban ciertamente a cuanto habíamos debido proceder a realizar en los últimos días de la presencia nuestra como gobernantes en Bilbao mismo.
Para mí, Alfredo Espinosa Oribe, ocho años más joven que yo, era el hijo de uno de los colegas bien conocidos en dicha villa, cuando me incorporé a su Colegio de Abogados, en 1919. Uno de los republicanos habitualmente presentes en la acera del Arenal en las proximidades de Bidebarrieta, cerca del "Sitio", el Arriaga y el Casino Republicano. En cuyos lugares el grupo de los republicanos, federales unos y simplemente republicanos otros (los Madariaga, Aranguren, Ercoreca, Garbisu, Acha, Díaz, etc.), se distribuían las candidaturas, y las investiduras, por tanto, en las elecciones de la época. Eran también la primera línea de un número considerable de comerciantes de las Siete Calles. Por lo cual, nuestro compañero había de descender de una de las firmas comerciales más conocidas de las mismas Siete Calles (citemos, junto a la de Oribe, las de Bengoa, Iglesias, Otero, Carabias. etc.). Los dos últimos apellidos nombrados descollarían en los tiempos republicanos y posteriores, en el de un poeta bien significativo y el de un gobernador del Banco de España.
Entre 1919 y 1936, Alfredo Espinosa, además de responder a los apellidos y completar sus estudios y carrera universitaria, había llegado a ocupar el puesto de gobernador civil de provincias castellanas en los años de la II República española.
Esta última circunstancia concurría también en el otro consejero republicano, Aldasoro, el cual en 1931 fue gobernador civil de Guipúzcoa.
Personalmente, la presencia de ambos ex gobernadores del Estado español en Euzkadiko Jaurlaritza, con su presentación, experiencia y circunstancias, me produjeron gran satisfacción porque ponía nuestra legalidad a cubierto de toda clase de sospechas e insinuaciones.
Espinosa se halló, pues, así, en el juramento de Guernica, en la creación de la Universidad vasca, en la adopción de la ikurriña, en la organización de los cuadros de mando y Estado Mayor del Ejército de operaciones de Euzkadi, en la cooficialidad del euskera, etc., etc.
Pero además. Espinosa, jefe de su Departamento de Sanidad, cumpliría una tarea en la que leemos como puntos abarcados, entre otros, los siguientes:
Consejo Sanitario, medidas para evitar las enfermedades contagiosas, lucha antituberculosa e higiene infantil, información sanitaria, hospitales civiles, disolución del Comité Local de la Cruz Roja Española de Bilbao y creación de la Cruz Roja del País Vasco, Consejo de Higiene Rural, servicios sanitarios de la Marina Mercante, Consejo Técnico Sanitario de Sanidad, elaboración y venta de todas las especialidades farmacéuticas, servicio odontológico para la lucha antituberculosa y hospitales civiles, servicio farmacéutico nocturno obligatorio en Bilbao.
La última disposición aparece suscrita por nuestro inolvidable compañero el día 5 de junio de 1937.
Pero la enumeración pasa en silencio otras medidas ejecutivas suyas. Por recordarla personalmente, habré yo de mencionar la organización de los servicios sanitarios para los niños evacuados al extranjero, tras el trágico bombardeo de Guernica. Junto con los docentes y asistenciales, los médicos-practicantes de Espinosa salieron con los niños a Berok, la isla de Wigth, los Países bajos, Francia y hasta la URSS. Y también a Cataluña.
En París, el lendakari Aguirre, ante el Congreso Mundial Vasco, en 1956. leyó la carta de Espinosa, dirigida a él "en nombre de todo el Gobierno", pidiéndonos a nosotros, sus compañeros, "no hagáis represalias con los presos", "al que no esté procesado en estos momentos ponedlo en libertad", y testimoniando "que nosotros hicimos lo indecible para evitar la muerte a los presos...".
Al llegarnos esa misiva, el mensaje de Espinosa estaba en una gran parte cumplido en la playa de Ereaga y en la cuesta y el alto de Santo Domingo. De los que faltaban, el mayor número seria puesto en libertad entre Trucíos y Valmaseda, por el frente de combate también, en una inolvidable noche en los días mismos de la carta del consejero de Sanidad y de su fusilamiento en Álava; con una sola baja en la retirada, causada por una imprudencia nocturna de la propia víctima. Y los últimos, entre 10 y 20, saldrían por mar desde Santander en agosto, alcanzando finalmente la libertad.
De Alfredo Espinosa, cuya vida casi entera parece haber discurrido en el bulevar de Bilbao, queda la doble imagen, moral y física, del hombre joven erguido y recto, siempre en pie y en primera línea, ya sea ante la columnata de la Casa de Juntas de Guernica, ya en las aceras de la Gran Vía de Bilbao, o la del Arenal, entre Arriaga y San Nicolás, ya en el trance supremo... a los 33 años de edad.
(Deia, 26 Junio, 1981)
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